Zapico Diez: «Fui torero como podía haber sido carterista o pintor»

ramiro -

Felipe Zapico Diez nació en una iglesia a la hora taurina. En el coso y en la vida sólo le ha faltado ser toro. Bravo aún lo es. Y con sombrero. «La chulería la llevamos dentro los Zapico», dice con la foto de su padre en la mano. Protagonista de una vida legendaria, de viajero en los topes del tren a pleiteador contra el gobernador civil, de maletilla a espontáneo, de empresario a casi feriante. Sólo borraría «dos pifias» para ganar el perdón: «He vivido como he querido y soy profeta en mi tierra»

ANA GAITERO | LEÓN

En un rincón del café Victoria se confiesa el maletilla, matador, banderillero, empresario, espontáneo, fugaz asesor taurino y figura de la televisión. Habla el hombre de 83 años, que «son muchos años», subraya, el hijo, esposo, padre y abuelo, amante y aventurero, el ferroviario y soldador, el chiquillo que empezó a torear con mono y se retiró como banderillero espontáneo.

Empezó con una tora en 1947 en la carretera de Carbajal y terminó 40 años de espontáneo en la plaza de León. En 1990, el plató de Televisión de León se convirtió en su nuevo ruedo. Zapico, el que cuelga su sombrero en un rincón del Camarote Madrid mientras se asoma al balcón de la trepidante vida pasada. De vez en cuando guiña el ojo a todos los personajes, todos hombres menos una, que le acompañan en los retratos de la pared. «Un día me dijo Pedro Trapiello que si huniera sido toro, me habrían indultado».

Felipe Zapico Diez confiesa que no quiere ser olvidado. Ni olvidar. Trae una nota manuscrita con todos sus oficios y el libro La polifacética vida del torero leonés Felipe Zapico, dedicado a su mujer, Conchi, y publicado en 2005 por la Diputación provincial. Quiere hacer testamento. Vamos por el principio.

—¿Cómo es eso de que nació en la iglesia de Santa Marina?

—Mi padre era sacristán, además de sereno y zapatero. Antes los sacristanes vivían en la misma iglesia. Vivían con seis chiquillos que fuimos en una casina de la iglesia. Yo viví encima de los restos de la Legio VI sin saberlo.

—¿Por qué quiso ser torero?

—Nací siendo torero porque eran las cinco y veinte de la tarde. Y mi carrera taurina la empecé cuando conocí a Rafael Pedrosa, a los 14 años, en febrero de 1948, nos escapamos de casa porque queríamos ser toreros. Anduvimos por Salamanca, Andalucía… Íbamos en los topes y nos tiraban del tren. Lo que era la vida de un maletilla entonces… No como ahora.

—¿Qué le motivó? ¿Había ido a los toros?

—Que va, no los había visto ni de lejos. Me llevaba el afán de vivir aventuras. Fui torero como podía haber sido carterista o pintor. Desde aquel día se me metió el veneno y no me he bajado de la tauromaquia. Mi amigo me hablaba de la muerte de Manolete, pero creo que fue en Sevilla cuando me tuvieron retenido cuando lo vi claro. Había un sargento que me sacaba a torear de salón y me cantaba soleares. Yo soy muy flamenco también, aunque el que componía canciones por soleares era mi hermano.

—¿Se arrepiente de algo?

—Ya pedí perdón a Conchi, mi mujer, ante doscientas personas cuando me pusieron la medalla de oro. Es la persona que ha sufrido mi pasión. No sólo por torero, porque luego he sido empresario y perdía lo que tenía y lo que no tenía. Anduve con una plaza portátil que hice yo mismo en unos talleres que tenía, con la que recorrí Galicia y muchos sitios como un feriante. Fueron los siete años más trágicos de mi vida.

—Malos tiempos para la lidia… el presente.

—Malos sí. Por culpa de la política. Es inconcebible que en plazas como Barcelona, donde había corridas semanas enteras, estén vetadas. La fiesta da dinero y puestos de trabajo. Si me dicen que íbamos a vivir esto no me lo creo. Creí que algunos eran diferentes y han votado en contra de los toros, cuando todos los fenómenos del toreo han sido de izquierdas.

—¿No le parece que es un sentir social que la política ha recogido, aunque sea por interés?

—Todo esto viene de Holanda y está pagado. Es repugnante que sea un arma política. El toreo mueve mucho dinero: ganaderías, mayorales, hoteles…

—El Partido Animalista es uno de los que ha subido en las últimas elecciones, aunque sea minoritario. Es la sexta fuerza.

—Yo creo que una de las cosas que más ha perjudicado es el toro de la Vega, que no tiene nada que ver en el toreo. En Cataluña y en Valencia matan miles de toros con el fuego. En los toros entra el que va con su entrada y no hay espectáculo que tenga tantos poemas como los toros.Que no sean tan viscerales y dialoguen pues la Contitucion creo, prohíbe prohibir.

—¿Qué se siente al matar un toro?

—El torero al toro le ama pues también le respeta, ya que en la plaza tiene la obligación de coger al torero y el torero de no dejarse coger y al matarle siente el final de su estupenda vida en el campo para lo que fue creado, pues si no, su raza se hubiera acabado para hace miles de años.

—¿Aprobaría que se toreara sin matar?

—Creo que se perdería la pureza y la autenticidad. Para mí sería perder el duende y el ángel.

—Hay quien les llama asesinos.

—El toreo es algo espiritual. Es un arte. Me indigna esa gente que llaman asesinos a los toreros, como le dijeron a Morante de la Puebla.

—¿Alguna vez ha sentido miedo?

—La única vez que he sentido auténtico terror fue en Tordesillas, ante un toro del ganadero Salgueiro que empieza a coger a todo el mundo. Las ambulancias no paran de ir y venir. Y yo por el callejón pensaba: Si me tengo que poner delante de ese toro asesino, me puede dar un infarto. Pues solo quedaba en la plaza mi hijo Luis Miguel y nos dice la autoridad que hay que matarlo. Coge la muleta y la espada y yo sin saber cómo le doy varios capotazos. Pasé de tener terror a ser valiente. Ese día mis hijos me dijeron que ya había cumplido, que me retire.

—Se lanzó de espontáneo en 1987 estando vetado en León como colofón a su carrera. ¿Lo había planeado?

—Me iba a retirar de banderillero, podemos hacerlo a los 55 años. Decidí hacer algo grande para poder despedirme en mi plaza de León. Estaba vetado en la plaza y no pude hacerlo en traje de luces. Mi hijo Luis Miguel me decía que era casi imposible. Yo lo sabía, pero estaba decidido. En el quinto toro, desde el tendido 7, me lancé. Los banderilleros quieren impedírmelo y entre capotazos me pongo delante del toro y entre tablas le pongo el par en todo lo alto. Sólo ha habido otro caso de espontáneo que saltó de paisano siendo profesional: Ignacio Sánchez Mejías, que era poeta y le mató un toro.

—Le sacó la policía de la plaza.

—Pero vuelvo a entrar por el tendido 10. La gente al verme se pone en pie y recibo la ovación más cariñosa de mi vida torera.

—Tener un hijo torero era el sueño de su vida. ¿Cómo le sentó ser padre de un músico de rock?

—Mi hijo Felipe es la persona que más admiro en el mundo. Mi mujer y yo le acompañábamos en los conciertos de Deicidas. Luis Miguel toreaba con una facilidad increíble, aunque le faltó un no sé qué. Sin embargo, sabe hacer lo que yo no supe nunca: llevar bien la empresa.

—¿Ha sido un vividor?

—Soy un artista de la vida. He vivido la vida como un arte y no presumo porque las cosas me han venido así. Tendría que haber muerto 200 veces, pero la vida me ha sonreído. Cuando trabajaba en la Renfe de soldador hacía horas y trabajé mucho tiempo de noche para torear. A mis hijos no les han faltado zapatos ni colegios. Yo mismo me llegué a hacer las banderillas y diseñé e hice con mis manos la plaza portátil. No me han regalado nada, pero me han reconocido. Sólo me falta una calle que supongo me darán cuando muera.

—¿A quién diría que le debe algo en la vida?

—Aparte de Conchi, como dije, Pereletegui me ayudó siempre. Fue mi maestro en la tele, en la radio, en la vida. Por desgracia, estuvimos cinco años sin hablarnos. Pero tuve la suerte de que nos volvimos a encontrar y yo le entrevisté en la tele.

—¿Y a usted hay alguien que le deba algún favor?

—He ayudado a algunas personas. A algunos prefiero no nombrarlos. Siempre he estado al lado de los que quieren empezar a torear. Como empresario fui un desastre, pero gracias a mí la plaza de Toros de León se salvó y hoy está cubierta. Me siento orgulloso de haber hecho un programa de la tele subido al toro de Osborne para pedir su indulto. Al final se consiguió aunque yo bajé con las piernas sangrando, no sabía a lo que me exponía.

—La plaza la pagamos con dinero público y ahora se hacen ferias de todo tipo y muy pocas corridas.

—La mitad la pagó el empresario y la otra mitad el Ayuntamiento. Reuní a los empresarios después de dos festejos suspendidos por el agua, en la bodega de Alfredo Adams, cuando gobernaba el pacto cívico (gobierno municipal de CDS, PSOE y PP en 1987). La plaza estaba echa una ruina y la iban a tirar. Les dije que tenían que obligar al empresario. Desde el Club Taurino logramos que la plaza fuera declarada Bien de Interés Cultural para evitar que pudiera verse afectada de intentos de demolición por falta de actividad durante cuatro temporadas.

—¿Cuál ha sido el momento más emocionante de su vida?

—Cuando parió mi mujer la primera vez (la criatura pesó seis kilos) y la tercera, porque la niña venía de nalgas. Quise ver el parto y casi me caigo allí. Con el segundo recuerdo que había caido una nevada, mi mujer rompió aguas y no había manera de que entrara un coche. Yo quería llevarla en brazos al hospital.

—Sólo le ha faltado ser político. ¿Le han tentado?

—Sí, muchas veces. Pero yo… soy diferente.

—¿Demasiado revoltoso?

—Carcajada. Aunque suene a pedante, sí, pero nunca he podido aguantar las injusticias. Y las he hecho frente con mis armas.

—Una vez le condenaron.

—La única vez que me han sentado en el banquillo fue por dar unos puñetazos porque no nos dejaban entrenar en la plaza. Yo pensaba que iba a ganar porque me atacaron primero y el suegro iba con una navaja. Pero el abogado me dijo desde el principio que el rompe, paga. Tenía que haberme dejado apuñalar y así hubiera ganado yo. Lo injusto nunca lo he consentido.

—De las muchas que se publican en su libro, ¿Qué foto escogería: la del niño Felipe Zapico con el capote negro en la plaza de las Cortes Leonesas, esperando a capear la tora, o la de la portada en el Diario de León saltando a la plaza de espontáneo?

—Sin duda la foto con el capote de mi padre. Entonces era ilusión de verdad. Luego vendrían desencantos, envidias.

—¿Era de su padre el capote?

—Sí, era una capa negra de aquellas de entonces forrada de rojo con una sábana.

—Estuvo a punto de abandonar. ¿Qué le devolvió la ilusión?

—Después de un año casi sin torear hubo una becerrada organizada por el gremio de peluqueros de León. Llega la hora de banderillear y ¡no se atreven! Salto yo a la arena con ropa de paisano, pongo tres banderillas y oigo sonar las palmas del público. Al día siguiente aparece por primera vez mi nombre en el periódico en la crónica de Lamparilla. El 14 de agosto de ese año, 1951, me puse el traje de luces por primera vez en Cistierna. Acababa de morir mi padre.

—¿Qué le pide a la vida?

—Solo salud para todos los míos y que en estos momentos tan peligrosos políticamente los políticos, todos, dejen sus personalismos de partido y por una vez sean honestos, bastante ruina nos han traído.

—¿A quién quiere de presidente de Gobierno?

—Al que está. A Rajoy. Pablo Iglesias es un líder impresionante pero para el mundo del toreo conviene lo que hay.

—¿Ante qué se quitaría ese sombrero?

—El sombrero lo llevo por mi padre —saca una fotografía de la cartera en la que aparece el hombre, con sombrero, agarrado del brazo de una de sus hijas en la plaza de Botines— era un humilde trabajador, que sólo se permitía bajar a tomar un blanco los sábados. Pero iba con sombrero. Murió con 58 años y sin disfrutar de la vida. Me costó mucho ponerme sombrero, al principio me daba vergüenza. Ahora forma parte de mí. La chulería la llevamos dentro los Zapico.

—¿Qué lujo se ha permitido?

—Dos pifias en las que me pillaron… Me han quedado grabadas a fuego. Si volviera a nacer sería torero, pero cambiaría muchas cosas de mi vida.

Fuente: http://www.diariodeleon.es/noticias/afondo/fui-torero-podia-haber-sido-carterista-pintor_1035628.html

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