Rodolfo Gaona Por Agustín Lara

Yo era un chaval… Un tío mío, el licenciado Francisco Aguirre del Pino, hermano de mi padre y notable tribuno, tenía dos barreras de abono en la plaza de toros y se hacía acompañar, siempre, por don Alejandro Iglesias, cronista taurino de “El Imparcial”, quien firmaba con el apócope de “ALE”.

Yo, pequeño y flaco, me incrustaba en medio de los dos y así empecé a ver y a saber de toros. Aquellos tiempos eran la época de oro del “Califa” Rodolfo Gaona, y la vez primera lo vi alternando con Antonio Fuentes. Fue tan grande el impacto que su arte incomparable hizo en mi débil estructura, que yo quería ser torero a todo trance. Y pasando del deseo no dicho, al hecho, empecé a bordar lances, faroles, molinetes, verónicas y muletazos, ante los veloces cuernos de… una carretilla teniendo por plaza el patio de la casa del Gordo Velázquez y Zubikusky, acompañado del Chato Leal, Javierito Piña y el Panzón Argumedo. Mi afición era tan grande, pero la dictadura paterna se impuso y tuve que desistir de lidiar astados, pero definiéndome, eso sí, como un fanático de la más hermosa de las fiestas.

Pasaron los años, un buen día tuve que ir al Departamento Central y al entrar al despacho del licenciado Casas Alemán, encontré al Maestro Gaona. Le pedí un autógrafo y él escribió amablemente: “Para Agustín Lara, por buen aficionado a los toros”. Rodolfo Gaona. Y hasta entonces, realmente poco había hablado con él, hasta que una noche, en la casa de Fito Roldán, viejo amigo del “Califa”, tuve oportunidad de charlar a mis anchas con el Indio Grande, saboreando sus enseñanzas sobre el verdadero “cante jondo”, cuyos secretos conoce con autoridad de enciclopedia. Después comí en su casa y la sobremesa transcurrió entre anécdotas y comentarios encantadores. ¡Rodolfo Gaona es un Señor con todas las de la ley! Tiene una personalidad arrolladora, de un magnetismo y una seducción incomparables. Los años han pasado de largo ante su vitalidad, la que da envidia, porque hay que verlo montar a la andaluza, gallardo, altivo, ágil como saeta y altivo como una estatua. ¡Es toda una estampa!

Por algo es, nada más, ¡Rodolfo el Único!

*Texto publicado el 15 de febrero de 1956 en la revista Siempre! Número 138.

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