José Tomás, el mito y el héroe

Por Lope Morales.

Es verdad que vivimos tiempos en los que el relato épico no está precisamente de moda. Al revés, hasta a Hernán Cortés le exigen algunos que pida perdón.

Pero aún así la sociedad sigue necesitando sus mitos y sus héroes. Ortega y Gasset decía que todas las artes, y el toreo lo era para él, acabarían muriendo por mor del estilismo, y que lo que el pueblo busca en tiempos de crisis no es al artista, sino al héroe.

En ese ámbito se mueven los toreros y, entre todos ellos, José Tomás. Confieso que no me parece bien el montaje “josetomasista” de reventa millonaria que elige plaza y compone el cartel, hurtando la contienda con los demás y el sorteo correspondiente de unos toros que ya vienen con un pedigrí avalado por el noble comportamiento de hasta cinco generaciones de sus antepasados. Y así, aunque los toros sean como los melones, que no se sabe si son buenos hasta que se abren, tras una selección genético-curricular tan rigurosa las posibilidades de que salga un marrajo se reducen al mínimo.

Luego está lo de conseguir entradas para el evento, que se vuelve imposible para muchos aficionados locales que se quedan sin ir a los toros de su propia feria. A cambio de eso, todo hay que decirlo, la ciudad entera se beneficia de un movimiento turístico y económico inesperado. En catorce millones de euros se estiman los ingresos generados por el evento de este fin de semana en Granada. Los aficionados exigentes quieren —queremos— ver a José Tomás en grandes plazas alternando con otras figuras del toreo, recordando lo que Joselito el Gallo decía cuando alguno osaba retarle: “Que me lo pongan con miuras y en Madrid”. Por cierto que en la plaza, como espectador, estaba también el valiente y peculiar Román, que hace menos de un mes sufrió en Las Ventas una cornada casi mortal de un toro de Baltasar Ibán. Pero es que lo de J. T. es otra cosa. J. T. no está en el circuito taurino teniendo en cuenta que no parece que a él le interese otra competición diferente a la que hace consigo mismo. No quiere ser mejor que Ponce o que Morante. No se lo plantea. No todo tiene que ser compitiendo. Esto no es el fútbol. Y no siempre lo bueno es medible o comparable ni tiene interés el hecho de medirlo o compararlo. J. T. no está ni en la competición oficial ni en la vida social. Por no estar no está ni en la plaza. Torea pero no está. Y si está, parece ausente. Invariable pero sublimado, estoico y a la vez levitando. Místico pero natural. Y templando. No mira al toro, lo intuye, y cuando le viene no se lo quita, se lo atrae. Ningún gesto en busca de aplausos o reconocimientos, ninguna ostentación de cara a la galería. Todo lo hace con austeridad, con verdad, con pureza y con honestidad, sin poses añadidas ni pasitos disimulados. Con una quietud estremecedora.

Es un lujo —gracias, hermano— pertenecer al grupo de privilegiados que pudimos vivirlo. Pero solo cuando, al menos una vez en la vida, todos, ricos o pobres, sanos o enfermos, puedan compartir esa posibilidad, sea desde la barra del bar o desde la cama del hospital, el héroe referido por el filósofo lo será de verdad. No valen vídeos ni repeticiones. La emoción de ver al toro rozando la taleguilla del torero, y al torero desafiando a la muerte con un aplomo que asusta al más pintado solo se puede sentir en el instante en el que ésta puede llegar, no a sabiendas de que pasó de largo.

Publicado en Diario Jaen

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