CABO SUELTO: El Maestro

Por ANTONIO LUCAS.

A razón de los mensajes expedidos en redes sociales por decenas de mujeres y hombres celebrando la muerte del torero Víctor Barrio vuelve a tomar sitio esa histeria loca que a ratos asoma como un hacha en este país. Una de sus muchas coartadas es la defensa del animal hasta el extremo de delatar otra crueldad semejante a la que atacan. (Raro asunto ese). Y toma a cualquier bestia de escudo humano para desalojar una violencia detenida, una espada civil, una sublimación moral de nuevo cuño. Aunque en realidad sólo es un asunto de seres humanos. Y en medio, lo demás.

Entre los miles de salvajes que fueron percutiendo en el dolor de la viuda, de la familia y los amigos del torero hubo un maestro. Un maestro valenciano. Un maestro que celebró la muerte en un mensaje abierto. Un maestro dispuesto a ‘bailar sobre la tumba’ y ‘mear en las coronas de flores’. Un maestro con chicas y chicos a su cargo. Un maestro celebrando la muerte de un hombre empitonado por un toro. Un tipo que ayuda a educar a otros hablaba con esa banalidad del mal que investigó Hannah Arendt cuando asistió en Jerusalén al juicio del nazi Adolph Eichmann enviada por The New Yorker. El maestro valenciano, como Eichmann, tampoco veía exactamente a un hombre sino a un enemigo de su causa. Eso es lo perverso.

Cualquier gesto de barbarie es repulsivo. Da igual contra lo que se perpetre. Al fondo exhibe un barro de fanatismo. Una sed de venganza. Un algo averiado. Las redes sociales son el desagüe de ese compromiso con el odio. De esa devoción por el ajuste de cuentas. Del linchamiento indiscriminado. La muerte del torero ha hecho palanca en esa mentalidad de tíos y tías que han confundido defender con atacar, reivindicar con fumigar, visibilizar con suprimir. No aceptan matices. Y hacen un mito de su obsesión, de su afán redentor y de su escudo de armas. Es un asombroso ejercicio creacionista.

Aquí todo dios se siente cualificado para insultar, para humillar, para ofender en público a una mujer que está velando el cadáver de su marido. Eso también es un asalto a la intimidad. Y lo hace a gritos en Twitter o en Facebook con la impunidad que un día derivará en un calentamiento a peor. Es un abuso. Un abuso del derecho a la expresión y de sus libertades. Y anda cerca de ser un delito si es no lo es ya. Estas prácticas están más cerca de las dictaduras que de las democracias: amedrentar, humillar, rapar moralmente al otro. Y algunos aún creen estar colocados del lado bueno de la vida. La condición de hombre no se puede igualar a la de animal. Y al revés, tampoco. Alguien dijo que la ecología empezaba por el minero silicótico.

A lo largo de dos días una banda de taimados insultaron y festejaron la muerte de un hombre partido en dos por asta de toro. Actuaban como el cardumen. Bateaban con mensajes públicos a los que no estaban de su parte. A los íntimos del cadáver. A cualquiera. ¿Ése es el debate que quieren abrir? ¿Así es la defensa de una culturalimpia de sangre? Portan la misma banalidad del mal que denunció Hannah Arendt. La que impulsa también al maestro valenciano. Por un animal. Por un puñado de tierra. Por un trapo raído. Qué más da.

Publicado en EL MUNDO.

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