
Por Rodolfo Villarreal Ríos.
Antes de la prohibición de la tauromaquia, Belmonte y Gaona los finales de 1913, principios de 1914, el país vivía los días en que, mientras que en el norte los constitucionalistas mantenían la lucha por la legalidad y la instauración de una opción nueva de gobierno, en el centro de la nación el chacal se la pasaba inmerso entre sahumerios olor a petate quemado y aromas de licor, al tiempo que intelectuales distinguidos lo acompañaban en el ejercicio de sus villanías. En medio de todo ello, la vida diaria continuaba y la población trataba de realizarla de la manera lo más normal posible. En busca de olvidarse de la pesadilla que se vivía, los mexicanos, en la capital y en las entidades federativas, recurrían a una de sus diversiones favoritas, la fiesta brava.
Si ya sabemos que algunos, sintiendo que están muy a la moda, habrán de pegar el grito en el cielo porque osamos comentar sobre eso que ellos consideran un acto barbárico. Sin embargo, este escribidor toma el riesgo de hacerlo bajo la premisa de que la tauromaquia es una expresión cultural de arte puro en donde va implícito, además de lo que genera per se, todo el compendio de lo que es la vida diaria con sinsabores y alegrías. Quien se espanta ante lo que ocurre en un ruedo trata de negar la realidad que lo rodea en el acontecer cotidiano.
Antes de entrar en materia, podría ser que alguien nos espetara un reclamo indicándonos que si somos tan taurinos como calificamos la actitud que, respecto a las corridas de toros, asumieron dos de los cinco personajes de nuestra historia que más admiramos, el estadista Benito Pablo Juárez García y el presidente Venustiano Carranza Garza quienes en su momento emitieron decretos para prohibirlas. A pesar de lo que pudiera parecer a primera vista, ambos personajes no eran lo antitaurino que podrían lucirnos, ambos acudieron, y gozaron, en ocasiones diversas a las plazas para admirar los festejos taurinos. En el caso del estadista oaxaqueño, quien emitió el decreto en 1867, hay cuatro razones que se esgrimen pudieran haber motivado su disposición para no permitir la lidia de reses bravas, algunos arguyen fue para marcar una independencia total de España de donde nos llega la fiesta. Otros indican que buscaba romper con cualquier cosa que recordara a Maximiliano quien era un taurino practicante.
Una tercera opinión es la que sostiene que se debió a diferendos con el torero hispano Bernardo Gaviño y Rueda a quien, en 1863, había tenido preso en San Luis Potosí y con el que volvió a tener desavenencias en 1867. En igual forma, se dice que prohibió los toros para evitar reuniones multitudinarias que pudieran provocar alzamientos políticos. En lo que concierne al mandatario coahuilense, la versión más conocida es que al impedir la realización de eventos taurinos, emitida en 1916, cobraba la afrenta cometida por uno de los dos toreros mexicanos más grande de todos los tiempos, Rodolfo Gaona Jiménez, a quien se le atribuía mantener una amistad cercana con el chacal Huerta. Esto pudiera derivarse del hecho de que durante el tiempo en que ese fulano usurpaba el poder, Gaona cometió el desliz de brindar un toro al felón durante la corrida del 28 de noviembre de 1913 en la Plaza de El Toreo. Al terminar el evento, Huerta invitó a Gaona para que fueran a echar un brindis y el torero aceptó. En igual forma, Gaona acudió a una comida que el inspector general de policía en aquella época, Francisco Chávez, le ofreció, por los rumbos de Huipulco, a él y al usurpador. Esto quedó impreso en fotografías y ni quien pudiera negar el lance desventurado. Carranza nunca olvidó ese desvarió.
Al calce de lo anterior, vale apuntar que el 28 de enero de 1912, durante una encerrona de Gaona con reses de San Diego de los Padres y Piedras Negras (Tlaxcala), entre los asistentes se encontraba el presidente Francisco Ygnacio Madero González, quien emocionado ante el arte de Gaona lo hizo subir al palco para felicitarlo. Asimismo, años más tarde, el llamado Califa De León fue amigo del presidente Álvaro Obregón Salido y el estadista Plutarco Elías Calles Campuzano, quien llegó a echar pie a tierra para lidiar algún becerro en la hacienda El Molinito, propiedad de Gaona. Pero retornando a las prohibiciones, es factible concluir que en ambos casos fueron relacionadas meramente con asuntos políticos que nada tenían con dilucidar si la fiesta brava era un acto de salvajismo o una expresión del arte. Vayamos ahora a lo enunciado en el párrafo primero de esta colaboración.
Entre el 9 de noviembre de 1913 y el 15 de febrero de 1914 y en la plaza de toros “El Toreo,” construida en los terrenos de lo que un día fuera la Hacienda de la Condesa de Miravalle, María Magdalena Catarina Dávalos de Bracamonte y Orozco, se efectuó la temporada 1913-1914 organizada por la empresa La Taurina bajo la dirección de José del Rivero. El local estaba ubicado en el cuadrante que forman las calles de Durango, Colima, Salamanca y Valladolid en la Ciudad de México (ahí en donde ahora se encuentra El Palacio de Hierro) y tenía capacidad para de 23 mil personas. Los precios de entrada eran cinco pesos en sombra; uno setenta en sol y la entrada general a segundo piso de lumbreras de sombra era de dos pesos con cincuenta centavos. En aquella temporada los toreros, a quienes podríamos considerar base, por el número de actuaciones que tuvieron, fueron el madrileño Vicente Pastor y Durán y dos toreros singulares, el trianero Juan Belmonte García y el leonés Rodolfo Gaona Jiménez. Veamos, rápidamente, los antecedentes de los tres.
Vayamos por orden de alternativa. Pastor, el apodado “Chico de la Blusa,” andaba en su doceavo año como torero.
Fue, el 2 de octubre de 1910, el primer torero que cortó una oreja en la plaza de Madrid. Gaona, quien, en 1908, tomó la alternativa en la plaza de Tetuán de las Victorias, Madrid, acababa de regresar de España. Allá, se pasó la mayor parte de 1913. Se mostraba reticente a retornar a México en donde esperaba que se arreglara la turbulencia política prevaleciente, lo cual como ya mencionamos lo hizo pronto lo olvidó. En esa temporada española exitosa toreó 44 corridas en las cuales estoqueo 84 bureles. Fue Del Rivero quien lo convenció de que volviera a torear en México. Belmonte, el 16 de octubre de 1913, había tomado la borla de matador en la plaza de Madrid y, tras de ello, se vino a “hacer la América”. Debutó en México el 9 de noviembre en El Toreo en mano a mano con Vicente Pastor enfrentando reses de San Diego de los Padres. A lo largo de esa temporada, siete serían las ocasiones (los días 7, 12, 14 y 21 de diciembre de 1913, el 25 de enero, el 8 y 15 de febrero de 1914) en que Gaona y Belmonte compartirían cartel. A continuación, habremos de ocuparnos de lo acontecido durante las cuatro últimas.
El 21 de diciembre, se daba un mano a mano entre Gaona y Belmonte con seis toros de Tepeyahualco. Las expectativas eran altas. Sin embargo, al entrar a matar el primer burel, Belmonte fue corneado y Gaona hubo de despachar a los cinco ejemplares. La actuación no fue de las mejores, sus esfuerzos fueron recompensados solamente con palmas. La reaparición del Pasmo de Triana se dio el 25 de enero de 1914, alternando nuevamente con Pastor y Gaona con un encierro de Zotoluca que resultó desigual. La crónica de la corrida publicada en el diario “El Independiente,” de corte ‘usurpasionista,’ bajo la firma de un comentarista quien se firmaba como “PELONGO”, iniciaba apuntando que “No hay espectáculo alguno que apasione más, ni que dé margen a mayores controversias que el de la lidia de reses bravas tan censuradas por unos, como alabadas por otros.” Como podrán ver quienes hoy arguyen que sus posturas son novedosas, hace más de cien años ya existían quienes se mostraban reacios a aceptar esta expresión cultural.
En ese contexto, de la controversia, se mencionaba que “…en tanto que la mayoría de los aficionados verdaderos elogian la labor de Gaona hasta levarla al infinito, tratan otros de empequeñecer los méritos del indio hasta reducirlos a la nada.” En este caso, podríamos decir que desde entonces ya pululaban los “mexhincados” (Leonardo Páez dixit) como si el arte pudiera definirse en función de nacionalidades. Pero dejemos disgregaciones y vayamos a lo acontecido aquella tarde. Acorde con el relato, el segundo toro de la ganadería de Piedras Negras resultó bravo, pero escaso de poder. “Al asomar la jeta el segundo toro, se fue a él el indio y le dio hasta siete verónicas, cuatro de ellas de las que son dignas de esculpirse en mármoles para enseñanza de futuros toreros…Cuando sonaron los timbales, tomó Rodolfo las banderillas y aquello fue el delirio…. Colocó un par al quiebro que resultó un tanto caído y que algunos de villabrutanda silbaron sin fijarse en lo mucho que aguantó Rodolfo, en la manera en que se dejó meter el toro por debajo y el estilo magnifico de meter los brazos’.
Los dos pares siguientes “levantaron un huracán de aplausos.” La faena de muleta Gaona “daba pases de todos estilos que competían en hermosura.” Lo mismo aparecían los pases de rodilla que los cambiados de mano, “ya uno de los cuernos de la fiera rozaba la pechera de la almidonada camisa…. Aquello era una cátedra de toreo…Pincha Rodolfo en lo duro y luego ejecuta a la perfección el volapié colocando el estoque en lo más alto” Al caer el burel, la ovación fue prolongada y se le concedió una oreja que paseó durante la vuelta al ruedo. En el quinto toro, trató de hacer faena al hilo de las tablas, el lucimiento fue poco y a la hora de matar, Gaona volvió a pinchar en el primer intento para después colocar media estocada que le valió otra vuelta al redondel entre aplausos. Antes de ver lo que Belmonte hizo aquella tarde, permítanos un paréntesis.
Al revisar esta crónica, no pudimos sustraernos a recordar aquellos días infantiles cuando escuchábamos la polémica entre el abuelo paterno, don Rafael Villarreal Guerra, y el tío Héctor Villarreal Martínez acerca de quien había sido el mejor torero mexicano de todos los tiempos. Al primero, no había quien lo convenciera de que aparte de Gaona nadie más, el segundo argüía que el maestro Fermín Espinosa Saucedo, “Armillita Chico” lo superaba pues, además de su grandeza durante la lidia, había sido mejor a la hora de ejecutar la suerte suprema ya que nunca se le fue un toro vivo. Lo mejor es que al final, tanto uno como otro terminaban convencidos de que la razón le asisia y a esperar el siguiente intercambio de opiniones. Pero volvamos al 25 de enero de 1914.
Belmonte reaparecía de la cornada luciendo aun los estragos causados por esta. Ello, no le impidió darle “al primero seis verónicas, tres de ellas de esas que levantan a las multitudes. Con la muleta hizo prodigios. Pases de pecho rodilla en tierra y de molinete entre los pitones. Pases naturales maravillosos y algunos cambiados monumentales. No obstante que pinchó dos veces y mató al descabello, le fue otorgada una oreja. En el que cerró plaza, el socio no cooperó, poco pudo hacer y para rematar el animal se volvió de hueso.
Para el 8 de febrero, el cartel volvió a ser el mismo, Pastor-Gaona-Belmonte, anunciándose como la corrida de beneficio para este último. Para ese momento, los precios de las localidades de sombra se habían incrementado a seis pesos, las de sol a dos pesos y las de entrada general a segundo piso de lumbreras de sombra a tres pesos. La papeleta era de alrededor de cuarenta mil pesos. Si bien los asientos de sombra lucían llenos, en los tendidos de sol se apreciaban vacíos significativos, los cuales fueron atribuidos al rumor de que Belmonte no se presentaría debido a que se resintió de la cornada que había sufrido en Nogales, lo cual era falso. A la hora de la verdad, se lidiaron reses de la ganadería hispana de Peláez y la tlaxcalteca de Piedras Negras que, acorde con las crónicas, entablaron una competencia de mansedumbre. Los toros de la primera lucían feos, cornalones y viejos, salvándose solamente uno de ellos, el sexto. Por lo que corresponde a los de la segunda, los dos primeros fueron devueltos al corral por exceso de mansedumbre y el sustituto fue una rata indigna. Entre los coletas, Pastor tuvo una tarde mala, sin materia prima poco se puede hacer y se dedicó a cumplir lo cual no evitó que parte del publico le chillara, mas cuando no le encontraba la muerte a su segundo. Por su parte, Gaona no se quedó atrás en eso de no lograr nada, pero los animales que le tocaron no se prestaban para el lucimiento.
Por vez primera en esa temporada se abstuvo de banderillear, el poco respeto de su primero y la mansedumbre del segundo lo hicieron abstenerse. A Belmonte le tocó lo menos peor del encierro y con uno de Piedras Negras pudo hacer florituras como siete verónicas, cuatro de las cuales, se narra fueron de ensueño y con la muleta estuvo a la altura. A la hora de estoquear, el primer viaje no hizo doblar a la res por lo cual hubo de descabellar, acertando al cuarto viaje tras de lo cual se escuchó la ovación del respetable. En el que cerro plaza, le tocó un toro de Peláez que fue bravo y, arrancando desde largo, aguantó seis varas. Acorde a la crónica, tanto con el capote como con la muleta, el trianero logró “una faena estupenda, enorme, imponderable”. Sin embargo, a la hora de la verdad volvió a fallar y tras dos pinchazos pudo despachar a la res, lo cual no evitó que se llevara fuertes ovaciones. Aun faltaba el cierre de la temporada en donde repetía el cartel.
A pesar de lo anterior, la afición hizo un lleno hasta la bandera para presenciar un concurso de ganaderías, ver a Pastor y Belmonte despedirse de México y a Gaona en busca del éxito no alcanzado en la ocasión anterior. A Pastor, le entraron las preocupaciones del viaje y anduvo más cuidadoso de que una asta no lo fuera a dañar. En su primero, uno de Atento, dio uno que otro trapazo, mientras que, con la muleta, tras seis pases de cerca que hicieron nacer esperanzas, decidió entrar a matar y aquello fue el inicio de un final largo. Se le cumplieron sus treinta y dos minutos y no atinaba con el acero cuando le sonaron un aviso. Al final, tras el decimo descabello, la res dobló. En el cuarto, uno de Piedras Negras carente de pitones, arrancó palmas con cuatro verónicas y eso fue todo ya que con la muleta toreo de pitón a pitón y algún latiguillo antes de despachar al burel e irse a planear el regreso.
Otro en camino al retorno a España, Belmonte, supo dar a cada cosa su sitio y a su primero de San Nicolás Peralta, premiado como la res mejor presentada, le saludo con dos verónicas y espero a llegar al tercer tercio en donde muleteo con maestría que le valieron al final de la faena, a pesar de dos pinchazos, la ovación de los aficionados. Su segundo, que fue el sexto de encierro, provenía de la ganadería de La Laguna, que hubiera merecido el premio de mil pesos en juego, era un burel de poder bien armado que fue cuatro veces al caballo con codicia y recargando, durante la lidia se mostró noble y valiente permitiendo que Belmonte tras ejecutar pases naturales y por alto de gran factura, lo despachara con un pinchazo y una gran estocada que le valieron una carretada de aplausos, dejando cimentada su fama de torero grande, habilidoso y valiente. Pero esa tarde el triunfo correspondió al llamado Petronio del toreo, Gaona.
En su primero, uno de San Diego de los Padres, lo toreó con sabiduría y entre los pases de muleta sobresalió uno de pecho con el cual igualó al burel antes de entrar a matar, pero pincha y vuelta a utilizar la muleta para colocarlo e irse sobre el morrillo dejando el estoque en lo mas alto provocando que el animal doblara. La ovación fue estruendosa. Respecto a lo acontecido con su segundo, nos permitiremos trascribir la crónica del tal “PELONGO” como la publicó el 16 de febrero en El Independiente. Empezó indicando que “en donde el entusiasmo llegó al delirio, donde se desbordó como río hinchado, donde levantó huracanes de aplausos, fue en el quinto toro. “Marcillero” [de la ganadería de Zotoluca] fue de gran bravura.
Lo saludó Gaona con cuatro verónicas maravillosas, cuatro gaoneras colosales, presentando el pecho a la fiera y todo ejecutado con tal maestría, con arte tan supremo que no es aventurado decir QUE PUSO CÁTEDRA DE TOREO. El burel recibió cinco puyazos, arrancándose de lejos a los caballos y propinando recios tumbos al del castoreño.” En el tercio de banderillas, “…vino aquel par de banderillas, al cambio, EL MÁS COLOSAL QUE SE HA PUESTO.” Gaona dejó llegar al toro hasta que se le metió debajo, y cuando todos veían segura la cornada, cuando todos sintieron la angustia de ver suspendido al inimitable rehiletero, este levantó los brazos, marcó la salida ceñida, ceñidísima, y puso el par mas maravilloso que se ha visto….Después, se arma de estoque y muleta y solo, comiéndole el terreno al toro, que estaba quedado, le obliga a tomar la muleta y engrana una serie de pases rematados todos con la pierna contraria…Aquello no se sabe si duró un minuto o un siglo…Fue una inmensidad.
Era el torero más grande poniendo cátedra de tauromaquia. Era Rodolfo Gaona demostrando todo lo que vale. Era el pontífice de León, el Petronio ensenando como se torea y como se mata, porque el volapié con que puso digno remate a tan colosal faena no lo supera nadie, pero nadie. Dianas, la oreja y formidable ovación recompensaron al indio de esta faena y allá, recostado en la barrera, con risa enigmática como diciendo: soy el numero uno…Cuando quiero nadie me iguala.” Esa era la narrativa de una época en donde multitudes seguían la fiesta brava. Lo de las prohibiciones, ya lo dijimos, fueron asuntos políticos y nada tenían que ver con la esencia de la tauromaquia. Sabemos que ocuparnos de ello nos puede generar reacciones negativas, pero no vamos a sustraernos de emitir nuestra perspectiva sobre una actividad que desde nuestra perspectiva es arte esencialmente, claro que para algunos es difícil de entenderlo, muy respetable su opinión, pero no la compartimos.
Actualmente, en México y en el mundo, la fiesta brava enfrenta a un puñado de sujetos que dicen amar a los animales y buscan que “no sufran,” pero que acostumbran a divertirse con la violencia emanada de las miasmas de Hollywood, de cualquier programa televiso, videojuego o bien pegan de gritos eufóricos al observar una pelea de la UFC en donde dos fulanos, encerrados en una jaula, se baten a mandarriazo limpio. ¿Cómo podemos pedirle a ese tipo de personas que aprecien la estética que genera el arte de la tauromaquia? Jamás podrán valorar todo lo que encierra la imagen de un burel de cinco años, quinientos kilos, pelaje negro, bien puesto de pitones, enfrente de un ser humano quien, con los pies firmes sobre la arena y la figura erguida, armado de una muleta en la mano izquierda, lo cita para que pase, rozándole la taleguilla, humillando la cabeza sin tocar el paño. Esta es una estampa de plasticidad sin igual que genera un pase natural. vimarisch53@hotmail.com
Publicado en El Zócalo