
Por Jesús Soto de Paula.
Pude asistir el pasado Domingo de Resurrección a la Maestranza de Sevilla y me sorprendí que, aun estando allí, yo, divagada y fantasmalmente, estaba asistiendo a aquella otra Maestranza. Y es que, aun con la importancia e impronta del cartel anunciado, sabido es que la nula prestancia y casta del ganado imposibilitaron épicas mayores.
Pero yo no estaba allí aun estando, ni aquella era mi Maestranza aun siendo las mismas tablas. Mi albero, cual túnel del tiempo, se había ido caprichosamente a aquellos Domingos de Resurrección de Curro Romero, Rafael de Paula y Manolo Vázquez. Y es que uno no es dueño de lo que se adueña de él. Los recuerdos son rebeldes, y por ende, desordenados. A mí la nostalgia me sigue pareciendo de lo más torero que existe. Por eso, mis toreros siguen toreando en esa otra Maestranza que sigo escuchando calladamente. Sigo viendo cómo Curro le andaba al toro con esos pasitos cortos para citar, abrir el compás y darle el medio pecho al toro en el embroque. Todo acontece en esa medida del arte, cuando el de Camas se sentía en dos lances para poner aquello boca abajo.
Dice Curro: «Qué suerte he tenido, yo he sido el torero con más suerte que ha habido, porque si no sentía y el toro no me ayudaba, tiraba por la calle de en medio, aunque la gente se enfadara conmigo. Porque lo que no se puede hacer es aburrir a los públicos, es mejor cabrearlos». Y lo dice aquel que tiene el misterio de saber que es poseedor de lo que otros no poseen, que es decir su alma misma, desnudarse con la naturalidad del que habla o bebe un vino que nos emborracha a todos, y por ende, a él mismo, pues sólo se emociona si uno antes está emocionado.
Aquella tarde, Manolo Vázquez había cuajado una gran faena, pero a Curro y a Rafael, les dio por competir en quites, y ya se sabe lo que pasa cuando los que saben nos dicen lo que nadie sabe. Rafael se desmayaba en sus verónicas imposibles, con ese dolor de su quejío mismo, para en la media verónica mostrarnos su dolor gozoso, el de la seguiriya última y final. No se puede ir en contra de lo que somos aun sin quererlo… Y es precisamente el arte, esa espiritualidad que no obedece… salvo a sí mismo.
Publicado en ABC Sevilla
