El torero Julián López Escobar (El Juli, en los carteles de toros) ha emitido un comunicado oficial según el cual asegura que se aparta de los ruedos el próximo uno de octubre, al finalizar los contratos que tiene suscritos esta temporada. Será en Sevilla, ¿Dónde mejor?
Los toreros, especialmente los grandes toreros, los que han marcado épocas, no suelen decir adiós así, por las buenas; porque para el torero-ídolo –como es el caso–, eso de irse para siempre es, además de algo muy traumático, muy poco creíble. Sobran ejemplos que atestiguan la cortedad de “adioses” proclamados con rimbombancias solemnes…para desdecirse al poco tiempo. ¡Cómo los comprendo! La peor morriña para el torero retirado de la actividad que practica es la que le rodea en el día a día, hora a hora –como los alambres de espinos a los toros en sus cercados–, cuando comienza a evaluar su posible precipitación al decir adiós a los ruedos.
Para a los grandes toreros, deshacerse de esa aventura en soledad con el toro en medio de la Plaza, esencia de su vida en sus años de rutilante juventud, para entrar en la soledad sórdida e inútil –con todos los respetos a los seres íntimos, que le reciben alborozados en su regazo— de la rutina diaria, ajeno al calor fragoroso de los públicos y los toros, debe ser harto frustrante. El Juli, que es más listo que el hambre, además de inteligente por naturaleza, debe saberlo o, al menos, intuirlo; por eso su comunicado no es tan lacónico como los habituales. Viene a decir Julián que se aparta, pero no abandona. Se hace a un lado, pero no se retira del todo. El adiós, al menos esta vez, no es para siempre.
He tenido la fortuna de ser testigo y notario verbal de su impresionante trayectoria por los ruedos del mundo. A este respecto, recuerdo a su padre –el primer Juli del toreo, bien que no pasara de novillero y banderillero, plantado en el portalón interior de la Plaza México, acompañado de otro señor cuya identidad desconocía y aún desconozco –no era su amigo Pablo Mayoral Benito, desde luego–, a la espera de que Rafael Herrerías, el empresario de la Plaza, le recibiera en su despacho… y así llevaba dos días completos sin recibir noticia. Me congratula haber echado un cable en la cuestión, instando a Rafael para que escuchara al padre de “la figura cumbre, histórica, que se avecina”, osé reprocharle para estimular su interés. Y al poco tiempo, un niño de quince años debutó en la Monumental, después de un paseo triunfal por otros ruedos mexicanos de menor entidad, un Juli que armó la marimorena indultando en La México al novillo Feligrés, de la Venta del Refugio, conmocionando al país que cuenta con la afición más apasionada y apasionante del mundo. Años después, ya flamante matador de toros, le vi cortar un rabo en el mismo escenario.
Asistí al acontecimiento de su alternativa, trasmitida en directo por TVE –¡cómo han cambiado los tiempos, en este tema!—en Nimes, y a su primera e inmediata corrida en Valladolid, en una tarde lluviosa y arena encharcada, con sus dieciséis añitos a cuestas. A sus tardes aún banderilleras y a su ascensión imparable a la cumbre del toreo; especialmente, en Sevilla, donde ha logrado abrir siete veces la Puerta del Príncipe –una vez no pudo salir por ella, porque le estaban operando de una grave cornada en la enfermería—, conquistando para los restos a los sevillanos y a los que recalan por allí desde lugares aledaños o bien lejanos, por sus ferias de Abril y San Miguel. He contemplado –sufrido—la destemplanza para con El Juli del público de Madrid, siendo como es, ¡madrileño!, o quizás por eso, hasta rayar en la crueldad más inaudita: no le respetaron ni cuando un toro de Guardiola le partió el muslo, descolgando de él un pedazo de carne sanguinolenta. Vi, también, cómo le partía la cara el navajazo del pitón de un toro –de Torrealta, si no marro– en Bilbao, dejando para los restos en su rostro el espejeo de la dureza. Y tantas y tantas tardes de triunfos incontables –la estadística no es lo mío—en Francia, España y América –en Quito, lo sacaron en hombros junto al Presidente de la República, al que brindó el último toro—, plazas de toros, todas ellas, que me han servido para constatar su desmedida afición, su “hambre de toro”, esté donde quiera. Este torero, este tío, no se veía harto de torear.
Es posible que, como ampliación al relato de esta noticia, alguien eche en falta el juicio acerca de su forma de ejecutar la suerte del volapié –“julipié”, le dicen los antijulistas más acérrimos–; pues, miren ustedes: no es, precisamente, esta cuestión la más destacada a la hora de hacer un breve repaso a la trayectoria de un torero excepcional. Tampoco lo fue la habilidosa media estocada de Lagartijo –“media lagartijera”, dijeron entonces y dirían siempre–, con que el primer Califa del toreo cordobés recetaba su “melicina”. Ni el “rincón” que Cañabate descubrió en el genial Antonio Ordóñez para echar abajo carne brava desde la discreta bajura en que quedaba su espada en el morrillo del toro. Con todo y eso, Lagartijo y Antonio Ordóñez pasaron a la historia como toreros excepcionales. Tomen nota, como decía Jaime de Armiñán que tomaba Juncal cuando alguien le daba motivo para la reflexión.
No me cabe duda de que El Juli también pasará a la historia de la franja finisecular y primisecular de los dos últimos siglos de toreo instalado en el top-ten de los más grandes de su contemporaneidad. No conozco compañero suyo que no reconozca el poderío, la técnica, el valor y la ciencia taurina que aplica a su concepto del arte del toreo, ni su indomable afán de triunfo. No se la deja ganar por nadie, cualquier día, en cualquier Plaza.
Ahora, su cuerpo y su mente le han pedido un receso. Nada más que un receso. Puede que llegue a ser definitivo. Nadie, ni siquiera el propio Juli, puede asegurar nada concreto. Se va, porque puede y porque quiere. Y yo me alegro de que así sea, porque su historia está sobrada de argumento positivos y su historial es poco menos que irrepetible.
El uno de octubre es el día. Vayan descontando fechas. Lo bueno del caso es que, como ocurre con todos los grandes maestros, cuando se vaya de los ruedos definitivamente le echarán de menos sus incondicionales, que son legión; pero, también, algunos escépticos –los antis recalcitrantes son un puñadito–, ya lo verán.
Suerte, Julián. Nos vemos en Sevilla.
Publicado en República