El cura Hidalgo y el torero Mallorquín.

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De SOL y SOMBRA.

El llamado Padre de la Patria, Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla y Gallaga Mandarte Villaseñor, además de independentista, tuvo una estrecha relación con la tauromaquia de la que se intuye a través de distintos textos históricos.

Criollo, de una acomodada posición económica, Miguel Hidalgo fue dueño de varias haciendas, entre ellas El Jaripeo en Guanajuato, Santa Rosa y San Nicolás, estas dos en el Distrito de Irimbo (hoy Michoacán), donde crió toros de lidia. En 1800 vendía toros para la plaza de Acámbaro para varios festejos taurinos, a razón de 10 pesos cada uno. Organizadores y toreros del centro del país solicitaban su ganado cuando había que implementar los festejos en honor de los santos patronos y ahí consolidó sus ganaderías de bravo.

Consta que después de celebrar la misa de consagración del santuario de la Virgen de Guadalupe en San Luís Potosí, ocupó el palco de honor en la plaza de toros junto con Félix María Calleja, quien después se convertiría en su más fuerte enemigo. Pocos días antes del Grito, el cura Hidalgo organizó una corrida, junto con Allende y Aldama, en el palenque de gallos situado frente al curato de Dolores. Allende toreó bravos animales de la Hacienda del Rincón y luchó contra el último del encierro provocando entusiasmo entre el público asistente.

Según diversas documentaciones, en 1810, durante la guerra de Independencia, se dieron corridas de toros, aunque hay poco conocimiento de ellas, los periódicos o gacetillas de la época no les daban la menor importancia, como dicen: “el horno no estaba para bollos”.

En su faceta como aficionando y criador de toros de lidia, Hidalgo conoció al torero Agustin Mallorquín, quien mas adelante se convertiría en una especia de guarura del cura. Mallorquín fungió como torero en el bajío guanajuatense mexicano en los años previos a la independencia de México.

También otro torero, Juan Luna, estuvo entre la gente de confianza de Hidalgo al iniciarse la lucha por la Independencia. Cuando Hidalgo entró en Guadalajara, en noviembre de 1810, Mallorquín estaba en prisión y había sufrido la pena de 200 azotes; Hidalgo le otorgó el grado de capitán y, según el historiador Alamán, “en junta de oficiales lo declaró solemnemente libre de toda nota le nombró como uno de sus capitanes de confianza y escolta personal.

En esta misma ciudad, se autorizó (en represalia por las atrocidades españolas) la degollación de unos 200 españoles que se tenían presos, y los cuales fueron sacados fuera de la ciudad en diversas partidas de 20 á 30.

Tales actos venían á rebajar mucho el mérito del caudillo, pues pareciera que de esta manera se proponía imitar al sanguinario brigadier de caballería, d. Félix María Calleja del Rey, o propiciar el intercambio de prisioneros de guerra.

Las pocas referencias en torno de este popular torero, más de nombre que de hazañas taurinas, se dan en su relación enfermiza con la muerte. Y el ejemplo más claro lo proporciona uno de los personajes de la novela de G. F. Ferry que, en torno al matador, señala:

…con una mano sostenía una antorcha, y con la otra blandía una de esas largas espadas de dos filos, que se emplean en las corridas de toros (…) Cubría su rostro una espesa barba, y su camisa, húmeda y ensangrentada, marcaba sus robustas espaldas. Sus ojos brillantes y la feroz expresión de su fisonomía, me hacían creer en una aparición diabólica.

Más adelante, Ferry pone el siguiente comentario en boca del torero:

Escucha, amigo. Has de saber que no he degollado esta noche (…) Esos doscientos españoles decían, como tú, que eran amigos del general, lo cual no ha impedido que… ¿creerás que aún tengo sed? El aguardiente puro no embriaga tanto como la sangre.

Y Ferry describe: El robusto torero, a quien había visto paralizar con mano poderosa los esfuerzos de los toros en las plazas, me venció de nuevo.

El Torero Marroquín fue el instrumento de estos horrores, pues además dirigió los fusilamientos de españoles (hombres, mujeres, ancianos, niños) realizados todas las noches durante 15 días en esa ciudad. El capitán torero Agustín Marroquín, caudillo de la insurgencia, fue finalmente aprehendido el 10 de mayo de 1811 en Acatita de Baján (Municipio de Castaños, en el norteño Edo de Coahuila, México), junto con el Cura Miguel Hidalgo y otros capitanes insurgentes, su cabeza fue colgada en plaza pública como escarmiento, en la ciudad de Chihuahua.

El historiador Luis Castillo Ledón, en su biografía de don Miguel Hidalgo y Costilla, registra que el “matador” Agustín Marroquín arribó a la Nueva España en 1803, sirviendo en casa del virrey Iturrigaray, y que tras ser despedido se hizo tahúr y bandolero, que toreaba por el Bajío y que acusado de robo pasó cinco años en la cárcel de Guadalajara hasta que su antiguo conocido y proveedor de toros, el cura-ganadero de Jaripeo y José Antonio Torres, lo liberaron a finales de noviembre de 1810.

La misma suerte del torero corrieron Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, cuyas cabezas estuvieron 11 largos años enjauladas en las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, pudriéndose a la intemperie para escarmiento de los que soñaban con una patria independiente y menos injusta.

Twitter @dsolysombra

2 respuestas a “El cura Hidalgo y el torero Mallorquín.”

  1. Muy interesante la figura de Marroquín como contextualización para entender a Hidalgo, personaje histórico de carne y hueso.

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