Por: VÍCTOR DIUSABÁ ROJAS.
¿Quién es este tipo que hace que Andrés Calamaro diga que prefiere verlo torear a disfrutar de Bob Dylan en Nueva York?
¿O qué tiene acaso para que el mismo Calamaro jure, quizás poniendo su mano sobre la historia del rock, que ver sonreír al fulano es como ver sonreír a Elvis? ¿Por qué este hombre –ni tan alto ni tan bajo y más bien regordete– hace que Joaquín Ramos, el del Real Madrid, lo llame, casi con reverencia, “maestro”, y luego, en un estadio de fútbol, lo evoque cuando celebra los goles con un capote de torear mientras los ultras en la tribuna aúllan el ¡olé!?
Sí. ¿Quién es este tal José Antonio Morante de la Puebla que no más hace dos días, en Manizales, llegó a eso que llaman patio de cuadrillas de la plaza de toros de esa ciudad vestido con sombrero de feria y abrigo tres cuartos de paño, zapatillas y pañuelo de colores anudado a la garganta, y todos, los de afuera y los de adentro, centenares de personas en la plaza y en la calle querían hacerse una foto con él o que les firmara sobre un pañuelo, una camisa o un trozo de papel periódico?
Un loco. Para todos, nada más que eso: un loco. Incluso para sus médicos, que en el 2005 tuvieron que ponerlo bajo los efectos de electrochoques para luchar contra el trastorno de despersonalización que ha padecido. Y no menos para sus fanáticos, solo que para ellos es algo más que un loco: Morante es un loco genial. Y para sus contradictores, un loco que vende muy caro lo poco que, según ellos, hace. Y para los que no lo conocen, entre ellos los antitaurinos, es un loco que debe de estar loco para hacer lo que hace.
José Antonio Morante Camacho es torero desde hace rato. Él mismo dice que desde que su madre, Josefa –a quien todos le dicen Pepi–, esperaba su nacimiento en el sur de España. De eso hace casi 35 años, porque Morante tiene 34 años y 3 meses. “Ella lo presentía”, dice. Y tuvo que ser, porque el niño solo tenía 5 años cuando ella lo vio darle un trapazo a una becerra. Ni se espantó ni se lo prohibió. Las fotos las guarda como cualquier madre guardaría las de otro niño el día de la primera comunión.
Y hay otra prueba, incluso anterior: apenas entendió el papel que los Reyes Magos tienen en su tierra (traer los regalos) y pudo armar unas palabras, José Antonio pidió un vestido de torear. Gaspar, Melchor y Baltasar lo enredaron con otras cosas, hasta que le llegaron con un trapo rojo y una espada. A los casi 10 años tuvo por fin lo que quería, pero prestado; un empresario le facilitó chaquetilla y taleguilla para una función.
Ahora tiene todos los que quiere. No son vestidos comunes. Como su toreo, el vestuario de Morante es diferente. Buena parte de él no tiene piezas que brillen, como sí ocurre con casi todos sus compañeros de oficio. El negro suele ser un elemento más bien común en él, ya sea como telón de fondo o como bordado. Igual, como buen sevillano, hay días en que se arrebata y viste de rojo carmesí con corbatín verde.
Es un hombre rico. Vive donde nació y todo indica que allá terminará sus días (bueno, con el toro nunca se sabe). El lugar se llama Puebla del Río. Está muy cerca de Sevilla y es una aldea de agricultores. Las callecitas son estrechas y las casas, todas blancas, iluminan las noches. Una vez se hizo torero, José Antonio se volvió Morante de la Puebla, en homenaje a los suyos.
Aunque les ha dado más que eso: la Puebla, como la llaman los andaluces, es centro de sus inversiones. Tiene una casa que está a orillas del Guadalquivir, un río y un sueño que transcurre por allí y por buena parte de Andalucía, un bar gigantesco (Burladero) que a veces atiende detrás de la barra, y más cosas. Por eso hoy, antes que ‘cigarreros’ (el extraño gentilicio que les colgaron hace siglos a sus habitantes, por fumar más que cosacos) los habitantes del pueblo son ‘morantistas’, fanáticos de Morante.
Por supuesto, ‘morantista’ en Argentina es el cantante Andrés Calamaro y ‘morantista’ en Estados Unidos es un pintor, Robert Ryan. ‘Morantista’ en España, aparte de Ramos, es Joaquín, el futbolista que ahora hace de compañero de Juan Guillermo Cuadrado en la Fiorentina. Y ‘morantistas’ en Colombia son, entre otros, dos prestigiosos médicos cirujanos: Manuel Riveros y Diego Márquez.
Un credo
¿Pero qué es ser ‘morantista’? Creer en Morante y en nadie más. No solo cuando está bien, lo que no siempre pasa, sino cuando está mal, que sucede más a menudo de lo que todos quisieran. Y es que José Antonio es (¿cómo decirlo?) de un temperamento artístico voluble. Aunque si alguien lo explica a la perfección es el periodista y crítico taurino Antonio Caballero, que lo vio naufragar una tarde en Bogotá: “Él es eso que se llama un torero de arte. Y el arte de Morante es indecible, salvo, dicho por él mismo, cuando le da la gana. Es decir, cuando le gusta su toro. Si su toro no le gusta (…), se limita a pegarle tres o cuatro machetazos con la muleta por la cara y a matarlo como salga; tampoco se esfuerza por matarlo bien”.
Es ahí cuando quienes no quieren al De la Puebla en el medio taurino lo llaman con desdén “loco”, o cosas peores que riman con su nombre.
Pero los ‘morantistas’ no se arredran. Qué lo van a hacer, si son capaces de viajar a verlo hasta Ronda (España), como lo hacen Robert Ryan, desde Scottsdale, en el estado de Arizona, o Riveros, desde Bogotá. “Morante me hace creer en el toreo. Él se dibuja y yo lo que intento es trazar esa línea”, dice Ryan, el pintor, mientras el médico Riveros lo ve como fuente de inspiración de sus reputadas obras de escultor, por “el toreo romántico y el carácter añejo y el asombro que nos arrastra”. Y quién sabe cuáles de ellos, si no todos, carguen en el smartphone el decálogo del ‘morantista’, que, créanlo, existe.
Vean apenas dos mandamientos, para la muestra:
Uno: “Si torea Morante, el ‘morantista’ no camina: levita. En el trabajo, piensa en Morante. En el carro, piensa en Morante. Y, por supuesto, no va a la plaza vestido como el que va a comprar el pan. No. Un ‘morantista’ se viste de domingo para ver a Morante. Porque es Morante”.
Dos: “El ‘morantista’ siempre tiene excusas y argumentos. Si Morante no tiene el día o no la hace o no está o no quiere verlo (al toro), seguros estamos de que sus razones tendrá. Y si no las tiene, nos las inventamos, que para eso somos ‘morantistas’ y dejamos volar la mente y los sueños”.
Esa es solo una cara de la relación. La otra parte de la filosofía de vida de José Antonio Morante de la Puebla, que convierte a la vez a sus seguidores (perdón, a sus militantes) en dueños de muchos detalles que ayudan a marcar aún más la diferencia frente a otros toreros.
Por ejemplo, es fanático del boxeo y los gallos de pelea, lo que le daría argumentos a un antitaurino para llamarlo, con desprecio, loco. Solo que no cruza golpes con nadie, le tira jabs y ganchos al viento. Y los gallos son pacíficos, son sus mascotas. Como lo son los burros, animales a los que quiere más que a los caballos porque “esclavizan menos”.
Morante no se confiesa creyente, pero admite que hay una fuerza superior que más vale tener en cuenta. Calamaro le escuchó decir alguna vez: “El arte es Dios”.
Y está seguro de que una de las razones de que la fiesta de los toros pasa por las que está pasando es porque los políticos le raparon el espectáculo al pueblo.
Pinta. No hay muchos testimonios de qué tan bien o tan mal lo hace. Y es un adorador del flamenco. Cuando torea, por ejemplo en el Puerto de Santa María o en otras poblaciones donde ese género musical es palabra de Dios, lleva, o le caen, caravanas de cantaores que alargan las tenidas hasta el amanecer. Allí se anima a hacer coro, aunque, como lo confesó una vez, le va mejor imitando a Raphael.
Pero, lo más importante, ¿por qué Morante es torero si podría ser, con ese aire, músico de Calamaro, o sparring de pesos medianos, o futbolista, ya que se muere por w?
Como se lo dijo el otro día a otro ‘morantista’, Antonio Gala, maestro español de las letras: por instinto. “Un instinto oculto, como animal. Uno es torero y ya está. Y no por ponerte delante de un toro lo eres. No todos los que se colocan delante de un toro tienen ese instinto”.
Un instinto que también se puede llamar locura, apenas una de las tantas de un hombre llamado Morante de la Puebla, el loco que quién sabe con qué salga hoy en alguna plaza de toros, de algún lugar del mundo.
Via: http://www.eltiempo.com/colombia/eje-cafetero/morante-el-torero-loco-y-genio_13352196-4
Una respuesta a “Morante: el torero loco y genio.”
SUBLIME. EN LA DISTANCIA NOS PONE MAS CERCA DEL FIN DE TODO. MARCA UNA EPOCA CON ESE ALGO EXTRANO QUE TIENEN LOS GENIOS