El Viti: «No mandamos ni en la vida ni en la muerte»


Serio y elegante, como era su toreo, el exmatador confiesa que siempre tuvo miedo a no digerir la fama.

Por Cesar Coca.

-En alguna de sus catorce cornadas, cuando lo llevaban en volandas a la enfermería de la plaza, ¿pensó que podía morir?

-Nunca lo pensé. Todos los que nos hemos puesto delante del toro sabemos que vamos a morir, pero no tuve ese temor en ninguna cogida.

Santiago Martín ‘El Viti’ ha respondido sin un atisbo de duda. Sus palabras resuenan en el bello patio renacentista del Palacio de Figueroa, en Salamanca, sede del casino local. Casi cuarenta años después de su retirada, sigue siendo un ídolo para sus paisanos y los aficionados a los toros de todo el mundo, pero se muestra incómodo con los elogios y esquivo ante apelativos que rechaza aunque sean muestras de admiración. «Si me llaman ‘maestro’, no me vuelvo, porque no lo soy», confiesa. Ha llegado hasta la plaza Mayor, lugar de la cita con los periodistas, atendiendo a los saludos de unos y otros, caminando pausado, como cuando citaba al toro con aquel gesto serio y una sobriedad y un temple que los cronistas de su tiempo destacaban por encima de todo. Próximo a cumplir 79 años, Santiago Martín derrocha sabiduría, recibe las preguntas a pecho descubierto y torea las cuestiones más incómodas con elegancia y sin acusar a nadie. Un caballero en un tiempo de excesos y espectáculo vacuo.

¿Un torero deja de serlo alguna vez?

Seguimos siéndolo y pensando como toreros siempre. La vida profesional de un torero es corta y luego tienes que hacer otras cosas, estar con tu familia, vivir en sociedad, pero eso sigue ahí.

¿Cuáles son esas otras cosas de las que habla? ¿Cómo llena su tiempo?

Nunca me aburro. Siempre hay tareas en el campo, con el ganado o la agricultura, atender a la familia, y además he sido muy deportista. Me gusta caminar y jugar a la pelota. He conocido a pelotaris profesionales. Una vez fui a Durango y mi padre me pidió que saludase a Atano II, que me regaló unas pelotas. Estuve jugando con ellas sin protegerme las manos y eso me costó perder dos o tres corridas. También veo muchas películas, leo sobre todo libros de Historia. Al teatro voy menos y la ópera la disfruto cuando dan alguna en TV.

SUS FRASES

En la plaza

«Yo creo que valiente es el toro; el torero debe ser inteligente»

Vocación

«Si no hubiese sido torero, podría haber sido pelotari»

Proyectos

«Mis sueños se estaban realizando y eso me daba miedo»

¿Cómo era de niño?

Fui un niño normal. En Vitigudino había un grupo de muchachos y jugábamos al fútbol y las canicas, entrábamos a algunas fincas de frutales… subíamos a los tejados a por nidos. Y también jugábamos a toreros, y nos íbamos turnando en el papel de toro.

A su madre no le gustaban los toros. ¿Qué le dijo cuando se enteró de su afición?

Durante muchos años fui como un monje. Toreábamos en los corrales, con nueve o diez años, y yo no decía nada a nadie. Aprovechando la feria semanal que había en el pueblo, a la que llevaban mucho ganado, encerrábamos una vaca y hacíamos alguna perrería. Y luego en las fiestas del pueblo se hacían cuadrillas para torear y formé una con mi hermano y un amigo. Tenía ya 16 años, y contra la costumbre de sortear quién iba a lidiar una vaca embolada, como se hacía entonces, y quiénes eran los subalternos, me adjudiqué el papel de torero.

Fue la primera vez que Santiago Martín dio unos capotazos en público. En su casa, donde vivían de un taller de fabricación y reparación de carros, se llevaron una sorpresa, y su madre y su abuelo materno le preguntaron si sabía que a ellos el toreo no les gustaba. «Pero todo quedó ahí. Nunca dijeron nada en contra y siempre me apoyaron». De su madre, recuerda que jamás fue a verlo a un tentadero. Y de su abuelo asegura que fue la persona que más cosas le ha enseñado en la vida. Así que él conoció desde muy joven los argumentos de los contrarios a los toros. «Los ha habido siempre», destaca. Nunca ha tenido demasiados problemas con los antitaurinos, aunque se detiene en el relato de un viaje en avión en el que una joven fue a increparlo y tuvo que llamar a la azafata.

De no haber sido torero, ¿a qué se habría dedicado?

Podría haberme dedicado a la pelota. Era bueno. Un amigo y yo, siendo unos chavales, ganábamos con facilidad a los mayores. Muchos años después, Retegi, Arroyo y otros pelotaris estuvieron en mi casa y jugamos en el frontón. Pero decidí ser torero, y cuando llegó el momento de contarlo a mis padres me apoyé en mi hermano mayor porque no me atrevía a decírselo.

SU TRAYECTORIA

Nació: en Vitigudino (Salamanca), el 18 de julio de 1938.
Carrera en los toros: Se vistió de luces por vez primera en 1956. Tomó la alternativa en la plaza de Las Ventas, en Madrid, el 13 de mayo de 1961. Se retiró en Valladolid, el 16 de septiembre de 1979. En total, toreó en 1.213 corridas y nunca hizo el paseíllo en solitario. Actuó en cuatro continentes. Salió a hombros de la plaza de Las Ventas en 14 ocasiones como torero y dos más como novillero, récord que nadie ha igualado.

Premios: Está en posesión de la Medalla de Oro de las Bellas Artes, el premio de las Artes de Castilla-León y el premio Tauromaquia de esa comunidad.

El balance profesional fue excelente: 1.213 corridas en 19 temporadas, 16 salidas por la puerta grande de Las Ventas, un paseíllo a hombros por todo Madrid…

Cuando era novillero, quería saber muchas cosas sobre la fiesta y preguntaba a los toreros veteranos. Era difícil acercarse a ellos y plantearles algunas cuestiones, pero varias veces lo conseguí. Me interesaba por el público y sus reacciones, por las salidas a hombros…

En una de ellas recorrió media ciudad. ¿La recuerda?

Me llevaron una vez desde la plaza de Vista Alegre a mi hotel, en la plaza de Santa Ana. Era un grupo de unas 200 personas y los guardias iban cortando el tráfico para que pudieran pasar.

¿Qué se piensa cuando se protagoniza una apoteosis así?

No piensas nada, apenas tienes oportunidad de hacerlo. Luego, cuando te quedas solo en el hotel te preguntas qué es eso.

¿Y las cornadas? ¿Tiemblan las piernas al salir al ruedo por primera vez tras una grave cogida?



Las cornadas no ablandan a los toreros. Valle Inclán y Ortega le preguntaron por eso a Belmonte y este les dijo que las de la vida son peores. Las de la vida llegan por muchas causas y hay que estar preparado: un problema económico, una enfermedad, un accidente… Las del toro son como trofeos auténticos y sin rencor.

Cuando nació su primera hija, ¿cambió algo su manera de enfrentarse a los toros?

Hay varias formas de encajar acontecimientos pero quienes nos hemos puesto delante de un toro sabemos que vamos a morir. No mandamos ni en la vida ni en la muerte. Vendrá cuando tenga que venir. Las cosas, las buenas y las malas, solo suceden a quienes están vivos. Si tuviéramos que tomar todas las precauciones por algún motivo, no saldríamos de casa.

Otras personas con profesiones peligrosas admiten que se volvieron más prudentes tras tener un hijo.

Cuando estás ante un toro no existe nada más. Hay quien dice incluso que se te olvidan hasta los dolores que puedas tener. Si no llegas a verlo así no te haces torero. A veces se dice que un torero es un valiente. Yo creo que valiente es el toro; el torero debe ser inteligente.

¿A usted la fe religiosa le ha ayudado a superar riesgos y cornadas?

Sin duda. La fe me dio mucha fuerza. Cuando me pasaron las cosas más gordas, siempre pensaba que tenía que curarme con la ayuda de Dios. Se lo decía a mi madre cuando iba a verme al sanatorio. Una vez le dije que no quería verla allí porque su sitio estaba en casa, cuidando de la familia.

Rituales

Recuerda El Viti los rituales previos a la corrida, la vez que cuando lo estaban vistiendo se rompieron los machos y el mozo de espadas se puso muy nervioso porque era la hora de salir a la plaza. «Mi mujer ocupó su lugar y resolvió el problema», explica con una sonrisa. Luego, como siempre, ella se quedó en el hotel. «Al despedirme, solo me deseaba suerte y nada más. Sabía con quién se había casado». Sus hijos, en cambio, le daban un beso. Pero eso fue cuando se acostumbraron a verlo vestido de luces porque en una ocasión, con motivo de una corrida en Benidorm, se trasladó hasta allí la familia al completo para disfrutar de unos días de vacaciones y su hijo pequeño -las dos mayores son chicas- al verlo salir de la habitación se escondió, asustado, porque no lo reconoció.

¿De qué hablaban en los largos viajes nocturnos de las cuadrillas, de una ciudad a otra?



De todo: del campo, de amigos comunes, de las familias. En mis primeros años viajaba siempre con la cuadrilla y les pedía opinión sobre la corrida. Alguno respondía sin tapujos. La opinión de profesionales con gran experiencia siempre es constructiva. He hablado más con los subalternos que con el apoderado… Luego, en los últimos años, a veces viajaba con mi mujer.

¿Por qué los toreros se retiran y vuelven? Usted también lo hizo.

Lo mío fueron más bien descansos, dos temporadas en las que toreé muy poco, algunas corridas en América. Durante diez años no había tenido ni un mes libre y el descanso me vino muy bien.

Y terminó por cortarse la coleta de manera inesperada, tras una corrida en Valladolid con muy mal resultado.

Sí (sonríe), una corrida con bronca y bronca. Yo he tenido siempre miedo a no digerir la fama, a las cosas que se sustentan alrededor. Después de un gran triunfo no dormía nunca. Estaba angustiado porque mis sueños se estaban realizado y eso me daba miedo. A los dos días de esa corrida de Valladolid llamé a Chopera y le dije que me retiraba, que ya no iba a la feria de Logroño.

¿Lo habría hecho si llega a cortar orejas en esa corrida?

Posiblemente habría sido igual, pero era una cuestión de humildad.

En una ocasión, un brindis en forma de protesta al presidente de Las Ventas, en Madrid, le costó un arresto. ¿Qué pasó?

Sucedió que mi segundo toro me dio una voltereta con el capote que me causó una lesión en una pierna. Pude seguir pero muy mermado de facultades, y el presidente cambió de tercio con solo un puyazo, cuando el reglamento fijaba tres. Eso me dejó el toro en condiciones muy difíciles para mí.

Y se quejó.

Brindé el toro haciendo una referencia al conocimiento del reglamento. Media plaza se puso de mi parte y la otra media me criticó, así que me costó mucho convencer al público pero al final corté dos orejas. Y resulta que el presidente, luego me enteré, era un admirador. No salí a hombros porque tuve que irme directo a la enfermería. Allí fueron a decirme que estaba arrestado. Me llevaron al hotel, donde estuve diez días sin salir de la habitación, con una rotura de fibras, y me pusieron un policía en la puerta de manera permanente. Ya ve, la vez que más ilusión me habría hecho salir a hombros, no pudo ser.

¿Sus hijos tienen alguna relación con el mundo taurino?

Son muy aficionados, y no porque yo les inculcara nada. Pero ahí se queda todo.

¿Cómo querría ser recordado?

Le pregunté a Domingo Ortega cómo llevaba la fama y los compromisos y me dijo: «Debes acostumbrarte». Me gustaría que me recordaran como Santiago, como una persona en la vida cotidiana, con mi familia… Si llego a medio hombre bueno, me conformo. Que me recuerden como alguien bueno. No quiero más. Mire, cuando alguien me saluda por la calle llamándome Santiago o Viti, me vuelvo y atiendo el saludo. Si me dicen ‘maestro’, no lo hago, porque yo no soy un maestro.

Publicado en. Las Provincias

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