
La temporada dio inicio con bombo y platillo en la monumental de reforma, ante un tercio de Plaza que fue, sin embargo, más de lo que se esperaba dado el puente de día de muertos y los tradicionales mucbilpollos; y con un soberbio encierro de José Julián Llaguno lidiado por Federico Pizarro, Juan José Padilla y Michelito.
Por: Marco Bastarrachea – De SOL Y SOMBRA. Mérida.
Sin mayores incidentes, se desarrollo la primera corrida de la temporada, con renovados bríos por parte de la dinosáurica Comisión Taurina (algunos de ellos ya hasta con 20 años de haber sido nombrados) y las usuales peripecias por parte de nuestro Juez, el tlaxcalteca Ulises Zapata que no pudo contra su propio afán de protagonismo y negó una oreja de mucho peso a Federico Pizarro en su segundo, lo mismo que otro apéndice en el toro de regalo. En fin. Así es nuestro Juez, es tonto y no tiene mucho ojo para lo artístico, sin mencionar que en su vida ha estado frente a un toro sin un burladero de por medio.
Sin embargo no todo es dinosáurico, el nuevo regidor de espectáculos José “Primo” Martínez Semerena está consiente que la Comisión Taurina ha dañado más a la fiesta de lo que la ha resguardado, está consiente de lo estúpido (¿hay otra palabra?) que es el hecho que no considerar a los medios electrónicos como medios de prensa escrita para efecto del acceso al callejón; lo anterior seguramente porque en la dinosáurica comisión taurina no tienen la menor idea de lo que es la internet y tampoco han escuchado de las redes sociales.
Pero “Primo” sí entiende de nuevas tecnologías y a diferencia de Elías Lixa, no es antitaurino, sino taurino.
Así pues, con la promesa de dejar de discriminar sobre las bases de la ignorancia que reina en nuestra, y lo digo de nuevo, dinosáurica Comisión Taurina, nuestro nuevo regidor se mira prometedor y promete, valga la redundancia, ayudarnos a llevar la fiesta al Siglo XXI; lo que para mi se entiende como deshacernos de los dinosaurios y comenzar a prestar atención al público joven que será, a final de cuentas, quien sostendrá el futuro de la fiesta. Porque le aseguro que aunque esta columna se publica en nuestra versión impresa, seguramente la está usted leyendo en nuestra versión electrónica.
Un encierro completo de José Julián Llaguno abrió la temporada de la Monumental de Reforma. El primero de la tarde, que parecía sería el toro de la corrida, fue excesivamente picado lo que provocó que se desfondara tras la primera tanda, por lo cual, tra un pinchazo, Federico Pizarro lo pasaportó con una estocada desprendida. Para Juan José Padilla el primero de su lote, le resultó una alimaña. Un toro que no tenía por donde.
Tras escupirse del caballo en dos ocasiones, el matador decidió no poner banderillas y pasaportarlo tras una serie, sin embargo el candor del torero de Jerez es tan fuerte que lo que a Pizarro le silenciaron, a Padilla le aplaudieron. El tercero y primero del matador yucateco Michelito, a quien ya deberíamos de comenzar a llamar Michel porque ya no es un niño; fue un toro sin son, parado al que pocas cosas se le pudieron hacer.
Sin embargo el matador yucateco intentó agradar a la concurrencia que agradeció en su mayoría. No se hicieron esperar los pitos de sus detractores, porque así es esto.
El peor enemigo de un yucateco siempre será otro yucateco. Se retiro al callejón entre división de opiniones.
La segunda parte de la corrida fue definitivamente mucho más memorable.
Federico Pizarro cuajó a un cuarto toro con buen son y una embestida algo rebrincada, pero de una nobleza de libro. Logró las mejores series de la tarde tras traerlo muy toreado y con la cara en la tela, conjugando el buen son con un temple del que no hizo gala el resto de la tarde. 4 pases y la faena estaba hecha. Una estocada que, por ponerle un pero, estaba un pelo, si a caso esa es una unidad de medida, desprendida.
Enterramiento excesivo por parte de la cuadrilla y toro a tierra. Sonora fue la petición de oreja pero, adivinen… el palco hizo de las suyas y se guardó la que considero que era una oreja justa. La Plaza resonó en chiflidos al Juez por espacio de dos minutos y medio, reloj en mano. Nuestros dinosáurico Palco, acompañado de nuestra dinosáurica comisión, se guardó la oreja.
Llegó el turno del ciclón de Jerez. Recibió por verónicas de rodillas y chicuelinas a un toro que más que buen son, tenía movilidad, la movilidad que Padilla necesita para ejecutar su toreo. Perfectamente picado (en dos ocasiones) y probado de nuevo por chicuelinas, el ciclón de Jerez hizo glas de sus dotes de banderillero espectacular al que los puristas le podrán poner muchos peros, sin embargo hay que recordar que esto es un espectáculo y sin duda eso fue lo que Padilla dio: espectáculo.
En la muleta fueron pocas las series, sin embargo las supo adornar con florituras de molinetes y trincheras, además de 4 desplantes que estaban de más, la faena se hizo y tras una estocada ligeramente tendida pero efectiva, la plaza se vino abajo. Dos orejas, el público no iba a permitir que Ulises y Hernán le robaran de nuevo. Fue tajante la determinación de las 2 mil almas que soportaron la intermitente lluvia por mera afición: El Palco no nos robará de nuevo.
Y así fue.
Ulises lo intentó, aguantó, Hernán se sonrió con ese desprecio con el que mira a la afición desde el palco consuetudinariamente (¿No han notado como se ríe de nosotros como si fuéramos ignorantes?). Aun así, la afición se impuso. Incluso los madridistas del tendido Tapia corearon la oreja. Dos orejas de ley. Ganadas desde la honestidad, porque habrá quien diga que Padilla hace gala del tremendismo, pero es un tremendismo honesto; se torea como se es y Padilla es así.
Salió el que cerraba plaza y en el callejón sonaba cada vez más fuerte la posibilidad de un regalo por parte de Pizarro quien sentía que el Juez le había robado, con lo cual disiento: El Juez no le robó solo a Pizarro, le robó a la afición yucateca. Porque la primera oreja es del público ¿O no? Si con tanto empeño guarda las demás tradiciones ¿Por qué esa no? Qué conveniente, igual que dejar fuera a los medios electrónicos… bueno, seamos realistas, sólo deja fuera a los que no le dan coba.
Pero ese es otro tema. Michelito recibió al sexto con mecidas verónicas que hicieron reventar la plaza. Sin embargo, una puya excesiva convirtieron al toro que ya era algo soso en un marmolillo que se defendió de fea manera y no permitió muchas opciones al novel matador yucateco. Se fue con el ensordecedor eco del silencio en una actuación que, como el toro que abrió plaza, pudo haber sido y no fue.
Esperamos que haya una próxima y que la suerte mejore, y que no desespere, el camino es largo y aún le quedan muchas tardes al joven matador.
Y llegó el toro de regalo.
Anunciado antes de finalizar el tercio de banderillas del sexto, salió por la puerta de toriles un tren. Con menos cara que sus hermanos, pero con sus imponentes 592 kilogramos y la largura de un tren. Su pudo escuchar un sonido de asombro en los tendidos al momento de la salida. No tan armónico ni tan bello como sus hermanos, pero lo que le faltaba en belleza le sobraba en poder. No era noble. No era fijo. No era un toro para el lucimiento, sino para la lidia.
Tumbó en tres ocasiones a los de a caballo y apenas pudo ser propiamente picado en una ocasión. Barbeó tablas y nos hizo suspirar de miedo a quienes en el callejón nos encontrábamos. En banderillas, esperó y mucho. Sin embargo fue perfectamente banderillado por el Joven aspirante César Domínguez quien ya en otras tardes ha demostrado que va con todo para hacerle la competencia al gran Gustavo Campos. Dos pares asomándose al balcón con un toro que pensaba y luego actuaba, de esos que los toreros prefieren no torear, le ganaron una ovación muy sentida al final del tercio.
Pizarro no podía no torear a este mastodonte.
Al toro de regalo se le torea si o sí y Federico lo sabía. Si bien el toro no permitió el lucimiento artístico, si dio espacio a una faena cojonuda. Una estampa antigua de la lidia de mediados del siglo pasado es la comparación que encuentro más adecuada. Cerca se lo pasó Federico y cerca le protestó el toro. Nos hizo temblar de miedo, no por tremendista, sino porque el peligro era elocuente. Ni el pinchazo en todo lo alto hizo que el público se desanimara.
Una estocada en el sitio al segundo viaje y el toro fue a tierra más rápido de lo que puede decirse “oreja”.
Sin embargo el Juez decidió que Pizarro no.
Ya desde la tarde se escuchaban las quejas de los miembros de la dinosáurica comisión taurina sobre la inclusión de Pizarro y Michelito en el cartel. Ya desde la tarde sabíamos que nada que hiciera Federico le iba a ganar una oreja. Pero la afición no lo sabía y se mantuvo pañuelo en mano pidiendo el trofeo para un torero que, al menos este domingo, se lo había ganado.
Dos robos del dinosáurico palco y de la dinosáurica comisión. La estoicidad del Juez que más me suena a insensibilidad y gran amargura (No creo que sea un tipo que viva feliz, sinceramente nunca le he visto sonreír ni dentro ni fuera del palco.). La sonrisa de Hernán que parece decirle a la afición “Ustedes no saben nada”. Y la ilusión del público yucateco de premiar a quien se lo merece, pisoteada.
Aun así fue una gran corrida. Palomita para TauroArte. El esfuerzo de hacer las cosas bien tiene su recompensa, aunque en los toros a veces depende de un soberbio tras un biombo y otras del tiempo.
Sin más, desde Mérida me despido.
Twitter: @Bastarrachea.
PS. Le invito a contar el número de veces que he usado la palabreja “dinosáurica”. Le aseguro que su uso no ha sido excesivo.
RESUMEN DEL FESTEJO.
Plaza Monumental de Mérida Primera corrida de la Temporada. Media plaza. Siete toros de José Julián Llaguno. Destacando el quinto y el de regalo.
Federico Pizarro, Silencio, vuelta al ruedo tras fuerte petición y vuelta al ruedo tras fuerte petición en el de regalo; Juan José Padilla, ovación y dos orejas; Michelito Lagravere, división de opiniones y silencio.
Pitos al Juez en tres dos ocasiones.