Hay faenas y momentos en el toreo cuya breve duración es realmente eterna. Aun cuando los toros son, generalmente, los que dejan la vida en el ruedo es en la eternidad donde perduran. El hilo de lo imperecedero del toro se alcanza siempre a partir de la vida del torero al que enfrenta, más aun cuando los hechos sobrevienen delante del telón del drama y al límite de la línea de la tragedia. Un episodio así de grande sucedió en la naciente primavera de 1982 y en el marco incomparable de la Monumental Plaza México cuando un torero de La Viga enfrentó un toro de Piedras Negras.
Por: Luis Eduardo Maya Lora* – De SOL Y SOMBRA.
Serio, muy serio, por delante saltó al ruedo de la Plaza México el segundo toro del encierro lidiado el domingo 21 de marzo de 1982 en la Capital mexicana.
Fue, como el resto de los corridos, de la rojinegra divisa de Piedras Negras y su nombre, mítico hoy, fue “Timbalero” número 103 con 456 kilogramos sobre los lomos, alto, largo, estrecho y bien puesto de cuerna.
Lució el famoso corbatín piedranegrino –corte en la parte alta de la badana realizado al becerro al momento de herrarle- que dio a su lidia un aire, un sello y una distinción de tremenda importancia, señal que al pendulear bajo la cara del cornudo fue el signo inequívoco de que la de Piedras Negras nunca es una corrida más.
Lógicamente, para Mariano Ramos nunca lo ha sido tampoco.
Cuando ocurren encuentros entre toro y torero del tamaño del que sostuvieron Mariano Ramos y “Timbalero” de Piedras Negras como torero no se puede volver a ser el mismo, un pedazo del ser de los combatientes se queda ahí, justo donde acaecen los hechos y éstos se impregnan incluso en el ser de quienes los contemplaron.
Revisando la gran faena del torero de La Viga, a treinta años de ocurrida, advertimos que la lidia se convierte en un ejercicio de asombro: de cualidad y destreza taurinas. No se puede desandar el camino del toreo y, en ese terreno, el impacto de esta gran faena es mítico por diversos factores, el central, por supuesto, el toro.
Otra vez la recurrida expresión de que el toro es el presupuesto sin el cual puede surgir ya no digamos el toreo, sino toda la gama que de la tauromaquia deriva, adquiere razón absoluta.
Cuando el toro es más toro, no solo en tamaño, sino en importancia, la Fiesta eleva en esa misma medida.
Este cárdeno obscuro, alto y estrecho, caribello, axiblanco, nevado, coletero, bragado y listón, resulta ser uno de los toros más significativos y emblemáticos de la historia taurina.
Conste aquí que la actualidad del taurinismo ha ignorado la historia taurina y lo que lidiar el toro de Piedras Negras implica. A partir del toro, de su trapío y juego, es el rango de la importancia de una faena que hoy con justicia debemos ubicar en el Olimpo del Toreo.
Es “Timbalero” la muestra real y absoluta de lo que debe ser –y nunca debe dejar de ser- un toro bravo: ese que no se deja.
La bravura, el instinto vital de defender atacando no solo la propia vida sino la posición de la lidia y las reacciones respecto del ser vivo al que se enfrenta, tiene en “Timbalero” el vehículo mejor para ejemplificar que al toro no se le defiende, pues como tal su defensa son materialmente sus astas -defensas- y taurinamente su instinto de ataque.
En ese aire, “Timbalero” encuentra en la Plaza México el escenario ideal para hacer sonar la callada voz, un escenario a la altura de su importancia.
A la bravura del propio astado per se, elemento inmutable de esta historia, debemos agregar su tremendo poderío, es decir, la aptitud física para soportar además del esfuerzo de la lidia e imponerse, taurinamente, dentro del ejercicio de la misma.
Igualmente, cuenta su casta, entendiendo esto como esa agresividad ofensiva del toro que siempre está presente en su juego y que lo hace estar dispuesto a brindar pelea. Además, la incertidumbre de sus reacciones, sus repentinas y relativas desigualdades.
Por tal situación, para el celebérrimo piedranegrino existe algo inmutable: el único modo de otorgar pelea brava es a partir de la violencia.
Para “Timbalero”, durante todo el tiempo que es lidiado, el único orden dentro de su bravío caos es desafiar armas y engaños con lujo de violencia, sin piedad o conmiseración alguna, dirían en términos de combatientes, sin tregua ni cuartel, para atrás o para adelante.
Así, tenemos que a su bravura y su casta, la raza del astado, entendiendo esto último como todos esos elementos que diferencian al toro de lidia de aquel que no lo es, orientan a “Timbalero” a plantear una pugna que consagra uno de los principios fundamentales del toreo, el toro de lidia no puede salir a dejarse o a prestarse.
¿Acaso en algún momento Mariano pudo porque “Timbalero” se dejó o se prestó?
La respuesta, en todo caso es negativa.
En el caballo, “Timbalero” hizo lo que del toro bravo siempre se debe esperar: atacar a precio de muerte y, de manera fundamental, crecerse al castigo, léase embestir a más cuando la puya –atención- pica, que no desangra, al burel.
Esto es lo que “Timbalero” desarrollo delante del piquero al que ataca siempre con fuerza y bravura.
Cosa que prosigue en banderillas con el largo cuello envía hachazos, a modo de conseguir capturar a los banderilleros que padecen lo suficiente para no vacilar en momento alguno.
Tras brindis en barreras, Mariano Ramos elige comenzar de dentro afuera, alternando rodilla flexionada frente al palco de médicos.
Así tenemos que a la violencia del toro responde Mariano con lo que técnicamente procede y con lo que se espera, tal como consignó Alberto Bitar en “El Redondel”, de un torero como él.
La muleta abajo obliga y vence la resistencia del astado que cabecea. Tras dos doblones, caminar a los medios, y quedando vertical el torero viene a pies juntos el trincherazo con que comienza el encuentro muleteril. La tensión y el interés del público crecen.
Cierto es que el toro por si solo llena toda la Plaza y que, con su violencia y dureza, a un torero sin capacidad le habría pasado por encima.
Por ello, lo grandioso de la faena –casi podríamos decir de la gran pelea- es que la pugna de Mariano con “Timbalero”, rematado el inicio,brinda momentos de angustia a los que sobrevienen pasajes de angustia aun mayor, como encadenada urgencia. De incandescente drama.
Entonces tenemos los primeros derechazos, donde con emoción, siempre en pos de encender la grandísima emoción taurina, “Timbalero”, prueba el envite pero es tapado por Mariano, muleta retrasada y siempre mandando, incluso sin dudar ante una caída accidental del toro, la muleta atrás sí, pero siempre puesta.
Mariano y “Timbalero” por Pancho Flores.
Las reacciones del toro, burlado por el muletazo y la colocación consecuente del diestro no se hacen dilatar: echar atrás, tardear y atacar vendiendo cara la salida del pase.
Ahí tras el último intento de derechazos, en los medios, terreno elegido por el diestro, es donde el cornúpeta se queda abajo haciendo ver dicho terreno como plenamente suyo y que, pronto, el sitio del torero será de él también.
Incluso cuando Mariano es perseguido y se trata de defender para salir de la línea de ataque de “Timbalero” con el toque al frente, éste queda a punto de atrapar le en definitiva para, al menos, quitarle los pies del suelo.
Un recuerdo en las costillas le quedó al casi intocable torero de La Viga.
Al drama que se desata al ver a un torero como al referido casi a merced del toro, con los pitones en el pecho, se resuelve al desentrañar la intriga que implica trasladar la norma fría de la tauromaquia a la candente arena
Lo anterior, muestra el reordenamiento del procedimiento de Ramos que mantiene la planta y arma la muleta echando la rodilla derecha a la arena para tirar del doblón a perfil cambiado con la mano derecha rematado abajo y a pitón contrario.
El ajuste descrito es muestra de cómo oponerse a la violencia y a los golpes del toro, situación que solo en la forma en que Mariano siempre castiga a “Timbalero” en esta primera parte puede darse, siempre abajo en pleno ejercicio de poder muleteril, saliendo al frente en la incómoda postura de estar arrodillado –que no de rodillas- para pegar pase de la firma majestuoso y nuevo doblón contrario en la referida postura.
Aquí al ganar la posición como en el ajedrez, Mariano Ramos anticipa el movimiento de su rival, elevando así el sentir de la Afición en medio de una Plaza casi llena, entre el impresionante trapío del toro y del fantasma del miedo, el valor y la emoción de los aficionados.
Todo esto adquiere una mayor dimensión cuando Mariano imperturbable termina por ganar la partida al vaciar por alto, cambiarse de mano por bajo y salir andando de la cara del cárdeno.
De Ramos se ha abonado poco en su aspecto artístico, incluso se le ha negado.
El arte del toreo, la tauromaquia, es mucho más que un catálogo preconcebido de pases naturales, derechazos, ahora dosantinas, y pases de pecho.
Los doblones de Mariano Ramos a “Timbalero” tienen arte en un doble aspecto, por cuanto que arte es, al menos en el sentido neoclásico, el cúmulo de reglas para llegar a un fin o llevar a buen término una empresa y, en segundo término, la ya apuntada posibilidad de aplicar la norma fría de la técnica al hierro encendido, en este caso incandescente, de las reacciones del toro.
Es decir, lo que es torear.
Y en eso se encuentra el sentido creativo del encuentro entre Mariano y “Timbalero” donde se conjunta la fuerza de la emoción trágica con, incluso, la emoción estética de cómo la dignidad corporal de Mariano, sumando a la caída los vuelos de la muleta se conjuntan entre la roja comba de la zarga con la inacabable belleza del toro.
Por todo esto doblemente arte.
Sin embargo, en la historia de Mariano y “Timbalero” aun quedan varias batallas por librar en una violenta guerra de estilos y pasiones.
Una de las claves es la elección, la toma de decisiones taurinas –siempre presentes al momento de torear- a partir de las cuales Mariano consigue, desde los perfiles de los cites, nunca sobre un mismo pitón y siempre alternando, cambiar la intención de “Timbalero” para no dejar en modo alguno desarrollar, más todavía, su sentido y orientación, que se habrían potenciado si el de La Viga hubiese acostumbrado a su enemigo a ser lidiado por un solo lado.
Muy cerca del “terreno de abajo” –los toriles en la Plaza- en el tercio frente a la puerta de los sustos, Mariano citó sobre la zurda y hacía afuera pero el cárdeno se había sentido podido tras los doblones, tras saber que la muleta podía más que él. Por eso echó atrás, por eso hay un momento en que parece derrotarse.
Un toro manso habría tomado la fácil, rehuir totalmente. Un toro bravo toma la senda del honor la de atacar y claro vender cara la derrota.
Por eso Mariano, en el perfil contrario, citando a pitón izquierdo, alivió su posición y el sentido del toro previo al cite ayudado con la izquierda.
En ese terreno “Timbalero” le obligó a ir lentamente y sin precipitaciones a la frontera del pitón contrario en el cite natural con la zurda. ¿Cómo? Quedándose corto, estorbando el siguiente cite, haciendo pensar al que tiene enfrente y mostrando que la distancia inicial, hilada, necesitaba algo más: una carnada obispo y oro.

Y ocurre dos veces, doblemente se lo piensa “Timbalero”, las dos Mariano contesta pasando la frontera del cite natural, quedándose quieto y mandando más
Los tres naturales que le siguen, son prontos pero templados y se cierran con el maravilloso pase de pecho son de una fuerza de expresión única, son el verdadero milagro del arte de torear: transmutar la violencia en cadencia.
Claro, esto solo por un momento, puesto que “Timbalero” tras el último natural, protesta y provoca que Mariano vuelva a ganar la posición al frente y cierre con el ya relatado muletazo de pecho. Fantástico sencillamente. Vencer a “Timbalero” en su propio juego y en su propio terreno a partir del sitio que pisa el torero es quizá el mayor logro de la mencionada tanda de naturales.
Incluso a pesar de la protesta previa al pase de pecho que logra tras su sobrevenida el fin último del toreo, hacer posible lo que inicialmente no podía ser, hacer visible incluso su gran paradoja –de sol y sombra, arte y desastre, vida y muerte, violencia y cadencia, rigor y derroche, etc.- materializada en su máxima dimensión.
Barridos los lomos de “Timbalero” da la sensación que el piedranegrino requería subrayar más que el temple sobre sus embestidas, el mando. Lo milagroso es que los naturales tuvieron ambas cualidades en grado superlativo.
Mariano Ramos se juega la vida a cada paso, a cada centímetro de cada cite, en cada uno de los embarque, en los embroques, por supuesto, y en la solución de cada muletazo porque “Timbalero” siempre trae consigo la posibilidad de herir y, en última y primera instancia a la vez, de matar, esa condición sin la cual el toreo carecería de sentido.
Una interrogante de esta batalla histórica es si a un toro que a media faena, incluso antes, se le castiga de pitón a pitón, se le toca el lado contrario y se le domeña, tendría el fondo suficiente para no resentir el efecto de los doblones. ¿Qué tan es manso “Timbalero” como muchos suponen?
El piedranegrino tuvo fondo al nunca rajar o echar para atrás en definitiva, una opción sumamente posible de darse y que tuvo demasiado cerca. Cierto es que tardea, cierto que vende cara las suertes, que las tandas han sido breves y ese es algo que debe tomarse siempre en consideración.
Sin embargo, la eximia faena no necesitó de catorce pases naturales por tanda o de redondeces. Quien crea que la obra “Timbalero” consiste en fase de dominio y después de largueza está en el tópico, está en el error y en la historieta.
Las tandas con los muletazos justos, como la siguiente de cuatro asombrosos y largos derechazos que comienzan con el trincherazo a compás abierto que prosiguen con “Timbalero” desatado en su punción de ataque continuada y culminan con el de pecho quedándose por bajo, son espejo de emoción trágica dentro de la concepción dramática del toreo y que encuentra su culmen en esta faena.
Y quizá más aun en esta tanda.
De aquí deriva toda su importancia.
“Timbalero” tuvo la raza y el fondo suficiente para a partir de la indeclinable y extrema bravura, procurar ir a más en todo aspecto, en lo bueno y en lo malo, incluso en su sentido, ese que siempre incomoda y que habría dejado en ridículo a algunos toreros.
No a Mariano, menos naciendo la primavera, ni menos en su camino a los Ramos de la cuaresma.
Y tiende la trampa “Timbalero”, con los pasos atrás. Atención. Mariano no a su encuentro, sino al camino de su línea de ataque. Ahí lo espera y en el cite hacía las rayas sobreviene un trincherazo genial.
Aun hay tres derechazos de oro macizo previo a que el propio “Timbalero” pidiera la muerte al ya no tragar el engaño pero también para terminar por verse abatido en un cambio de mano castigador y dominante. Todavía el de Iztacalco hizo la hombrada de tirar de dos naturales todo temple y a media altura hasta que “Timbalero” en definitiva, a cabeza descolgada, implorara oficiar con el acero.
Aquí Mariano tira de nuevo del toreo ya no de castigo sino de absoluto dominio.
Por ello, los doblones con la zurda finales superan el doble aspecto ya apuntado, el torero derrocha ya no solo la sabiduría con ese toreo de aliño ayudándose con la espada, sino muestra la pieza más rotunda que podría tener la faena, con la violencia de “Timbalero” encausada por el dique del arte taurino.
La destreza de Ramos, abandonado ahora ya no al dominio de la del toro sino a la búsqueda de la rendición incondicional del piedranegrino tienen y revisten de un empaque y de una forma diáfanas y ayunas de pretensiones de falso plumaje.
Queda ahí, como indeleble marca, la pieza escultórica de Raymundo Cobo a la que volveremos más adelante.
La tauromaquia, no nos cansaremos de decirlo, es mucho más que derechazos y naturales.
Ya de pie, en plenos medios, con “Timbalero” que cede ante la majestad del toreo doblón con la izquierda, Mariano Ramos dio rienda suelta a la imposición y la sujeción de “Timbalero” a su régimen torero.
El abaniqueo, de los mejores rematados en la historia, tiene la corona del desplante del teléfono donde la pelea, con toda claridad, es unánimemente para el de La Viga, la pugna de la inteligencia y, claro, la disputa de la creación tiene a Ramos como el vencedor.
Y en ese punto, el clamor de La México ha sido tal que aun resuena de plazuelas a colinas, de Mixcoac a Santa Anita.
Igualado “Timbalero”, el de Iztacalco encontró en plenos medios el terreno ideal apuntando su salida a las rayas y con la vista del toro a su querencia.
De Mariano se ha dicho, con toda razón, que no ha sido el mejor estoqueador, pero por esta vez, elevándose pleno a la gran ocasión, aun bajo la extraña rechifla de para quienes nunca es suficiente, vino una de las mejores estocadas de su vida.
Por todo lo alto.
Para un hombre como Mariano que pocas concesiones ha dado al autobombo y a la soberbia, en ese momento, tras plegar la muleta bajo el hombro izquierdo, llega el momento de la redención. Tiró el engaño vislumbrando la reacción de “Timbalero” que por fin ha sido “vencido” y queda entregado.
La México estalla en albo revoloteo, el triunfo viene pero en la postrimería queda aun un capitulo final por librar.
Nunca podría haberse soñado un final mejor.
Cuando “Timbalero” por la buena ejecución, resiente el efecto de la espada y va para atrás con Mariano desarmado que va hacía delante victorioso y ordenante de hacía las infanterías para replegarse, el cárdeno arranca tres metros al frente dispuesto a herir a cabeza armada y aun teniendo la espada entre sus carnes.
La Plaza envuelta en albos pañuelos vislumbró como aun “Timbalero” trató de ir por Mariano nuevamente brindando no el último aliento sino la última lucha que solo hizo ubicar la mortaja de arena en plenos medios para morir de cara al sol, rendido y a los pies de su matador.
El círculo taurómaco concluye así. Mariano eleva a la altura máxima gracias a “Timbalero” y “Timbalero” escala el sitio de la historia único al que arriba gracias a Mariano Ramos.
La “concesión” de la oreja, errónea y dilapidante del olivo al héroe taurino –debieron ser dos de salida y una eventual concesión de rabo- forjaron el camino de tres inolvidables vueltas al ruedo. Frustración numérica, que brindan guirnaldas de gloria para el triunfador.
“Queremos Jueces, no dictadores” Clamaba La México en aquellos entonces.
Así, omitiendo faltas de lesa torería, queda una de las placas más hermosas que existen en la Plaza México, frente de la Puerta del Encierro y cerca del Palco de la Autoridad, obra de Raymundo Cobo y colocada al breve tiempo de realizada la faena.
Tal como cuando hablamos aquí en De SOL Y SOMBRA sobre otra gran faena hace poco tiempo, la inscripción de la placa es la mejor definición: “A Mariano Ramos, por su inmortal faena al toro ‘Timbalero’… la Afición le otorga las Orejas y el Rabo. Empresa Sol y Sombra.”
A treinta años los máximos trofeos son para él, nuevamente.
Cada vez que nos lamentamos sobre la falta de compromiso de los toreros, más de las figuras. Cada que nos entristecemos por la falta de escrúpulos y seriedad de los ganaderos, basta volver a la Primavera de 1982 y voltear a ver a esta gran faena.
Suficiente es recordar que la divisa rojo y negro es muestra de seriedad y abolengo, con ello sentiremos de nuevo que el toreo siempre tiene la solución más vigente y más fuerte, la que se encuentra dentro del propio toro bravo.
Siempre que Piedras Negras siga herrando con ese corte de badana, siempre que luzca entero un toro plateado o de obscuro y cárdeno misterio por plazas y ensabinados potreros, siempre sabremos que por sus venas corre la sangre que contiene el orgullo y el honor de toros como “Timbalero”, flor y espejo de toro bravo, que colocó al su oficiante toreador en el pontificado del arte y del poderío.

Es la primavera de 1982, justo cuando Mariano Ramos “perdió” un rabo, su cuarto en la Plaza México habría sido, mientras que “Timbalero” de Piedras Negras, en los mismos medios de la Plaza, sin dejar de atacar y aun con una espada entre sus carnes, dejó la vida como del toro de lidia corresponde.
Los dos perdieron algo aquel día.
Sin embargo, perdido lo descrito, ambos ganaron en esa Primavera algo más elevado, incluso que la propia vida.
Eso que se encuentra al alcance de muy pocos seres vivos, la inmortalidad.
Twitter: @CaballoNegroII.
*Artículo publicado el 23 de marzo del 2012.
Una respuesta a “11° Aniversario Luctuoso de Mariano Ramos – Gloria y Torería: La Primavera de Mariano y “Timbalero””
BRAVO Y ENHORABUENA A LUIS EDUARDO MAYA LORA (CABALLO NEGRO).
POR LA REMEMBRANZA POÉTICA DE AQUELLA EPOPEYA TAURINA EN EL INICIO DE LA PRIMAVERA DE 1982, DE MARIANO RAMOS Y/O “TIMBALERO” DE PIEDRAS NEGRAS.
SIN AGREGAR MÁS PUES LO DICHO AL RESPETO; DICHO, ESTÁ.