TAUROMAQUIA: La feria de Sevilla

Por Alcalino.

Si hay una tanda de corridas señeras que mantiene prestigio y magia a partes iguales no puede ser otra que la tradicional de abril en Sevilla. Cercada aún de dehesas ganaderas como ninguna otra en el mundo, la ciudad de la Casa de Contratación de las Indias y de la Expo del V centenario, cuna del mayor acopio de toreros grandes a lo largo de la historia, inicia cada año su temporada el domingo de Resurrección, salpicadas aún sus calles de goterones de cera escurridas desde los cirios de las procesiones de semana santa. Para tal fecha, la empresa anuncia siempre su cartel más suntuoso, ateniéndose a los gustos y preferencias del público sevillano por determinados toros y toreros. ¿Es la Maestranza una plaza torista o torerista? Los conocedores coinciden en apuntar la existencia de un equilibrio dual, una armonía muy sevillana, entre ambos palos de la afición. De ahí que se tenga al de Sevilla por el público más competente del orbe.

Sobre el paladar de los sevillanos para el toreo de cante grande, ni hablar. Y sin embargo…

 La del domingo de Resurrección

 Pocas veces, la expectación con que se llena la plaza –a taquillas cerradas, usualmente– es bien correspondida desde el albero. Los que conocen la tela justifican el pobre juego del ganado, casi una constante año con año, argumentando el mal estado de las dehesas debido a los rigores del invierno. Lo curioso es que ferias más tempranas –Fallas y Castellón, sin ir más lejos– no suelen padecer la misma cruz. Los sevillanos se defienden aludiendo el triunfalismo facilón de aquellos públicos. Pero el misterio sigue en pie. Lo cual, por cierto, no es ajeno ni a los avatares propios de la Fiesta, ni al talante de una ciudad trufada de gafes gitanos, leyendas payas y gracia mestiza.

 Toro vivo a Morante

 Qué mejor ejemplo que el del domingo 27. Morante volvía a su Sevilla tras dos temporadas en que las cuatro figuras antagónicas a la empresa decidieron marginarse de la cartelería maestrante. Punto de mira de la tremenda expectación, pasó de puntas ante el flojo abreplaza –par de tersas verónicas no hacen verano– y en el 4º vio cómo su banderillero Lili, al salir del tercer par, era prendido delante del burladero de matadores y enviado a la enfermería con una seria aunque limpia cornada. No parecía aquel “Fantástico” –negra mole con 575 kilos, incierto, probón y con sangre en el pitón– lo más a propósito para el reencuentro del de la Puebla con su público. Pero el torero se mostró decidido, fue cercando al remiso a base de cruzarse, aguantar y empapar, y terminaría sacándole un partido insospechado. A ráfagas, como eran las embestidas, resolviendo con habilidad los momentos de apuro –un molinete, un abaniqueo, algún recorte saleroso–, pero también ahondando el toreo en redondo cuando el de Domingo Hernández se dejó llevar hasta el final. Faena con narrativa propia y de interés sostenido… hasta que el de la Puebla se fue por la espada.

Porque, a la vuelta, un calvario. Primero intentó prolongar, sin resultados, una faena ya cumplida. Se encontró con que “Fantástico”, reculando, terciándose, andando de lado sin parar, sencillamente no se dejaba cuadrar para ser estoqueado. Sonó el primer aviso. Sin tenerlo igualado, tras varios amagos fallidos, le hizo al fin el viaje, aliviándose tanto que el espadazo quedó contrario y con travesía. Sin muerte. Otro aviso. Y mil trabajos para intentar que descubriera y se dejara descabellar. José Antonio lanzaba los golpes al puro tanteo, ocho, 10, quién sabe cuántos, el toro con la cabeza arriba, el cerviguillo sin descubrir. Tercer clarinazo. Morante tarda en alejarse; lo hace, cansino, “Fantástico”, para recalar cerca de un burladero, exánime. Y allí mismo se le apuntilla. En la generalizada pita van mezclados muchos aplausos. Y como persistieran tras el arrastre del pajarraco, Morante sale del burladero a saludar, recreciéndose entonces la división de opiniones.

Sobre ese saludo hay grandes discrepancias. Vaya desvergüenza, dicen algunos. Otros lo justifican, señalando la fuerza de las palmas. ¿Toro vivo por impotencia el torero o por culpa de un bicho que se negaba a cuadrarse? Me queda la duda de por qué, cuando intentaba el descabello, ordenó Morante que el peonaje se tapara, sin recurrir a un capote que obligara a descubrir al de Domingo Hernández. La expectación –tiene tres corridas más firmadas el de la Puebla– incólume. E incluso en alza.

 Frialdad talavantina

 Como Manzanares –la otra debilidad sevillana del cartel– anduvo incómodo y dubitativo con otro par de remisos mansurrones, llama la atención el cúmulo de reservas mostradas por el tendido hacia Alejandro Talavante, en su única comparecencia de este año en Sevilla. No le valió al extremeño ni descararse al quitar por gaoneras, quieto como un poste, en su primera intervención ante el 2º de la tarde –obligó a Manzanares a replicarle, con chicuelinas vistosas pero movidas–. Y tardó una eternidad en sonar la música –la de la banda y la de los olés– a pesar de que su faena al colorado sustituto del inválido 3º la inició en los medios con la muleta plegada –el cartucho de pescao, que dicen por allá–, y siguió por naturales, en tandas cortas –como las fuerzas del animal– pero de trazo y remate impecables. Y a pesar de que templó y mandó también sobre la derecha, más erguido, igual de exacto en colocación y alturas. Ni la arrucina, tan ceñida y lenta como todo lo demás, le valió para romper realmente el hielo. Aunque a la estocada, deletreada y entregándose, se tuvo que corresponder con solicitud de una oreja finalmente concedida. Había estado el torero muy por encima del de Garcigrande, “Fuerte” de nombre, flojo en los hechos.

Y con el 6º, la misma actitud. Del torero, que se inventó una faena imposible, y del público, que mantuvo su frialdad y su reserva. Toro de peligro sordo, ampliamente superado por la torería y el mando de un Talavante al que acaso haya perjudicado el talante demasiado serio de su actual manera de torear. Sin la chispa de sus mejores días, aunque con más sitio y seguridad que nunca. Iba por la oreja, lo exprimió ciñendo manoletinas, pero un pinchazo y la larga agonía del de Domingo lo dejaron en palmas fuertes.

 Descastados

 Se lidiaron cuatro de Domingo Hernández, dos se devolvieron por invalidez (3º y 5º) y los reservas de Garcigrande empataron con la divisa titular en descastamiento y carencias de celo y fuerza. No obstante, las figuras imponen las divisas de moda y este tipo de toros. Será por lo mismo. Mejor disculparse que arriesgar de más.

 Lo que viene

 Quince carteles –a partir de la de rejones de ayer– y en ellos solamente un mexicano. Y no se crea que va colocado en plan estelar nuestro Joselito Adame, anunciado para despachar pasado mañana un encierro de Las Ramblas con El Cid y Miguel Abellán, dos que se dan de santos con encontrar un hueco en la cartelería de la feria de abril. Así se corresponde allá al entreguismo malinchista de por acá. Y así opera la justicia a la sevillana con un torero que ha salido a triunfo por feria en años anteriores, cuando contratar algún mexicano más se volvió salida fácil ante el boicot de las figuras a la empresa Pagés. He aquí una de las razones de la negativa de Joselito a tragar este año en Madrid, donde tampoco estaban dispuestos a reconocerle méritos anteriores.

 Agravio comparativo

 Si hubiera el mismo trato para todos, menos mal. Pero vea usted: Morante hará tres paseíllos, tienen dos El Juli, Castella y Manzanares entre los ases, El Cid y Escribano entre los del pelotón, y los muy promovidos Roca Rey y López Simón, éste incluso un mano a mano, con Castella. Se nos dirá que hay figuras y diestros de tronío que, como Adame, están en un solo cartel. Pero mientras Ponce va con Manzanares y Roca Rey (Juan Pedro), Perera con Morante y El Juli (V. del Río), Urdiales con Morante y López Simón (Jandilla) y el novel José Garrido con Castella y Manzanares (Cuvillo), los pares de Joselito Adame, de acuerdo con la categorización que hace la empresa sevillana de los espadas, hierros y combinaciones a barajar, vendrían siendo —además de Abellán– Esaú Fernández, Jiménez Fortes, Borja Jiménez, Miguel Ángel Delgado, Pepe Moral, Paco Ureña, Rafaelillo, Javier Castaño, o nuestros viejos conocidos Finito de Córdoba, Juanjo Padilla, El Fandi, Daniel Luque, David Mora y Morenito de Aranda.

Usted dirá si unos y otros –en especial los que hemos visto pasear sin mayor gloria por cosos de nuestro país– tienen el nivel y los merecimientos de José el hidrocálido, triunfador absoluto de sus dos últimas temporadas grandes en la México. Y si puede hablarse de los mínimos indispensables de reciprocidad –ya no digamos equidad o justicia– que cabría exigir de la gente que manipula tan desigual tinglado.

Fuente: http://www.lajornadadeoriente.com.mx/2016/04/04/la-feria-de-sevilla/

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