Por Inma León.
Morante de la Puebla volvió con ganas a su plaza de la Maestranza de Sevilla, que colgó hoy el cartel de ‘No hay billetes’ en la primera corrida de la feria de San Miguel de Sevilla.
El público lo sacó a saludar, aunque él animó a sus compañeros de terna José María Manzanares y Pablo Aguado a que lo acompañaran al tercio. ¿El motivo? Su vuelta a los ruedos tras una lesión en la muñeca que le ha dado la lata durante el verano y la alargada sombra de aquella faena histórica cuando cortó un rabo 52 años después.
Aunque el público, y sobre todo el de Sevilla que lo conoce bien, es consciente de que esa magia no ocurre todos los días, hoy Morante llegó rebosante de ganas a la plaza que él mismo ha confesado que le roba el sueño. Lo intentó por activa y por pasiva. Sin embargo, con tan poco material le fue prácticamente imposible.
Por lo buen torero que es, supo tapar los defectos de los dos de García-Jiménez que le tocaron en suerte, sobre todo el de la flojera, y dejó lances y muletazos de cartel vestido a la vieja usanza con cordoncillo, medias blancas y su capote con las vueltas verdes.
Los toros de la familia Matilla fueron muy flojos en general, pero segundo y tercero sacaron clase de sus entrañas. Ese segundo le tocó a Manzanares que una vez más metió al público en la canasta, pero con su media verdad.
En la mayoría de los muletazos abusó del pico y desplazó siempre al animal hacia fuera, lo que deslucía mucho las tandas a pesar de su perfecta estética y la nobleza y clase del toro, que siempre quiso ir de frente.
No obstante, si lo llega a matar a la primera le hubieran pedido la oreja, algo incomprensible de este público maestrante que ha vivido tardes gloriosas de ese mismo torero no hace tantos años. Con el quinto todo fue en vano, excepto la colocación de la espada, que esta vez sí entró a la primera.

Casi en el ecuador de la tarde, la naturalidad de Pablo Aguado fue un baño de realidad al más puro estilo sevillano. Con un temple exquisito en las muñecas y ese pellizco que sólo da Dios lanceó con el capote al tercero hasta los medios. Las chicuelinas fueron a cámara lenta.
Con la muleta sabía que el toro en sus manos podía ser una joyita si no se le rajaba. Lo llevó en las primeras tandas en las que su toreo se convirtió en caricias, sobre todo en un par de trincherillas soberbias.
Sonó la música, pero al animal le faltó un tranquito más y a Aguado, quizás, atacar un poco más para que aquello hubiera cogido más vuelo y propiciar que esa miel que nos puso en los labios al principio la hubiéramos saboreado del todo. El público valoró su esfuerzo y cortó una oreja.
El sexto fue un animal muy deslucido, con el que Pablo sólo pudo intentarlo. No obstante, llegó con su verdad, se fue con ella y dejó al público maestrante con ganas de volverlo a ver. Mañana más y mejor con otro cartel de ‘No hay billetes’.
Publicado en El Español