Compañero y, sin embargo, amigo

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Por Luis Carlos Peris.
UNIDOS. Aunque sea por una sola vez y sin que sirva de precedente, el periodismo que anda en la tarea de informar de cuanto ocurre en el mundo de Tauro se une de manera tácita, sin una pega, como a favor de querencia.
Se trata de recordar en sagrado a un compañero que se fue como del rayo y cuando disfrutaba de sus mejores momentos profesionales. A tiro de piedra de donde cayó abatido por el infarto vamos a reunirnos para recordar a Fernando Carrasco, un hombre que compatibilizaba compañerismo con amistad y que nos dejó un sentimiento de orfandad, precisamente cuando se afinaban las cornetas y se desempolvaban los clarines para la banda sonora de dos de sus grandes aficiones, la Semana Santa y el toro.
Hoy, junto a la Puerta del Príncipe, el periodismo taurino aparca pelillerías y se entrega a la memoria de un compañero y, sin embargo, amigo.

Esta mañana lloraba el cielo de Sevilla…

Por    J.A. del Moral.

Esta mañana del 4 de abril, el cielo de Sevilla lloraba en forma de incesante lluvia mientras muchos compañeros y amigos de Fernando Carrasco asistíamos a la misa celebrada en la barroca y preciosa Capilla de la Real Maestranza, en honra y recuerdo del gran crítico y escritor  hace un mes fallecido en plena juventud. Ofició el señor Capellán de la aristocrática institución, flanqueado por los maestrantes y su Teniente de Hermano Mayor a la cabeza y, frente a frente, al Director de ABC de Sevilla, Andrés Amorós, y los organizadores del evento, Álvaro Rodríguez del Moral y Carlos Trejo.

Ha sido una misa entrañable además de emocionante, cantada por un estupendo coro bajo los sones del órgano que interpretaron escogidas partituras a tono perfecto con la religiosa situación. En su sermón, el Capellán dijo lo que tenía que decir, coincidentes sus palabras con las que tantos y tantos compañeros de Fernando le hemos dedicado en los últimos días. Pero, además, añadió párrafos del articulo que Antonio Burgos dedicó a Fernando al día siguiente de su repentina muerte y que por su sentimental belleza reproducimos a continuación.

FERNANDO CARRASCO, CON EL GRAN PODER

 

Esto se avisa, Fernando Carrasco. Esto que en las mismas vísperas de los días del gozo y cuando aún se no se han cerrado las taquillas para la renovación del abono, o sea, en el mismo hoyo de las agujas de tus dos grandes aficiones y dedicaciones, las cofradías y los toros, coges y como en un apéndice del “Discurso de la Verdad” de don Miguel de Mañara, te vas a los cielos que ya has ganado, que te ganaste en una levantá a pulso con lo buena gente que eras, con lo buen compañero, para comprobar personalmente que Dios es exactamente igual que Aquel del que nos hablabas en tu novela hecha trágica obra de teatro, El que esculpió Juan de Mesa. ¿Lo esculpió Juan de Mesa o lo esculpiste tú con tu amorosa ficción novelística?

Ay, Fernando, cuántos ánimos me diste y nos diste a todos siempre. Qué desprendidamente nos animaste. Por no salir de tu mundo de las cofradías, eras como ese costalero que aunque vaya destrozado por la leña que da esa trasera, no deja de animar a sus compañeros: “¡Vamos a echarle casta ahí, leones!”. Tus saludos en Twitter cada mañana chorreaban Sevilla, chorreaban Semana Santa. Eras como el capataz de ti mismo y de todos nosotros, con esas voces de llamada tuyas que en la primera levantá de cada amanecer nos encontrábamos en la pantalla del ordenador, en la tableta, en el teléfono móvil: “Buenos días. ¡Vámonos, corazón! ¡Que no falte la Esperanza, miarma! ¡Tooos poriguá! ¡A ésta es! ¡Venga de frente, valientes, con el jueves!”, nos decías antier mismo, para empezar el día. Y veíamos cómo en el papel o por la realidad virtual de ABC de Internet paseabas tu oficio, tu casta de costalero de la información, tu enorme ilusión de escritor. Como Sevilla misma del Sábado Santo al Domingo de Resurrección, pasabas del mundo de las cofradías al del toro en menos de horas veinticuatro. Y todo lo hacías con la misma pasión, la misma entrega, el mismo cariño. Con mimo.

Cada vez que iba a los toros admiraba, Fernando, tu enorme capacidad de trabajo. Estabas al mismo tiempo dando información del toro a toro para ABC en Internet; ibas poniendo tus impresiones y hasta tus fotos en Twitter; y, al mismo tiempo, tomando notas para tu crónica al día siguiente en el ABC de papel. Era el milagro de la simultaneidad. Un toro le pegaba un revolcón a un banderillero y al momento, en tu cuenta de Twitter, sabíamos el nombre de ese banderillero. Y si se lo llevaban para la enfermería, si el tabaco era gordo o liviano. Y de cofradías, todo lo que se quiera y más. ¿Cuántas Semanas Santas conocerán las generaciones futuras a través de tus crónicas en la colección de ABC? Y ese día a día de la información cofradiera a lo largo de todo el año: en agosto, que es cuando tiene mérito escribir de Semana Santa, en Cuaresma y cuando los naranjos están ya en flor lo hace cualquiera, ¿a que sí, Fernando?

Y tus libros. Ese “INRI” que vi nacer, y en el que tanta ilusión pusiste, en un tiempo malo para los libros y peor para los de sevillana materia. Y sobre todo, “El hombre que esculpió a Dios” que, hecho teatro, ha contemplado tu propia muerte. Una muerte de novela, Fernando. En la flor de la vida, del oficio y del éxito literario. Y sevillano guasón y bético, por los cuatro costados. Aún recuerdo nuestras bromas, vía Internet, cuando tu peregrinación a Tierra Santa, donde descubriste que la multiplicación de los panes y los peces fue a base de roscas de Polvillo y de adobo de La Isla. Y cuando comprobaste que en la calle de la Amargura no sonaba “Amargura”, o que hay bastante más Tierra Santa en el tablero del paso de La Mortaja que en el mismísimo Jerusalén. Donde tampoco hallaste la Rampla de la entrada de Jesús en Jerusalén. Ese era tu arte sevillano. ¿Quién nos va a dar la crónica de Lunes Santo este año? ¿Quién nos va a ir diciendo, toro a toro, por Internet la corrida del Domingo de Resurrección? Eso se avisa, Fernando querido. Lo que no hace falta que avises es que ya estás para siempre junto a tu Gran Poder. No El de Juan de Mesa, no: El que tú mismo esculpiste con tu vida y tu entrega y que ahora habrás visto, cuando la torera Puerta del Príncipe fue tu “Scala Coeli”. In ictu oculi..

Yo salí llorando. Como también lloraré esta tarde cuando, tras el paseíllo de la segunda corrida de la feria, guardemos el minuto de silencio que no se quiso guardar el pasado Domingo de Resurrección.

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