
Amigos aficionados…
En algún muro leí en estos días este conjunto de expresiones: “Los toros no dan abrazos, dan muchas cosas, entre ellas… cornadas. Y se debe ser muy hombre o mujer para aguantarlas”.
Vaya que dice mucho. Las cornadas del toro duelen, se sufren, pero las que parecen cornadas y son afectaciones de quienes son humanos, de un lado o del otro, representan por mucho lo más crítico que puede vivir el hombre.
Recordaba lo que vivió recientemente nuestro paisano Ángel Lizama “El Papo”, denostado por críticos taurinos por su supuesta baja estatura y sin presencia. Tan fácil que es tomar un espacio para escribir algo en contra de alguien, aunque sea solamente de forma velada.
Esos, lamentablemente, no van a faltar nunca. Me decía una vez Alejandro Silveti, que concluyó sus estudios de arquitectura para poder dedicarse a los toros: “Justo cuando te pones frente al toro, a distancia, te quedas solo con él, y viene como una máquina. ¿Te quitas? Dejas de ser lo que eres o quieres ser. ¿Te quedas? Sabes que tal vez a papá y a mamá, o a tus hijos, o a tu señora, no los volverías a ver”.
Duro de decir, y si lo logras entender, duro de asimilar. No puedes, por tanto, decir que el que se viste de torero, de corto o de luces, no tiene ganas de pararse allá donde muchos quisieran.
Cerraré este apartado con una opinión tomada a Cristina Sánchez cuando caminaba entre piedras y un poco de lodo en la plaza “Rosa Yolanda” de Peto, el día que, por fin, pudo presentarse en Yucatán, pero tuvo que hacerlo en ese coso del Sur por diversas razones. Viendo las peripecias de la rubia madrileña, le pregunté: “¿Y aún quiere torear?”
Ella, firme y valiente, no se quedó con nada: “No sabes cuánto he esperado por ponerme delante del toro. Y si vine hasta aquí, fue porque allí (en la Mérida o Motul) no se pudo. Lo que queremos es torear, para eso estamos”.
De su comodidad de torera mujer consentida (le duró poquísimo), de Madrid, de Nimes y las grandes plazas, fue a Peto, sin hospital cerca, sin garantías. Nosotros fuimos porque hubo quienes no quisieron ir a ese pueblo a cubrirla. Y vimos (mi compañero de Redacción Víctor Dzul Zum y el que escribe) una gran tarde de toros.
Nuestros pueblos, antes de la pandemia, estaban llenos de toreros que lidian en condiciones paupérrimas. ¿Acaso no tienen valor?
Y vuelvo a corregir a comentarios sobre tema anterior: Alejandro Algara fue uno de los mejores intérpretes del pasodoble “Silverio”, de Agustín Lara. ¡Ah… el Faraón de Texcoco”.
Por Gaspar Silveyra – Diario de Yucatán.