Por Pedro Toledano.
El arranque de la temporada taurina está ahí, debatiéndose entre la ilusión y la incertidumbre. A diferencia de la pasada, en la que sólo se activaron plazas del segundo circuito, para ésta hay voluntad de incorporar palenques de primera. Así hay que interpretarlo después de ver cómo Sevilla ya anuncia, para el día 18 de abril, un cartel de altos vuelos. ¡Ahí es nada!, Morante de la Puebla, Roca Rey y Pablo Aguado, lidiando un encierro de Victoriano de Río.
Entendemos que el empresario sevillano lo ha hecho confiando -¡que ya es mérito!- en que los políticos le den, como mínimo, igual trato que el recibido -por poner un ejemplo llamativo- por el concierto ofrecido por Raphael en Madrid, al que le autorizaron la asistencia de cinco mil personas. Claro que a diferencia de lo que hace el colectivo taurino, siempre tan recatado y acomplejado, los productores y actores de los eventos masivos, cuando ponen en marcha su maquinaria, salen en tromba, como están haciendo estos días, divulgando las excelencias de las medidas que van a tomar para hacerle un regate al Covid-19, y así lograr sus objetivos.
Llegados a este punto hay que convenir que la fiesta de los toros tiene un déficit muy notable de divulgación. La familia taurina todavía no se ha dado cuenta de que la gran batalla que tienen que librar es la de potenciar todo el abanico de virtudes que tiene el arte de la lidia. Es por ello que lo que deberían interiorizar es que estamos en la era de la comunicación por tierra, mar y aire. Que tienen la necesidad de llegar al gran público, y eso sólo se logra utilizando adecuadamente los mensajes, que hablando de la tauromaquia pueden ser espectaculares, y no digamos si sus héroes, los que hacen posible el drama que es la representación de la corrida, se convencen de que es más rentable tener visibilidad en los medios, eso sí, a las duras y a las maduras, que limitar ésta sólo cuando se trata de alimentar sus vanidades. Asignatura a superar.
Publicado en Las Provincias