Por Pedro Toledano.
Las ganas de poner la temporada taurina en marcha, una vez más, se está estrellando con la nueva virulencia del maldito bicho que está cambiando, y martirizando, nuestras vidas. Se reclamaba que las plazas de primera se pusieran en marcha. Valencia y Sevilla, comenzaron a hacer las primeras aproximaciones de fechas y carteles. La empresa Pagés anunciaba un domingo de Resurrección de alto copete, ¡ahí es nada!: Morante, Roca Rey y Aguado. Nada más anunciarse se aplazó para el 18 de abril, porque el Covid no cesa en su desmesurado ataque. Pamplona parecía que sí, que sería el principio del fin.
De momento, todo vuelve a estar en el aire. Porque, de una parte, el descontrol con que se está gestionando la pandemia, y de otra, las pocas garantías que se tienen de que los políticos autoricen aforos que permitan la viabilidad de los festejos, presagian lo peor. No se trata sólo de poder cubrir parte del presupuesto que conlleva el montaje de un festejo de relieve, sino que los toreros, cuando hacen el paseíllo en una plaza de gran responsabilidad, el factor ambiente es estímulo esencial. No conozco a ningún coletudo que toree sin estar poseído de una gran dosis de pasión. Y si ese estado de ánimo no está estimulado por la atención de un público, a un torero no le es fácil afrontar la lidia de un toro bravo.
Por todo ello, y sin querer pecar de agoreros, o cambia mucho la política de vacunación y la voluntad de los políticos que rigen hoy nuestros destinos, o nos tememos que podemos tener, como mucho, una temporada parecida a la pasada. Festejos en plazas con aforos reducidos, con toreros del segundo escalón que encuentran su principal estimulo en la ilusión de poder ser tenidos en cuenta cuando vuelvan las ferias de postín, y poco mas. Demasiado riesgo para el futuro de la tauromaquia, con gran peso en el PIB del Estado, como para no exigirle al gobierno , -¿verdad señor Uribes?- , las ayudas que por ley le corresponden y se le niegan.
Publicado en Las Provincias