Por Fernando Fernández Román.
Verán qué curiosa era la oferta de Plaza 1: si ustedes quieren ver a Roca Rey con la de Adolfo (plato fuerte indiscutible de los carteles de San Isidro y bomba del “bombín” de Casas), les ofrecemos un “abonito” con la de Victorino y Escolar incluidas. Un nuevo invento para “asegurarse” los boletos para los festejos de las dos últimas ganaderías, “además” de la de Adolfo. El Tres en Uno, vamos.
El Tres en Uno es una suerte que consiste en enlazar tres muletazos, a saber, de trinchera, vitolina o “de las flores” cambiándose la muleta de mano por la espalda, y de pecho. Todo ello sin solución de continuidad, perfectamente hilvanados los tres pases. Lo ejecutaba de forma admirable Julio Aparicio, padre, hace ya casi 70 años. El Tres en Uno de Plaza-1 tiene menos riesgo, pero no menos arte. Ni menos ingenio. Se trata –al parecer—de homenajear al encaste Albaserrada (100 años de su debut en Madrid) con un pack estilo Supercor, esto es, tres productos del mismo origen en un solo envase. Superahorro, dicen los del Corte Inglés. En cambio los de Plaza-1 prometen con este todo junto arramplar el boleto de Roca Rey y “beneficiarse” con los de Ángel Sánchez y Emilio de Justo, por citar –con el mayor de los respetos– solo a los terceros de los dos carteles precedentes. Por decirlo de forma pigmentada: es envasar conjuntamente dos piezas de joyería de diferentes cotizaciones en el mercado aurífero actual con un lingote, contrastado, de oro del Perú y pintar el recipiente de color cárdeno. Genial.
Bajo estas bataholas publicitarias, y azotados por un ventarrón sin precedentes, llegamos a Las Ventas para extraer el primer producto del tripartito de Albaserrada, los seis toros que llegaron de la parte del valle del Tiétar que linda con las dos Castillas, para que probaran su legítimo linaje (el de los toros) los valientes diestros Fernando Robleño, Gómez del Pilar y Ángel Sánchez. Tres valientes, sí señor. Verán por qué:
La corrida de don José Escolar Gil mostró ejemplares de dispareja estampa, el primero y el tercero –este, discretamente protestado– de pocas chichas para lo que se estila en este suntuoso escenario. El resto, más rematados de carnes y armados con más generosidad, especialmente el quinto (único cinqueño del conjunto), que tenía más leña en la testa que el horno de una tahona. También su carácter fue dispar: el que abrió el festejo, embistió con las pezuñas y fue un avezado practicante del arte venatorio, tomando al torero como pieza. El segundo, morfológicamente más hecho, empujó encastado y geniudo al caballo de picar, pero llegó complicadísimo a los tercios siguientes, esperando ojo avizor a los banderilleros y buscando ladinamente al torero que pretendía torearle de muleta; el tercero, de cuerpo atablado y aspecto anovillado, resultó un punto “manejable”, dicho sea con todas las reservas; el cuarto, encastado y con mayor recorrido, especialmente por el pitón derecho; el quinto fue un toro fiero, de pavorosa arboladura, que desmontó del primer encontronazo al picador Juan Manuel Sangüesa, después se arrancó de largo, recibió dos buenos puyazos empujando de veras y se dejó banderillear (saludaron Iván Aguilera y Pedro Cebadera), aunque ante la muleta se giraba a mitad de viaje para buscar la presa; y el sexto, que también empujó en varas, se llevó un par monumental de Fernando Sánchez (¿el par de la feria?) antes de acometer a la franela del torero con intermitentes y encastadas embestidas. Todo ello, por supuesto, tomando en consideración el indeseable aporte del viento, que impidió ver el verdadero comportamiento del ganado y la capacidad de los toreros para encontrar el lucimiento, porque torear, y muy bien, saben los tres.
Fernando Robleño, una vez más, dejó constancia de su valor y afinada esgrima ante las tunanterías del primero de la corrida. Flameaban las telas de torear y ello hacía prácticamente imposible dominar al viento y al toro, en una doble situación de emergencia. Se atascó con la espada y le enviaron un aviso. Otro recibió a la muerte del cuarto, uno de los toros toreables de Escolar, al que Fernando sacó muletazos largos y templados con la mano derecha, a pesar de que el viento todo lo engurruñaba. Faena larga que esta vez remató de una estocada punto desprendida y le ovacionaron en la vuelta al ruedo. Noé Gómez del Pilar se fue a esperar a sus dos “escolares” a la puerta del colegio de Las Ventas, es decir, a la puerta de chiqueros. Las largas afaroladas de rodillas le salieron limpias, y decentes los capotazos de dominio, reculando con templanza, hasta dejar a los toros en el medio del ruedo. El primero de su lote apenas obedecía a los toques y el viento –perdón por la insistencia—descomponía cualquier atisbo de reposo. Jamás volvió la cara ante tan indeseables contingencias. Incluso llegó a robarle al quinto toro unos muletazos de buena factura. Increíble. Al primero de su mal lote se lo quitó de encima con un pinchazo y media sin puntilla y al segundo ídem de lienzo. Se llevó un aviso en cada toro, pero también dos ovaciones. Ángel Sánchez sabe torear divinamente. Lo pudo mostrar, como un calambrazo inesperado en tal cual capotazo o muletazo. El tercer toro, el de las flaconas hechuras, apuntó cierto ritmo en las embestidas y el sexto también se desplazó con menos artimañas que alguno de sus compañeros de camada. Dos esfuerzos titánicos hubo de hacer el joven diestro madrileño, pero algunos naturales evidenciaron que, con este mismo material pero sin la terca oposición del vendaval, probablemente hubiéramos visto otra dimensión en sus dos toros y en este torero.
De todo lo dicho se desprende que, merced al Tres en Uno de Plaza -1, la Plaza Monumental de Madrid registró una muy buena entrada (más de 18.000 espectadores), pero el público acusó la persistente inclemencia ambiental y los toreros se jugaron el tipo ante el genio malencarado de estos albaserradas recriados por el ganadero fuenlabreño José Escolar. Claro que en corridas como estas dicen que nadie se aburre, porque la incertidumbre está presente en cada lance de la lidia. Es posible; pero también es cierto que se hace imposible practicar el arte del toreo en tan adversas circunstancias, tanto zootécnicas como meteorológicas.
Por tal motivo, me quedo con el corolario taurino que enuncia esta inveterada, simple y reveladora ecuación taurina: Toro muerto, más torero vivo, igual a triunfo asegurado.
Así fue.
Publicado en República