Opinión: Nuevo Laredo Taurino.

Por Miguel Rodríguez Sosa.

La banda musical estaba toda uniformada, portaban corbata y un elegante quepí, el empresario solía acomodarlos en lo alto de la plaza, pero por igual se confundían entre el respetable, los hombres de esa época acostumbraban llevar un elegante sombrero, para no desentonar, era indispensable vestir de traje, las damas elegantemente ataviadas, por lo mismo era todo Nuevo Laredo, un “capotazo” de momentos taurinos.

La Plaza de Toros Nuevo Laredo ya estaba a reventar, y aun así desde el Mercado Maclovio Herrera seguían saliendo las bellas calandrias adornadas y jaladas por nobles caballos hacia ese lugar, llevando su carga preciada, el turismo que desesperado quería el inicio de la corrida de toros presenciar.

A las afueras, la vendimia abarrotaba y se revolvían entre el público en general que, hacía fila para adquirir su boleto de entrada, los taquilleros no se daban abasto, los dólares y los pesos mexicanos brillaban entre todos, manifestando esa atinada realidad comercial.

Por lo mismo los empresarios taurinos no escatimaban gastos ni se andaban con pequeñeces para ofrecer su espectáculo, todo era en grande, todo era para satisfacer al más exigente, brindar a su público presente esa calidad ofertada a través de sus carteles.

La Plaza de Toros Nuevo Laredo ubicada en la esquina de la avenida Juárez y calle Bolívar fue por siempre la catedral de la tauromaquia de esta ciudad, ahí se abarrotaba dicho sitio para presenciar a lo mejor de lo mejor del arte taurino.

Pero también y a través de las épocas, la Plaza de Toros La Fiesta, así como la Lauro Luis Longoria vinieron a reafirmar ese gusto, esa pasión, ese agrado por ser partícipes de admirar, conocer, disfrutar de la presentación de grandes novilleros, toreros, picadores.

Lorenzo Garza el matador regiomontano junto al español Joaquín Rodríguez “Cagancho” alternaron aquí en Nuevo Laredo para la inauguración de la antigua plaza, mencionar a Gastón Santos el haberse presentado en repetidas ocasiones aquí en Nuevo Laredo.

Por igual un rosario de matadores vinieron a darle calidad al espectáculo taurino en diferentes generaciones, el matador Juan Silveti, Manuel Rodríguez “Manolete”, quien muere dos años después de presentarse aquí en esta frontera, al español Sebastián “Palomo” Linares, Rafael Rodríguez, Manuel Benítez “El Cordobés”.

Alfredo Leal le daba un entusiasmo enorme a la afición taurina de Nuevo Laredo, sin olvidar a Curro Rivera, Manolo Martínez, Mauro Liceaga, Fabián Ruiz, el grandísimo Eloy Cavazos, Rodolfo Rodríguez “El Pana”, los Armillita, los Capetillo, un recuerdo inolvidable el recibir al gran matador Valente Arellano en La Fiesta, quien falleciera posteriormente en un trágico accidente vial.

El matador Jorge de Jesús “El Glison” era todo un espectáculo cada vez que se presentaba en Nuevo Laredo, Joselito Ruiz, Luis Fernando Núñez, Jorge Cantú “El Gallo”, quien mostró varias rivalidades en la Lauro Luis Longoria con Alberto Galindo “El Geno”, entre muchos otros.

No se puede dejar de mencionar a los locales novilleros Lorenzo Serratos “El Canario”, Raúl Salinas “Capetillo” y al gran matador de toros Antonio Canales, por igual a empresarios y ganaderos que le apostaban todo a Nuevo Laredo.

El Penal de La Loma ha sido el único sitio que se tiene históricamente registrado en haber llevado a cabo una corrida de toros dentro de sus instalaciones, impulsado por estos dos grandes novilleros locales.

El Berrinche” era un picador de la Plaza de Toros Nuevo Laredo, quien había hecho su carrera en la Ciudad de México y Aguascalientes, pero atraído por el ruido taurino de Nuevo Laredo, se vino a residir a esta ciudad, vivía ahí por la Guerrero e Iturbide, éste al término de su participación el respetable le brindaba morralla mexicana y americana y él con gusto lo cachaba con un capote.

Jesús Cárdenas Duarte, un exalcalde de esta ciudad taurino de corazón, narró en muchas ocasiones corridas de toros al propio estilo de don Paco Malgesto, pero con un talento y gusto muy fronterizo. El licenciado Duarte solía en su vehiculo blanco colgar de su espejo retrovisor el chaquetín en miniatura del traje de torero.

Muchos han de recordar a Roberto Ramírez apodado “El Huelguista”, aquel que quería ser al igual que su padre un torero, quien, a falta de una oportunidad para torear de parte de los empresarios locales, se apostó en la banqueta y por varias semanas sobre la Guerrero entre González y Mina con una gran pancarta exigiendo una oportunidad.

Franco Cardeño, un español que el toro “Hocicón” en su tierra natal al recibirlo a puerta gayola lo prendió arrancándole parte de su rostro, después de ese susto y arrastrando esa fama, se presentó en esta ciudad en la Lauro Luis Longoria, mas sin embargo a ese espontáneo español para su mala y buena fortuna gozó de hoteles y comidas de lujo, entrevistas exclusivas por casi dos semanas ya que el domingo de su presentación cayó un torrencial aguacero.

Y al llegar su presentación, fue tanto el abucheo del respetable hacia su trabajo toreril que por eso ya no vio rostro alguno, sólo espaldas de los que lo promocionaron, se decía que no traía en los bolsillos ni para el taxi tan sólo el boleto anticipado del avión.

Nuevo Laredo ha sido por siempre cuna de ese sentimiento taurino, se ha vivido económicamente y empresarialmente de esa fiesta, pues ese engrandecido entusiasmo se ha plasmado hasta en negocios como El Taurino Bar, El Torito Bar, La Faena Bar, La Montera Bar, el Restaurante El Rancho inclusive tiene un mural y un cartel taurino en su comedor principal.

Existía una peluquería frente a la iglesia Santo Niño, en donde estaban infinidad de puestos de tacos de papa, justo en el edificio del viejo hotel, ahí al entrar a ese negocio estaba adornado con detalles taurinos, carteles, banderillas, fotografías de toreros, hasta unos cuernos de toros colgaban de la pared.

No existía tienda de curiosidades que no ofreciera entre sus productos ese toro embravecido adornado con su par de banderillas multicolores, esa figura de yeso junto a los cuadros de toreros realizando una faena pintados por artistas locales, por supuesto que era el sello distintivo de esta ciudad.

El Rincón del Viejo era ese sitio especial para el turismo el acudir a cenar después de ver la corrida de toros, el Hotel Hacienda para la gente de mejor economía, y por supuesto el restaurante del desaparecido Hotel Del Río.

Las corridas de toros en Nuevo Laredo son parte de su tradición generacional, de su cultura, de ahí vivieron económicamente muchas familias de esta frontera, se crearon infinidad de historias, se llenaron de emociones, se sacaron de su pecho ese grito y reclamo como verdadero aficionado hacia esa mala actuación o falla en el ruedo.

Entonces qué importa más, que sobrevivan económicamente con este espectáculo cientos de familias, propietarios de negocios, empresarios, ganaderos, toreros, picadores, el vendedor de flores, el taquero, restaurantero, cantinero, peluquero, taxistas, camioneros, taquilleros, entre muchos otros, o que sobrevivan los toros, en consecuencia, no se genere como en otros tiempos, riqueza y economía en Nuevo Laredo.

Publicado en El Mañana

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