Obispo y Oro: El toro no puede esperar Por Fernando Fernández Román.

Llegados a este punto de temporada taurina, bien puede decirse que, como tal, la hemos mandado a tomar vientos. Escribo un 8 de septiembre, otro de los días festeros más significados del calendario español, signado como emblemático y tradicional para encerrar toros en chiqueros y liar capotes de paseo en los patios de cuadrillas. Éste del veinte-veinte, por contra, se nos ha quedado prácticamente en blanco, huérfano de toda actividad o notable referencia que justifique su condición de “festividad”, antaño marcada en rojo en el almanaque de las dos Castillas, donde, por ejemplo, la advocación a las vírgenes de los Llanos, San Lorenzo o la Vega (en Albacete, Valladolid y Salamanca, respectivamente) se han quedado en mera celebración religiosa, bien que coartada asimismo en la congregación de fieles por normativas sanitarias. No hay solemnidad que valga. No hay toros. No hay feria. No hay nada de nada. Ni rastro de bullicio de ferial, de cacharritos para gozo de la gente menuda o barracas en el casco urbano para el paladeo de la buena gastronomía. En Valladolid, por ejemplo, el día es gris y ventosillo, como si quisiera protestar de ese lugar al que han mandado a su Fiesta Patronal los imponderables y los acontecimientos indeseables que asfixian, cada día más, a todo el país.

Mal le va a la Tauromaquia con tales acontecimientos. No me cansaré de alertar sobre las intenciones del gobierno que nos gobierna desde esa maraña de departamentos, con los cuales choca cualquier iniciativa que lleve la etiqueta de taurino. Insisto en la cuestión: si no  se advierte la localización del enemigo, la batalla estará irremisiblemente perdida. A la vista de las protestas airadas de un grupo de subalternos ante el director del SEPE (Servicio Público de Empleo Estatal) en Sevilla, algunos sectores adscritos a los principales partidos del gobierno de la nación han puesto el grito en el cielo. Los subalternos han estallado con toda la razón: se les niega sistemáticamente las ayudas que tienen reconocidas por ley, en virtud de su condición de “artistas”. No hay derecho a negar lo legalmente reconocido.

Tampoco la oposición (el principal partido de la oposición, se entiende) está para tirar cohetes, a pesar de su alardeo en favor de la tauromaquia. El petardo del P.P. de Madrid en estos últimos días ha sido antológico, suspendiendo las corridas anunciadas en San Sebastián de los Reyes, Alcalá de Henares y  Aranjuez, estás dos últimas apenas con 24 horas de antelación. El empresario invierte su dinero y se esfuerza por dar toros, acatando las limitaciones y protocolos pertinentes, los toreros reservan su fecha y sus hoteles, los ganaderos embarcan sus toros en el campo, los aficionados compran sus boletos para presenciar las corridas y casi a la hora de sonar el clarín, la Comunidad de Madrid les desmonta su tramoya y emite una orden taxativa de prohibición. Se mire por donde se mire, impresentable. Ahora, la Presidenta promete ayudar a los ganaderos de la Comunidad y no sé qué cosas más, pero el petardo ya ha estallado y, para colmo, ha dejado a Miguel Abellán, Director del Centro de Asuntos Taurinos, oliendo a chamusquina, cuando en tan altas cuestiones no tiene el hombre ninguna competencia. Así que menos medallas y más coherencia.

Como puede verse, el año se nos va entre el portazo a los toros de quienes nos gobiernan, escraches acuciados por la angustia vital de unas gentes que se visten de luces y las pocas luces de algunos dirigentes bien significativos de la oposición. Si utilizáramos el popular romance patriótico que narra la derrota francesa en Roncesvalles,  podríamos decir: “mala la hubisteis taurinos”, en este “roncesvalles” del que llueve metralla por todos los flancos. Entre el bloqueo enemigo y el  fuego “amigo”, apañados estamos.

Sin embargo –fuera negativismo–, algo de provecho puede depararnos este malhadado año que vivimos. Estos parones, estas decepciones, este malestar permanente y este miedo que nos atenaza ante el sombrío panorama que se cierne sobre nosotros, abre también la posibilidad de utilizar el barbecho para preparar una próxima sembradura. Es el momento de tocar a rebato y   reclamar la unión de todos los sectores taurinos para abordar el año 2021 con otro semblante;  y una vez alineados en cónclave, coger al toro por los cuernos y poner en orden este sistema anquilosado y obsoleto, este franquestéin hecho de recortes y retazos del quirófano de urgencia en que la fiesta de los toros ha sido intervenida a lo largo de los años –muchos, demasiados, ya—cuando las ocasiones puntuales requerían soluciones, en principio abocadas a la provisionalidad, que han acabado enquistándose en su propia entelequia. Toreros de toda graduación y clasificación, ganaderos, empresarios y asociaciones de aficionados de reconocida solvencia, deberían reunirse durante el tiempo que crean necesario y estudiar, punto por punto, las situaciones de cada sector, sus necesidades imperiosas, aportar soluciones y propuestas y hacer cada cual el examen de conciencia correspondiente, aceptando la prioridad irrenunciable de buscar como fin exclusivo la mejora y operatividad de los festejos taurinos y su integración en la sociedad contemporánea. El colofón inevitable debería utilizar los ingredientes necesarios para la más que perentoria elaboración de un Reglamento Taurino que desarrolle la Ley vigente o, en su caso, la modificación de la misma. Un solo Reglamento para todo el país, extrayendo del actual galimatías las puntualizaciones que sean razonables. No cabe en cabeza humana que pueda haber tantos reglamentos para una misma actividad, ante la pasividad o desidia de quienes organizan e intervienen en estos festejos.

Ya les adelanto que esta petición, este ruego, está cargado de buena voluntad, porque estoy bien seguro de que concertar y consensuar a los profesionales taurinos es bastante más complicado que hacerlo entre partidos políticos de variadas ideologías. En los toros –más todavía que en política–, cada cual va a lo suyo. No se contempla la ecuanimidad o la lógica. Los intereses, entrechocan. Es más, entre ellos mismos están a la greña. Diríase que el recelo es consustancial en cada gremio o estamento taurino.

No obstante, habrá que confiar en que la cordura se imponga, porque la fiesta de los toros, la Tauromaquia, debe experimentar un giro de arco amplio y diáfano para restañar incongruencias, fomentar sus valores y, sobre todo, ponerse al día sin renunciar a los valores esenciales que le otorga su condición de hecho cultural y –aunque a algunos les suene a expresión rancia– rito milenario.

El toro sigue ahí, mirando con incertidumbre al porvenir, mientras se constriñe su salida hacia las plazas de toros y estas se entreabren, de cuando en vez, con el público espolvoreado por los tendidos o se cierran, directamente. El toro sigue ahí, mientras los taurinos practican el juego de soga-tira o miran para otro lado, esperando el santo advenimiento; pero el toro, a pesar de su instinto gregario, no puede reunirse y participar en el ordenamiento jurídico de su lidia. Está, como todos los que se amparan tras la mampara de la inacción, a verlas venir. O se arregla esto en los meses venideros, unificando criterios entre quienes tienen competencia y autoridad para ello, o nos vamos todos un poco más allá del “tomar vientos” antedicho. El toro no puede esperar.

Publicado en República

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