El peruano, voraz e imparable, arregla en la tarde de máxima expectación la decepción de Victoriano del Río y fabula una faena de dos orejas con un sobrero.
Por Zabala de la Serna.
Roca Rey se inventó un triunfo de un fracaso inesperado, el de Victoriano del Río. Es inherente al propio toreo el fiasco en los días más esperados por lo repetido de la situación, y de ahí el manido tópico de corrida de expectación, corrida de decepción. De no haber mediado allí la bestia del peruano, la debacle hubiera sido total. Pero al final, cuando bajó el telón, había una muchedumbre en la puerta grande esperando al ídolo de masas que había colgado el no hay billetes, una vez más. Manda huevos que, a lo largo de la semana, han venido saltando en Fallas no toros buenos, sino auténticos sementales de la excelencia. Y precisamente, cuando se anuncia la ganadería que arrolló en la temporada 2022 -y en las anteriores- con una regularidad aplastante, sale por toriles una escalera de toros de paupérrima raza. O sea, que la base del cartel estrella venía con los plomos fundidos. Quiso el destino que a Roca Rey le tirase de costado Pablo Aguado el quinto toro -prendido con alfileres- en un quite improcedente que provocó el perdón del sevillano y el gesto del astro rey del Perú en plan «pero, coño, no lo estabas viendo». Y se encendió la luz del pañuelo verde. La salvación. No porque el sobrero, ensillado, montado, cabeza desproporcionada para su corpulencia, fuera la caraba, sino porque al menos habría alguna opción que con el lindo toro de plastilina no había.
Se movió manseando, también descolgando, es verdad, manejable pero con el empuje escaso. Roca Rey estuvo inteligentísimo, en el juego de las distancias, el tacto, el encaje por supuesto, la voracidad como siempre y la teatralización. Esa forma de llenar el escenario y la plaza con arrogancia, con el descaro, los gestos de rock & roll. Esto es un espectáculo y al que no se da importancia no se la regalan.
En cuanto al toro, le confirió el trato exacto, el paso que le faltaba, el empuje que necesitaba. Hasta reventarlo en dos series estratrosféricas de redondos, fundiéndose con él y exigiéndole todo lo que antes conservó. De chapó. Como el espadazo inapelable que descerrajo la puerta grande como un crujido. Que por qué es Roca Rey la máxima figura, dice usted. Por todo lo que acaba de leer.

Y por atornillarse antes con un toro que desprendía guasa travestida de genio. Un castaño de escaso perfil y afilado movimiento que hacía más feas sus hechuras. Ya en el capote echó las manos por delante, volviéndose sobre ellas, soltando calambres. No lo sangró demasiado. En banderillas se vivió un milagro: perdió pie a la salida del par Viruta y, cuando ya se presentía la cornada, Pascual Mellinas apareció como ángel de la guarda. RR brindó al público no como guiño gratuito, sino porque se plantaría dispuesto a jugársela. Ese modo de enterrar las zapatillas, la mano a rastras. Poderosa su derecha -el toro viajaba mordiéndose la rabia, soltando la cara- y no menos su izquierda. La vibrante serie de naturales fue de un gobierno deslumbrante, tremenda la exposición y, por ende, la vibración.
Ahí el toro geniudo se sintió podido, y ya se rajó y defendió como en una pelea tabernaria. Poco más pudo sacar el aguerrido peruano, desafiante incluso con el viento, más que cristales rotos. La estocada en los blandos afeó tanta entrega.
Había estrenado estrenado la corrida un toro altón, montado y zancudote, con aires de caballón y expresión de mulo. Apareció distraído, olisqueando las rayas, frenándose en el capote. Cantó prontísimo su mansa condición, pero no sólo: cuando se escupió de caballo a caballo, Emilio de Justo sintió ya en la brega, de la que se ocupó, cómo se ponía por delante, cruzándose por la esclavina. Le dieron lo suyo en el peto entre entradas y salidas. Nada corrigió su nula humillación. Ni mucho menos su sangre morucha. Lo de la cuadrilla fue un mitin con los palos. De Justo quiso ponerse y tanteó sin confianza, sobre la piernas finalmente. Abrevió como pedía la situación con media estocada.
A partir del tercero se abrió el turno de la armonía con tres cinqueños. Pablo Aguado posó la luz de Sevilla en la tierra de fuego. El toro se hacía una pintura, por bajo y delineado, y Aguado le esbozó unas verónicas hermosas intercaladas con chicuelinas. Y una media luminosa. Se superó en los quites por los palos puros: meciendo la verónica y alando la chicuelina. La embestida tenía ciertas esperanzas, y el principio de faena también. Tan bello el prólogo como una tanda en redondo acompañando con son. Mas el toro se puso andarín, y buscando los adentros. Pablo buscó otros terrenos, sin hallar las teclas ni el mando de la embestida, desinteresada de la vida.
Más o menos lo mismo sucedió con el burraco cuarto, más corpulento y cabezón. Emilio de Justo vio la oportunidad de desquitarse, lo sintió en el saludo ganando terreno y apenas lo castigó. Le duraría dos series de derechazos -tersos, a la voz y evidenciando rigideces que bajan de su lesionado cuello- a pesar de los paseos entre ellas. A la tercera se desentendió y ya todo fue darle un celo imposible hasta las manoletinas de despedida.
A últimas saltó un sexto que Pablo Aguado denunció como reparado de la vista. Y lo dejó en el caballo como quien lo deja en el oculista. A ver, nunca mejor dicho, si a base de darle se le corregía la visión…
Así que este episodio de despedida antecedió a la explicación por la puerta grande de por qué Roca Rey es máxima figura.
Plaza de toros de VALENCIA. Viernes, 17 de marzo de 2023. Sexta de feria. Lleno de “no hay billetes”. Toros de Victoriano del Río; tres cinqueños (3º, 4º y 5º); y un sobrero del mismo hierro (5º bis); de desiguales hechuras, remates y seriedades; descastados; 1º y 2º mansos malos; 3º y 4º, se apagaron pronto en su nobleza; el sobrero manejable y sin empuje; el 6º desfondado y muy sangrado.
EMILIO DE JUSTO, DE CALDERO Y ORO. Media silencio); pinchazo, media y dos descabellos. Aviso (saludos).
ROCA REY, DE TABACO Y ORO. Pinchazo y estocada baja (silencio); estocada (dos orejas).
PABLO AGUADO, DE AZUL SORAYA Y ORO. Estocada rinconera (leve petición y saludos); pinchazo y dos descabellos (silencio).
Publicado en El Mundo
