REMEMBRANZA: La Encerrona del Arte – En la Muerte de Óscar Chávez (1935-2020)

Luego de su recital en el ruedo de la Plaza México, Óscar Chávez firma un ejemplar de su “Encerrona” a un lado del busto de Carlos Arruza en la Plaza México en 1991.

No ha habido peor manera de rematar uno de los meses más oscuros de que se tengan memoria. Un abril que empezó en azul, pero remata su último día con negrura total al saber que Óscar Chávez, uno de los más grandes talentos artísticos de México, ha muerto siendo imposible la despedida y homenaje debidos. Su legado principal, el musical, es prácticamente incalculable por lo extenso y sobradamente bien rematado e incluye una magna obra taurina que, por increíble que parezca, muchos “taurinos” desconocen pero que da cuenta del acervo cultural taurino que el hoy finado encontró como deslumbrante en medio de un ambiente siempre complejo para el despliegue del arte y la tradición.

Por: Luis Eduardo Maya LoraDe SOL Y SOMBRA.

Si Agosto ha sido el mes donde históricamente los grandes toreros han partido, Abril marca de nuevo el periodo en el cual se van las figuras de las artes escénicas y de la canción. Hoy este terrible mes de un año triste suma a Óscar Chávez Fernández, doble figura, pues en ambas disciplinas, el canto y la escena, representó uno de sus máximos exponentes.

No olvidemos que el paso en el cine del artista capitalino no solo se reduce a la celebérrima “Los Caifanes” o aquella pieza televisiva tan poco conocida que hizo en Estados Unidos, “Break Dawn”, donde al interpretar al locutor mexicano Pedro J. González, pionero de la radio en habla hispana en Los Ángeles, en buena medida proyectaría parte de su propio paso como locutor y productor radiofónico en la vieja Radio UNAM.

Es esa institución donde su vena artística, cultural y artística, tomaría rumbo.

Así, fomentado desde niño musicalmente por su padre, un zacatecano que “tocaba muy bonito la guitarra”, el nativo de la Colonia Portales iría forjándose con una peculiaridad que muy claramente se mostraría a lo largo de su extensísima carrera, tanto actoral como musical, en su paso teatral como cinematográfico: la constante búsqueda de la excelencia.

En las tablas del escenario como en la pantalla, Óscar Chávez seguirá constante esa búsqueda a través del clasicismo del teatro griego y del fomento del teatro mexicano. En el cine, lo hará a través de una vanguardia que clamaba por un espacio en época de refritos de cine ranchero o de luchadores enmascarados, líos sindicales y falsa moralidad en los argumentos hasta que Juan Ibáñez, con quien entabla contacto desde su época universitaria, consigue el premio de guion que en 1966 permitiría realizar “Los Caifanes”.

No obstante, pese a su recurrente colaboración con Ibáñez, su paso por el cine es sucinto.

Aun pese a que el director, nacido en Guanajuato, insiste en recurrir no pocas veces al también vecino de la calle de Hortensia en Santa María la Ribera, antiguo empleado de banco y vendedor de electrodomésticos, incluso le hice alternar para 1970 con María Félix en la última película de la diva sonorense, “La Generala”, pareció que Chávez disfrutó mucho más de grabar “sus propias canciones” para que en el disco LP cuya portada es la propia Félix, aparecieran las canciones que interpreta él en la película.

Ahí tenemos “La Bailarina Española” que brinda reminiscencia total al flamenco español con introducción y un remate instrumental de guitarra española pero donde, además, Chávez, el compositor, usa la referencia taurina para describir, en su letra, a la “Bailarina” en cuyo tocado “lleva un sombrero torero y una capa carmesí”. Magno es esa entonación de su remate donde, incluso, tira hacia el cante hondo en un soberbio final cercano a la soleá.

De sorprendente ejecución.

Pasado ese tiempo, para 1972, Óscar Chávez no podría escaparse de nuevo a Juan Ibáñez y, aunque cerrada su vena actoral, este utilizaría varias canciones del primero para musicalizar su extraña y surreal oda al martinismo, “Los Caprichos de la Agonía” donde la poderosa voz, cual vuelo de halcón, de Óscar Chávez se encuentra en varios momentos del examen que realiza Manolo Martínez de sí mismo, desde un son jarocho en una faena hasta aquel canto al “Señor San Juan, sobrino de la Virgen… aléjanos del mal… que no nos mortifique…” mientras se alternan vistas del torero reinero por el callejón de la Monumental de Monterrey y de La México, donde la atención y la tensión de la cámara y su movimiento pasan por el gesto, a veces de hartazgo o de absoluto derroche, de Manolo.

Para muchos, el filme es una locura, inconexo, extraño, laudatorio, desequilibrado o desquiciante, pero en sí, resulta ser un valiosísimo documento taurino, no propagandista, sino definitorio de todo un modo de entender el arte, de un concepto y estilo en despliegue artístico personal que no está sujeto ya a ninguna regla, que flota y desafía amarras y posturas, claro, desdeñoso.

Es decir, martinismo en su más pura manifestación y esencia.

Nótese el retrato del partidarismo martinista que brota hasta la histeria tras cada episodio, lance, muletazo o espadazo, que hilvana Juan Ibáñez. Que canta Óscar Chávez. Cuyo martinismo, pese a lo hosco, lo huraño, lo silencioso, encuentra en él uno de sus mayores partidarios. Alguna vez recordaba el Dr. Samuel Rosete, autoridad taurina como pocas, que el propio Óscar Chávez en una reunión dijo al grupo de personas ahí presentes y, con recelo, que no hicieran mucha confianza al propio Doctor ahí presente, “porque ese es cavacista.” Óscar Chávez forma parte de ese martinismo casi fundacional del que ya solo sobreviven, tras su partida, Jorge Cuesta y Julio Rivera “Chirrín” testigos y protagonistas que directa e indirectamente se reflejan en la mencionada oda martinista.

Claro está, el perfil, la cultura de este gran artista no dio para tender hacia las dulzuras de la industrialización o la vil comercialización en su momento de plenitud de facultades vocales. Cuando se piensa se tienen, bien o mal, convicciones mismas que Óscar Chávez manifestó respecto del movimiento estudiantil y, posteriormente, en la siguiente década, en sus certeras, ingeniosas y perfectamente trazadas “Parodias Políticas” por lo que, como siempre en estos casos, las etiquetas vuelan y a la industria musical le vino perfecto colocarle el San Benito de “cantante de protesta”, “trovador político” y otras tantas lindezas.

Nada más equívoco que un concepto incompleto.

La obra de Óscar Chávez no puede etiquetarse a través de uno y otro género, o si se parece a uno u otro artista extranjero. Es muy difícil encontrar un artista con un fondo cultural o un repertorio más basto y amplio que haya interpretado con éxito pleno tantos y tan diferentes géneros o que haya realizado tal nivel de investigación para abordar un tema en concreto o que se haya preocupado más por encontrar, aprender y difundir los sonidos que hace siglos nacieron o que se encuentran escondidos, ya en una cueva del desierto en Durango o, bien, los que habitan en un convite a los toros por una modesta banda de pueblo.

Es decir, mantener vivos los sonidos antiguos, hacer de la tradición y el rescate, arte pleno.

Por ello, cuando en el año 1990 anunció que había grabado 52 temas, 52 de tema taurino fue un auténtico revuelo pues la producción musical taurina llevaba años detenida encontraba al fin una remembranza y renovación, porque Chávez no paró en el tópico, en el lugar común taurino ni en considerar su “Encerrona” como una obra individualista sino se preocupó por agrupar los grabados de José Guadalupe Posada e integrarlos a muchas de las canciones del Siglo XIX y principios del XX que se dio el lujo de interpretar, como el “Corrido de Lino Zamora” o el “Corrido de Bernardo Gaviño” o encontrar letras, buscar música, melodías y acompañamientos que incluso solo habían vivido oralmente por generaciones.

Tal como hizo con el fabuloso “Torito Retinto” que solo conocía el enorme Armando Rosales “El Saltillense” y a quien Óscar Chávez le acredita su redescubrimiento en el tercer “torito” de la “Encerrona”, así como darle juego, además de Agustín Lara, de quien hace importantes interpretaciones, a compositores casi olvidados como autores taurinos: Lorenzo Barcelata y sus sones taurinos “Toro Coquito” o “La Vaquilla” o, bellísimo y campirano, “El Arreo”; a Juan S. Garrido, que es mucho más que la “Pelea de Gallos”, con su pasodoble “Cañitas”; Alfonso Esparza Oteo y su “Lorenzo Garza” o la preciosa “Oreja de Oro” de Núñez de Borbón y ni qué decir de las creaciones especiales, “El Alguacilillo”, “Las Mulillas”, “El Puntillero” o el bolero con música del gran Marcial Alejando y letra propia, “Manolo Martínez”, donde lo consagra como “martirologio de fuego”.

Por ello, de toda su obra, y estamos hablando de más de cien discos grabados, abarcando géneros tan disímbolos como la polka norteña, el son jalisciense y colimense, el canto cardenche, la trova yucateca o la habanera, entre otros, es muy posible que “La Encerrona” agrupe el trabajo más completo, claro, si miramos el disco como una obra en sí misma, no como los “éxitos” sencillos que “pegan” en la radio.

Alguna vez, en un concierto o recital, como bien les llamaba, le escuche decir que había sido una irresponsabilidad haber cantado “La Llorona”, completa.

“Veintidós minutos de irresponsabilidad.”, decía.

En “La Encerrona”, sin tales exageraciones, no reparó en tiempos para cantar a Juan Silveti Mañón y su corrido, o el excepcional “Corrido a la Muerte de Alberto Balderas”, casi nueve medio minutos de absoluto relato taurino, sin ignorar que uno de los más reveladores hechos para mucha gente fue alumbrar la letra de “Cielo Andaluz” que hace ver una hermosa letra de amor y de idolatría, españolísima y adoptada para bien en nuestro país, como el pasodoble por excelencia en nuestras plazas como bellísima y eterna herencia.

Y lo más interesante, los ensambles que logra, pasando del Mariachi, a la Banda (de Tlayacapan, Morelos) al conjunto de cuerdas jarocho para las “Décimas del Toro Puntal”, representado por la mítica agrupación “Mono Blanco”, o el Cuarteto Caribeño y la voz, en todo aspecto, sobresaliente de Amparo Ochoa con quien había hilvanado un enorme triunfo en Holanda y que se dio a cantar el mencionado “Torito Retinto” y uno de los sones jaliscienses más hermosos “El Son del Torero” sin olvidar los Romances, genero casi en extinción y, claro, la protesta hilvanada en el “Novillo Despuntado”. No olvidemos, Óscar Chávez es de los muy pocos artistas que (nunca) jamás cantó con pistas. Uno de sus maximos orgullos.

Una variedad pasmosa.

Y lo logró presentar este gran trabajo en el ruedo de la Plaza de Toros México momentos antes de un festejo novilleril allá en 1990, bajo algo de llovizna con todo y el Mariachi Oro Juvenil, subiendo a la historia de la Plaza y, por siempre, al gusto del público que cada día que pasa encuentra algo nuevo, un detalle, un sonido distinto, en la “Encerrona”.

Por ello, convencidos estamos que Óscar Chávez, pese al dolor de su partida, se va con satisfacción.

Su preocupación de rescatar el pasado, de avivar la tradición, uno de los conceptos que mejor le expuso a la insistente Cristina Pacheco respecto de su gusto taurino, queda vivo por lo menos para nuestros efectos, gracias en buena medida, no solo a su canto, que es fabuloso sino a la magnífica obra e investigación que ha legado.

Recuerdo la gran iniciativa que, precisamente, en Abril de 2012 tuvo el Lic. Eduardo Heyfte Etienne, apasionado defensor de la tradición musical mexicana. Cuando el Lic. Heyfte presentó su libro “Corridos Taurinos Mexicanos” tuvo el enorme tino de convencerlo, pese a sus dudas iniciales, de acudir a la presentación en la Asociación de Matadores, de hacerle quedar a escuchar una banda que mucho le emocionó cuando sonó el “Corrido de Lino Zamora”, para luego encontrarse con un público, el taurino, que nunca le ha abandonado y que lo abrumó para pedir que firmara la maravillosa “Encerrona” y algunos la llevaron en su caja dónde están esos discos en 33 revoluciones.

Recuerdo que también mencionó que esperaba que el libro del Lic. Heyfte abonara en impulsar la muy vapuleada fiesta.

Descanse en paz, Óscar Chávez, en lo que a él toca, el deber taurino se ha cumplido.

Que así sea.

Twitter: @CaballoNegroII.

Óscar Chávez Fernández (México, D.F. Marzo 15, 1935 – Ciudad de México. Abril 30, 2020) Artista de toda línea: actor, compositor, intérprete, cantante y musicólogo investigador mexicano murió en la mañana de este jueves en el Hospital 20 de Noviembre del ISSSTE de la capital mexicana a los 85 años. Investigador musical de enorme acervo y amplitud hizo uno de las últimas y más competas obras que agrupan música taurina desde el Siglo XIX y el Siglo XX, así como poesía y grabados taurómacos en su compendio “Encerrona con Óscar Chávez” editada en 1990 por Discos Pentagrama. Le sobrevive su esposa, la Maestra coreógrafa Raquel Vázquez. Descanse en Paz.

Una respuesta a “REMEMBRANZA: La Encerrona del Arte – En la Muerte de Óscar Chávez (1935-2020)”

  1. Importante y justo reconocimiento a Oscar Chávez, detalles taurinos no conocidos por muchos, su interpretación no se le puede encasillar en un género, y deja una importante huella en el escenario musical de México. Descanse en paz.

Deja un comentario