Entrevista: Morante de la Puebla, tras el hito de Sevilla: “No quiero ni pretendo ser un mito”

Por Zabala de la Serna. Fotos Carlos Garcia Pozo.

Un ligero viento ha extendido un manto de hojas nazarenas en círculos alrededor de la jacaranda de la placita de Molviedro. Por el fondo de la calle Castelar, el sol de la mañana siluetea la figura de un hombre que camina acompañado. Trae consigo el corazón de Sevilla, el eco de una multitud y el rostro cansado de quien está haciendo la Historia. A Morante de la Puebla se le ha puesto cara de estatua, bronce de otro tiempo.

Viene vestido de domingo, siendo lunes 1 de mayo. De niño bueno que no ha roto un plato. Chaqueta de difuminados cuadros azules, pantalón rojo y unos zapatos negros de hebilla dorada que refleja su mentón. Ese mentón que clava verónicas en su pecho. Gasta un paso de pereza, un garbo agotado, una desidia de sombras. La primera comunión de su hija Lola en La Puebla no ha concedido descanso a su cuerpo agitado de glorias. Fijó el 26 de abril de 2023 en el calendario del antes y el después. Año Cero de Morante.

Sucedió a la caída de la tarde de aquel día la última procesión de la Semana Santa, las calles cortadas por gente que coreaba su nombre espasmódico, meciéndolo desde la Maestranza al hotel Colón. Morante acababa de forjar una faena inalcanzable, la lidia absoluta en la fragua de la belleza; la reinvención del toreo improvisando planos viejos como si fueran nuevos; la rendición de Sevilla encaramada en lo más alto de la Historia: dos orejas y el rabo, la Puerta del Príncipe esperada desde 1999 y el Guadalquivir a sus pies, bendiciendo Curro y Rafael al último artista de su estirpe.

Desde entonces se ha refugiado, exhausto, en la familia, en ese rincón de la marisma donde a los niños les hacen sonajeros de arroz. Ésta es su primera entrevista tras el hito. La tarde de leyenda en su palabra. La palabra de un hombre antiguo, el torero más grande sobre la tierra.

Dos orejas y rabo, Puerta del Príncipe.
¿Qué fue aquello?

[Arrastra los pensamientos como la muleta] Bueno… Lo viví… Hombre, con emoción. Uno nunca piensa en cortar un rabo en Sevilla. Piensas en las tres orejas y la Puerta del Príncipe, y ya se me va muy largo el pensamiento [sonríe]. Tampoco me gusta pensar tan alto. Ni con tantas aspiraciones. Cuando aquello sucede… Pues la verdad es que te sorprende. Y, sobre todo, lo que más te emociona es la emoción del público más que la tuya propia. Esas caras de felicidad, esas lágrimas, me conmovían.

Y esa procesión por la calles como una manifestación de asombros.

La Policía no quería que la multitud siguiera cortando el tráfico. Pero a la gente resultaba imposible pararla. Hubo algunos altercados y los agentes cedieron. Me acordaba del puesto de melones de Juan Belmonte. De aquello que avisaban cuando toreaba para que despejaran los puestos ambulantes [por el tsunami presentido de la salida a hombros]. Hubo un momento en que no cabíamos por la calle, y las motos aparcadas caían al suelo como fichas de dominó. Las mujeres se asomaban a los balcones aplaudiendo, y todo eso que huele a Sevilla y a otros tiempos.

¿Conserva un recuerdo nítido de la tarde o es una nebulosa?

Yo, que suelo tener mala memoria, sí que recuerdo grandes partes. Sobre todo con el capote. A la hora de parar el toro, de hacerle los dos quites, la faena de muleta, la estocada. Creo que fue un buen toro. Un toro noble que me permitió sacar lo mejor de mí.

Hay un punto en la lidia anterior, en el formidable saludo de Juan Ortega, en los quites con él, que pareció funcionar como una espoleta. Parece que en cuanto asoma un presunto heredero del trono, Morante enciende el botón de la demolición.

[Vuelve a sonreírse] Es mi deber. No lo hago con la intención de la demoler nada, sino de fomentar la rivalidad, que tan importante es en el mundo del toro y en todos los mundos competitivos. No hay ánimo de derrotar a nadie. Uno siente el toreo y se siente gallo en su corral, y ve que uno está haciendo algo bien y lo quiere mejorar. Cuando he entrado en liza en toros de otros compañeros, les ha favorecido. El público pasa a un estado más vibrante y receptivo. Lo hago, es cierto, para hacerlo mejor que nadie. Pero siempre para dotar de argumentos el toreo.

¿Vio pronto a Ligerito, el toro de Domingo Hernández, garcigrande de Concha, legado de Justo?

Sí, muy pronto. Cómo metía abajo la cara en los burladeros. Y esa es una señal. De lo que va a hacer luego en los trastos, en el capote.
Y con el capote sucedió una antología. Una reinvención del toreo más allá de la verónica, una sublimación de suertes como la tafallera o la gaonera, interpretada como es, fue y será.
Sí, en aquel momento estaba, llamémoslo, en vena. Y quería hacer cosas que nunca había hecho. Tenía la oportunidad de sorprender y a la vez hacerlo con sentimiento. Son quites más rápidos y alegres, y quise imprimirles algo especial. Quedaron bastante bien, creo.

Qué difícil es salir en tromba y conjugar la lentitud; tener hambre y comer despacio.

[Ríe abiertamente] Eso decía el maestro Romero. Contener las ganas. Había que comprimir el impulso en la despaciosidad, en un sentimiento acompasado. La verdad es que el toro embestía despacio.

De la faena de muleta se ha dicho de todo. Que si la faena de la Historia, la mejor de su carrera, todo estratosférico. ¿Usted que piensa?

Yo no pienso nada. Es difícil. Eso de la mejor, la peor. Fue una faena muy completa -con la muleta y en su totalidad con el capote- y pude estoquearlo bien.

Una voz sabia como la de José Luis Lozano sostiene que explicó en 10 minutos toda la tauromaquia, un tratado de perfección.

Encerró mucha cultura y mucha historia. Lo dice alguien con una cabeza muy especial.

El año pasado en San Miguel ya pudo conquistar el rabo con el toro de Matilla; el presidente manifestó que tenía los pañuelos en la mano…

Esto ha sido más rotundo.

¿Se le pasó por la cabeza en algún instante la posibilidad del indulto?

Escuché un poco al público. Sinceramente nunca he indultado un toro. A lo mejor nunca me ha salido un toro de indulto. Pero el del otro día, si lo hubiese provocado, podía haber pasado. No me gusta, sin embargo, caer en lo fácil. Definitivamente, no me gustan los indultos.

¿Y en qué instante se dijo «voy a por el rabo» como única posibilidad ya de descerrajar la Puerta del Príncipe?

Más que por la propia Puerta del Príncipe, cuando monté la espada pensé: «Si lo mato bien, le puedo cortar el rabo». O al menos lo van a pedir. Lo maté bien y pude cortarlo, ese rabo tantas veces cantado por muchos. «Tú eres el único torero que puede cortar un rabo en Sevilla», me decían entre esto y lo otro. Pero lo difícil es que se dé. Y que se complete después de 52 años.

En la plaza se daba un cuadro: usted arrebolado de arte, en el tendido Curro Romero y en el callejón Rafael Paula.

Estaba bien custodiado. Pensé en brindarle el toro a los dos juntos. Pero estaban tan separados que reflexioné: «Desde que voy a uno y vuelvo al otro se va a difuminar la intención del brindis». Hubiera sido bonito por todas la tardes que han regalado a la afición de Sevilla. Y al mundo del toro.

Le llamó Romero, contó García Reyes.

Sí, me llamó para darme la enhorabuena y todo eso que salió en la prensa. Me confesó que todavía estaba soñando con las verónicas. Le contesté que con ellas me acordé mucho de él. De su primera época, de aquel vídeo del vestido blanco y plata con cabos negros, cuando cogía el capote un poquito más grande. Fue muy cariñoso conmigo y se lo agradecí mucho.

A Rafael, aunque luego se descuelgue con manifestaciones extemporáneas, le entregó el rabo.

Sí, sí, sí [ríe] Como siempre me está azuzando, pinchando, no criticando, sino que es una riña en su forma, se lo di: «Ahí llevas el rabo, anda, para que no me digas más ná».

¿Qué le entra por el cuerpo cuando escucha que es el torero más completo de la Historia, que se ha encaramado en lo más alto?

Son cosas muy fuertes. Procuro no leerlas para no venirme abajo. Es difícil ahora mantener el tipo. La última tarde de esta feria, después del lío, yo pensaba «¡qué tarde más complicada! ¿Y ahora qué hago?» Tampoco es fácil escuchar tantos elogios y piropos. Lo que ha pasado es un suceso.

Si eso se dice usted, qué no se dirán los demás que vienen detrás.

Cada uno tiene su estilo y su trayectoria. Yo he tenido suerte de que aquello saliera bien. Trataré de estar a la altura de las expectativas. Me asusta. Cortar un rabo en Sevilla es glorioso, pero uno es humano. Ruiz Miguel cortó un rabo y luego siguió siendo Ruiz Miguel.

¿Saldaba Sevilla las deudas de toda una vida?

Sentí que por fin la suerte se ponía de mi lado. Siempre pasaba algo para que no sucediera algo grande. La moneda esta vez cayó de cara. Y conseguí darle satisfacción a mis seguidores que tanto tiempo llevaban esperando. Igual se ha roto ya su maleficio en los sorteos.

Tampoco nos vayamos a poner estupendos. Si ahora tenemos que aguantar con menos suerte, lo haremos con filosofía. No soy un torero agraciado en los sorteos. Sentí que por fin la suerte se ponía de mi lado. Siempre pasaba algo para que no sucediera algo grande

La tarde anterior al hito acabó envuelta en polémica con el presidente Gabriel Fernández Rey y con la sensación de una dura y fría exigencia de la plaza con usted.

Sevilla siempre me ha juzgado de modo muy exigente. Logré una buena faena con un toro que se metía por dentro, no fácil. Y me entró mucha rabia. No por la oreja, sino porque ya quitaba a mi gente la posibilidad de la Puerta del Príncipe. Soy un torero que siempre abro cartel, cuando el público anda más frío. Gabi es amigote, conocido. Nunca me lo podía esperar cuando tardes atrás ha dado muchas orejas sin ningún problema. Y me sorprendió también negándole la oreja a El Juli con todavía más petición que la mía. No ha estado acertado esta feria.

¿Cómo fue la madrugada en la 701 del Colón?

Atendiendo a muchos seguidores. Estuvimos toda la noche de alegría.

¿Hay una resaca espiritual?

Es difícil de digerir. Asusta lo vivido. Cortar un rabo en Sevilla…

Perdió a su padre este invierno. ¿Lo ha tenido presente estos días?

Sí, mucho. Él era quien me llevaba de pequeñito a los tentaderos. Me habría gustado mucho que hubiera disfrutado este momento. La vida es como es, y lo habrá visto desde algún sitio.

¿El vestido celeste y azabache era un homenaje a Joselito?

A mi sastre, Justo Alagaba, le llegaron unos dibujos muy antiguos del sastre Uriarte, que vestía a José. Y me gustaron. Fue una réplica.
Yo no quiero ser un mito. No lo pretendo. Soy torero y me gustaría estar el tiempo que haya que estar aquí manteniendo el tipo

Asume ya ser un mito del toreo.

Yo no lo asumo. Yo no quiero ser un mito. No lo pretendo. Soy torero y me gustaría estar el tiempo que haya que estar aquí manteniendo el tipo. Luego, se acabará todo y ya dará igual.

Y ahora Madrid.

Es un compromiso muy fuerte. Es una plaza muy exigente. A ver qué pasa. Ojalá haya suerte y pueda estar bien. Nunca se sabe.

Le falta una Puerta Grande, que desea, en su currículo, y del último rabo [Palomo, 1972] hace 51 años…

No pensemos en el rabo porque Madrid es muy celosa. No pretendo nada más que contentar a los aficionados.

Publicado en El Mundo

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