Es lo que digo yo: Apuntes del Aniversario LXXIV de la Plaza México.

Foto la Plaza México.

Por Luis CuestaDe SOL y SOMBRA.

El pasado miércoles durante la corrida del aniversario LXXIV se vivieron muchos momentos importantes, y es que de verdad fue una tarde en que se estaba a gusto en la plaza. Esto fue en gran medida porque se lidió una corrida de toros sería, y los matadores anunciados actuaron con una disposición y una vergüenza torera digna de la fecha y del escenario. Torería seria el adjetivo que calificaría mejor esos diversos pasajes que hicieron explosión y pusieron a latir los corazones de los presentes.

Antonio Ferrera encendió la mecha. Ferrera regreso a la Plaza México con unas ganas locas de apoderarse de ella, arrollar lo que fuera, incluso la razón. Y se sacó del alma un toreo vibrante, fastuoso y colorido. Lo que le hizo Ferrera a los toros de su lote constituyó en conjunto un faenón. Cierto que en algunos tramos el toreo se desbordaba hasta salirse de los cánones, pero no era por ventaja ni demérito alguno sino por la propia locura del artista, embriagado de arte y encendido de pasión. La Puerta Grande -la segunda en apenas quince días- demostró la conexión real que existe actualmente entre el torero y la afición de la Plaza México.

El resto del festejo fue una tarde muy torera en todos los frentes. Torería por encima de todo sacó Morante de su primero y a nadie le extrañó porque es su patrimonio. La obra inició con el capote y con la muleta nos regaló toda su maestría al citar y embarcar al toro como Dios manda. Para el recuerdo quedarán algunos naturales que embriagaron de aroma a la afición, todo hecho con el sello propio de un torero de arte de la cabeza a los pies.

Pundonor y vergüenza torera fue también lo del Zapata, torero cabal donde los haya, quien también demostró torería al ejecutar e improvisar los lances con el capote. Sublime anduvo en las banderillas y muy firme al construir sus faenas con sentido lidiador. Fue una pena que no anduviera fino con los aceros.

Una corriente de efluvios* de arte invadió el coso en el octavo toro. Pero antes -en el cuarto- había llegado una brisa de frescura de la manos de El Payo, que decidió aflojar las muñecas en unas tersas verónicas y una media, que trasmutaron a la plaza entera.

El arte de torear tiene estas metamorfosis cuando hay un torero en la arena. El Payo, tocado por la inspiración, pletórico de arte, instrumentó en el octavo una faena de muleta de altos vuelos. Por el tiempo que duro la faena este puso el toreo en la cumbre y al público en pie. La estocada final debió de haberse producido con éxito, pero el espadazo cayó bajo y no pudo obtener las dos orejas que había ganado. Aunque daban igual las dos orejas. Con la satisfacción de la obra bien hecha y el regusto que había dejado en los paladares, El Payo y la afición iban sobrados. Sus bonos se mantienen intactos como al principio de la temporada y seguramente será un gusto para el buen aficionado, volver a verlo en esta plaza o en alguna otra de provincia. Su lugar se lo ha ganado más allá de trofeos y premios.

Los empresarios tienen que entender, que a los toreros de arte no se les puede medir siempre por orejas y rabos como a los demás, porque si así fuera, toreros como Curro Romero o Rafael de Paula se hubieran quedado en el paro la mitad de su carrera. Los toreros de arte y clase se ganan su categoría no por muletear a destajo y cortar orejas triunfalistas, sino por su sentido del arte. Porque no huele igual cuando se torea de verdad que cuando se pegan pases.

Al final la exquisitez de la tarde de aniversario pareció llegar de una galaxia distinta, porque aún sin batirse récords, ni cortarse orejas por montones, la gente se retiró satisfecha de la plaza ante tan gloriosas y diferentes muestras del arte del toreo.

Es lo que digo yo.

Twitter @LuisCuesta_

* Efluvios: Cosa inmaterial que se considera que irradia de una cosa o una persona y que se percibe alrededor de ella.

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