Honor a los heridos y a los autores de los milagros.

Hay imágenes que duelen solo verlas. Las manos de Ponce tapándose la cara en busca de un halo esperanza interna.

Por Noelia Crespo.

Las cornadas duelen, y no solo a las personas que las reciben. Afecta a toda una afición, a una familia tanto personal como profesional. El mundo del toro de nuevo se quedaba ayer consternado. “Otra vez no”, pensábamos todos. Mariano de la Viña, de la cuadrilla de Enrique Ponce, sufría un gravísimo percance en Zaragoza, debatiéndose entre la vida y la muerte. Inmóvil, tumbado en la arena donde fue recogido por sus compañeros. No me quiero llegar a imaginar lo que se les pudo pasar por la cabeza a todos los que presenciaron ese momento. Las redes empezaron a arder, y ahí acabó de enterarse todo el aficionado de cualquier parte del país y del mundo. A partir de entonces todos los pensamientos y rezos deseaban que se obrara el milagro.

Hay imágenes que duelen solo verlas. Las manos de Ponce tapándose la cara en busca de un halo esperanza interna, Perera recogiendo y tapando con un rastrillo el reguero de sangre derramada unos instantes antes por su compañero, el público consternado y preocupado, con pocas o ninguna gana de que continuara el festejo. El dolor y la cavilación invadieron el coso de la Misericordia hasta que se dio muerte a la última alimaña de Montalvo. Los pupilos de Juan Ignacio Pérez Tabernero no hicieron honor a su ganadero. La buena persona que es Juan Ignacio sufriría ayer su tarde más amarga esta temporada, no lo merecía él tampoco.

Mariano entró en la enfermería en parada cardíaca y tuvieron que pasar más de cuarenta y cinco minutos hasta que consiguieron reanimarlo. Cuarenta y cinco minutos de larga espera sin que nadie tuviera noticias de lo que ocurría allí dentro. El tiempo transcurría tan lento y rápido a la vez. Había que salvar la vida de un torero, y la esperanza afloraba al saber que estaba en unas de las mejores manos de la medicina taurina. El Dr. Val-Carreres y todo su equipo se desvivieron por obrar el milagro mientras toda la familia taurina rezaba por qué ellos lo lograrán. Benditas manos, bendita capacidad, bendita entereza. Hacía apenas veinticuatro horas que D. Máximo García Padrós acababa de realizar otra labor de quitarse el sombrero salvando de nuevo a Gonzalo Caballero, quien volvió a jugarse la vida de la misma manera que lo hizo en San Isidro. El mundo del toro estaba ante uno de sus fines de semana más trágicos y tristes. Perera también cayó herido, pero sabedor y conocedor de lo que estaba aconteciendo, supo esperar en gesto de honra torera, el mismo dijo que había que salvar a Mariano.

Mucha sangre perdió el subalterno en el trayecto. De tres paradas cardiorrespiratorias le sacaron hasta que al fin pudieron empezar con la operación. Dentro de la gravedad y dramatismo del momento, podemos decir que Mariano tuvo suerte. Suerte de recaer en las mismas manos que salvaron en su momento a Juan José Padilla en la misma plaza. Esas manos lograron también estabilizar al torero de plata. “Se salva”, se empezó a repetir en los aledaños de la plaza y por las redes. Parecía que se empezaba a vislumbrar un pequeño foco de luz esperanzadora. Se intentaba transmitir y mantener la calma, había que esperar y ser prudente. Mariano, al igual que Perera, fueron trasladados al Hospital Quirón de Zaragoza para proseguir cada uno con sus respectivas operaciones. Sin complicaciones la del extremeño, quien pronto fue establecido en planta. Mariano, sin embargo, tuvo que ser atendido en quirófano hasta pasadas las 2:30h de la madrugada. Qué noche más larga, tensa y llena de insomnio.

Pero al fin, y tras conocer el escalofriante parte médico de Mariano, podemos decir que se obró el milagro en primera instancia. Y aunque todavía hay que ser prudente dentro de la gravedad, ahora mismo podemos hablar de un nuevo milagro conseguido por la medicina, como otros tantos. Este fin de semana se ha vuelto a vivir la cara más amarga y dramática de la tauromaquia, la que dignifica aún más si cabe esta profesión artística. Los toreros, esos héroes incomprendidos del siglo XXI que son capaces de dar su vida por el animal que más aman. Hoy, sin embargo, podemos y debemos alabar a otros héroes que pasan a veces desapercibidos. Ellos realizan su labor en silencio, sin querer ser protagonistas, curando y salvando la vida de todos los que se la juegan en este mundo. García Padrós, Val-Carreres, han sido los últimos hombres en dignificar la figura del médico taurino. Ellos, junto con sus equipos, son los principales artífices de que a buen seguro los profesionales del mundo del toro están en buenas manos pase lo que pase. Insignes, ellos son los ángeles de la guarda de los toreros de oro y plata, y aunque muchas veces son poco reconocidos, merecen un homenaje por toda su labor. Por todos los milagros realizados con sus manos, tienen los máximos respetos y orgullo del toreo que alaban su compromiso.

Agradecimiento eterno a todos vosotros, a los autores de estos milagros, sois ángeles. Y finalmente pronta recuperación a todos los heridos, volveréis con más fuerza delante de la cara del toro.

Publicado en Altoro.es

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