El ganadero de El Parralejo que enamoró a València.

El criador sevillano ha fallecido a los 68 años – Los ejemplares de su hierro propiciaron triunfos a Román, Jesús Duque o Varea en la plaza de la calle Xàtiva.

Por Jaime Roch.

Tras cuarenta años encerrado en una oficina, con muy poco tiempo libre, he pasado a disfrutar del campo bravo, de la libertad de la naturaleza y de la pasión por el toro bravo”, afirmó Pepe Moya, ganadero de El Parralejo, durante una entrevista en tierras de Zufre, provincia de Huelva, en la finca que recibía el nombre de su propia vacada. Ahora, tras su fallecimiento, ese disfrute se ha convertido en un legado inolvidable que arrancó en el 2007, tras comprar un puñado vacas de Fuente Ymbro y otras de Jandilla y sementales como “Habilidoso”, de Fuente Ymbro, o “Administrador”, de Jandilla. Pepe era un hombre que llegó hace poco al mundo taurino como ganadero pero que llevaba todo la vida alrededor de él. Y sabía rodearse de pozos de sabiduría en la materia como Borja Domecq, íntimo amigo de la familia Moya, y Ricardo Gallardo.

Moya también era, junto a su esposa Concepción Yoldi, presidente y vicepresidenta de Persan, sociedad mercantil radicada en Sevilla, que se dedicada a la elaboración de detergentes, suavizantes y lavavajillas para Mercadona y otras empresas. Según declaró el empresario en aquella entrevista, su objetivo principal era traspasar el espíritu de su empresa a la ganadería: “Los dos pilares son la tecnología y las personas”. El hierro, con una M y una Y abierta encima representa los apellidos Moya y Yoldi de sus propietarios.

La muerte de este ganadero, a los 68 años tras no superar un cáncer, ha dejado seco al mundo del toro. Su última gran apuesta fue comprar la finca Monte San Miguel a la familia González Sánchez-Dalp, con 1.200 hectáreas para la cría del ganado bravo. Siempre quería mejorar su ganadería, darle una evolución cada año, y definir cada vez más su tipo de toro. Por eso, desde el primer momento, escogió a Rafael Molina, hijo del ganadero Javier Molina, como representante de su divisa: “El Parralejo no es un negocio porque no se puede ganar dinero. Tampoco es un trabajo, sino un hobby. El objetivo es desarrollar un toro que sirva para un tipo de toreo que nos gusta, con la única finalidad de disfrutar”, expuso durante la conversación.

La afición de este ganadero sevillano nació desde muy pequeño, como le pasa a la gran mayoría de aficionados. A la edad de los ocho años ya iba a las plazas de toros pero fue en Alcalá de Guadaira, donde pasaba los veranos, cuando potenció su amor por la fiesta de los toros tras acudir todos los domingos con su abuelo a los toros: “Gracias a él soy aficionado”, contó. Sobre la fiesta taurina, aseguró que “se torea mejor que nunca, pero muy igual en todas las faenas. Paco Camino dice que en su época todos eran distintos porque, por ejemplo, Diego Puerta no se parecía en nada a Antonio Ordóñez”, aclaró.

Pepe Moya vivía con el objetivo de dejar su huella en el mundo del toro y, tras casi quince años de crianza brava, lo ha conseguido. Sus ideas eran tan impactantes como esperanzadoras: “A la ganadería me gusta aplicar los mismos conceptos que al negocio, es decir, apostar por la tecnología y las personas. A la tecnología me refiero con tener buenos mimbres para formar la ganadería, es decir, buenas familias en la vacas y selección de buenos sementales. La tecnología ayuda a mejorar el toreo. Nosotros elegimos el encaste Domecq y las personas más indicadas para formar un equipo, como mi amigo Rafael Molina”.

En aquella charla, un verano andaluz después de un tentadero, la repregunta era evidente: ¿Cómo se puede aportar esa tecnología al toreo? “Es más sencillo de lo que parece. Estamos trabajando mucho en temas de inseminación artificial y trasplante de óvulos. La tecnología puede ayudar a perfeccionar el toro y a mantener los encastes que hoy funcionan. Por ejemplo, hemos inseminado nuestras vacas con sementales de Jandilla de hace 20 años”, expuso.

València, plaza talismán

Sobre sus logros, en 2010 lidió las primeras novilladas sin picadores en la Comunitat Valenciana, pero no fue hasta el marzo del 2012 cuando triunfó como ganadero con picadores en València. Esa tarde, dos de sus pupilos recibieron el premio de la vuelta al ruedo. Especialmente recordado es el tercero, de nombre “Vejado”, que embistió sin fin en la muleta de Román y puso su nombre a circular tras ser apoderado por Simón Casas y Santiago López.
Dos años después, El Parralejo lidió otro novillo de bandera en el coso de la calle Xàtiva. De nombre “Manijero”, permitió a José Garrido conquistar la puerta grande y destaparse como un joven con proyección.

En 2015, el entonces novillero de Castelló, Varea, triunfó el último día de Fallas con el último novillo de la feria. Su toreo con el capote, tan sedoso como puro, y su faena de muleta, tan profunda como auténtica, compusieron una labor de las que son difíciles de olvidar.

En 2016, los parralejos permitieron dos grandes faenas sin rúbrica con la espada a Ginés Marín meses antes de su alternativa y, en 2017, un novillo de esta casa puso el triunfo en la mano de Diego Carretero para ser el mejor novillero de las Fallas.

El 2019 fue el año del debut de Pepe Moya con una corrida de toros en la Feria de Julio de València, pero antes propició una tarde de entrega y buen toreo en Fallas con Borja Collado y Diego San Román, que resultó herido de gravedad.

La tarde de la Feria de Julio fue una de las más felices para el ganadero sevillano porque presentó una corrida de toros seria y cuajada, con buena nota en el comportamiento en la muleta. Ese día, el torero de Requena, Jesús Duque, aprovechó su gran lote y salió por la puerta grande de València, la tercera de su carrera.

La ilusión de Pepe Moya fue la ilusión del mundo del toro. Y eso, en una profesión tan difícil como es la de ser torero, no se olvida fácilmente porque siempre quiso ayudar a los más jóvenes. Ahí está su legado y su historia.

Publicado en Levante

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