Bilbao: A Morante lo llaman gordo y a Talavante le toca el premio grande.

Por Rosario Pérez.

«¡Que estás muy gordo!», le gritaron a Morante. La voz era del tonto más tonto de Bilbao. El mismo gracioso que seguramente hacía bullying en el colegio, el mismo que un día tendrá el trasero como una pandereta y el mismo que, ay qué pena de él, nunca conocerá el deleite del arte. Lo buscaba un aficionado desde el palco para ver si lo encontraba, dispuesto a decirle lo más grande. ¿Gordo Morante? ¿Gordo el torero con hechuras más toreras del escalafón? A nosotros, los del 4, nos pasaba como a Rosa Belmonte, que éramos de «los muslacos de Serena, de la gorda de Operación Triunfo» y del maestro al que llamaron gordo. Gorda su torería. Pero el de La Puebla se mosqueó con la ‘gordofobia’ del tendido, giró la cara y se marchó a por la espada. Justo cuando se entregaba con más pureza que ninguno al marrajo de la desigual corrida de Juan Pedro Domecq. Porque a José Antonio Morante, el mismo al que llamaron gordo, nunca le toca el Gordo. Va a tener que decirle a Lili que se quede en el hotel a la hora del sorteo y llamar a los niños de san Ildefonso para ver si algún día pilla, aunque sea, la pedrea.

Talabartero se llamaba el toro del irrespetuoso capítulo. Directo se vino ya en el primer lance al pecho de Morante, que tuvo que tirar el capote y tomar el olivo. De milagro no lo prendió el hondo castaño, que le lanzó un derrote cuando saltaba al callejón. Salió Lili a parar al bicho antes de que el de La Puebla lo probara de nuevo. Qué guasa guardaba en la recámara izquierda. «¡Vamos, Morante!», animaban al matador, que principió por alto mientras Talabartero se pegaba una costalada que valía por otro puyazo. Y fuera de las rayas regaló caprichos de torería por ambos pitones. Atalonado, lo citó al natural, sin importarle ese peligro sordo del toro guarnicionero. Inadvertido pasaba para un sector, pero no para el que estaba delante: cómo se le vencía el cabrito. Regresó entonces a la senda diestra y de aquella morralla sacó el derechazo más inmenso de la tarde, con el áspero toro completamente empapado de temple y tela. Como empapado andaba el personal en ese horno de panadería antigua que era el moderno Vista Alegre. Cuando la cadencia asomaba, irrumpió la voz del tonto más tonto. Y Morante cortó en seco la faena. «Si un partido se para por decirle negro a un futbolista, Morante hace bien en pararla por decirle gordo. O todos moros o todos cristianos», advirtió desde el palco Joaquín Moeckel, el abogado del toreo que acaba de recibir la Medalla al Mérito Civil.

Mérito tenía estar en la plaza, con los 44 grados bilbaínos. Con esa temperatura, el genio sevillano debió de pensar como aquel de que «atoreee san Isidro». Pues que «atoree san Miguel». Y ni un muletazo dio a Maravilla. Cara de viejuno tenía este pavo primero, que en Navidad hubiese cumplido seis años. Ningún manjar era, ni apetitoso resultó para Morante, que lo zurró en varas mientras sudaba el caballo, sudaban los toreros y sudaba el tendido. ¡Qué calor infernal! Un concurso de camisetas mojadas parecía aquello antes de la monumental bronca, que retumbó hasta en el puerto pesquero de Santurtzi. «En el otro será», se oyó. Pero en el otro ni pudo ser ni fue. Que contado está ya…

A Morante lo llamaron gordo y el flaco se llevó el lote. Dicho sea sin ánimo de ‘flacofobia’. La fortuna –por juego y por hechuras, que no se sabe bien bajo qué parámetros se enlotaría– cayó en Alejandro Talavante. Que sonreía como nunca. Feliz y con ganas siempre. Hasta alzarse con el premio gordo (y exagerado) de la puerta grande. Dos orejas de una tacada le otorgó el presidente al pacense por una variada faena desde los faroles de recibo, con la originalidad talavantina y con momentos al ralentí, desde aquellos lances despaciosos a estos naturales de vuelo echado. Un puñado dentro una faena de chispazos, de un emotivo prólogo con las dos rodillas por tierra, de guiños amanoletados en el pase de pecho, de desplantes a cuerpo limpio y de una estocada a cámara lenta al guapo Relator, de nobilísima condición y el fondo limitado. El suficiente para que Talavante se metiera al público en el bolsillo. Otra oreja había cortado del buen y enclasado tercero, un cinqueño camino de la media docena con cara de embestidor. Millonario se llamaba, y con la mano de contar los billetes le sopló tres naturales de otra época alejandrina, aunque sería una tanda diestra la más intensa en un conjunto de ligerezas. Poco cató la zurda Manzanares, sin espada con un lote medio y de silencio en filas.

Publicado en ABC

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