Morante de la Puebla ha decidido romper su relación de apoderamiento con Matilla. De momento, el propio torero sevillano dirigirá su carrera.
Por Antonio Lorca.
El hombre, el torero y el personaje convergen en un ser humano especial, controvertido y extremadamente singular. Despierta veneración cuando se viste de luces, sorprende con su imagen bohemia en la vida social y puede llegar a perturbar cuando desgrana su obsesión con el pasado y la tradición.
Es un hombre del siglo XXI encerrado en una lámpara de principios del XX. Añora la tradición, rechaza la modernidad, admira a Joselito el Gallo y su época, y sobre el escritorio original del ‘rey de los toreros’, que guarda en su casa de La Puebla, descansan libros de toros y de filosofía. Tiene tres hijos, asegura que se siente bien (“eso de la felicidad me parece muy cómodo y no me gusta”), e ilusionado, que sufre mucho, también, y que lee a Nietzsche, el filósofo alemán, “profundo y duro de entender”.
Ese es José Antonio Morante Camacho, Morante de la Puebla, nacido hace 41 años a la vera de Sevilla, reconocida figura del toreo, artista de cimas y precipicios, y hombre de una gran vida interior, atormentado a veces por nubarrones en su personalidad. Un ser que no deja a nadie indiferente; ni cuando torea ni cuando habla.
La cita es en un silencioso hotel cerca del Parque del Retiro madrileño. Es jueves, y Morante acaba de llegar de Sevilla para su segunda cita, el pasado sábado, en la plaza de Vistalegre. Se ha recortado el pelo y las patillas, y por vez primera en mucho tiempo ha abandonado su perfil de hombre antiguo. Pregunta si está el fotógrafo, y pide permiso para cambiar su atuendo. Al rato aparece enfundado en un impoluto traje de lino blanco sobre una camisa floreada y con el pelo engominado. Posa con naturalidad (“este atuendo responde a mi forma de ser, y es una forma de estar en el mundo; me gusta aparecer bien en las fotos, y me cuido para ello”), pide un café solo, y de manera calmada reflexiona, duda y susurra sobre su vida y sus pensamientos.
“La fiesta de los toros sufre en estos momentos una amenaza galopante de la globalidad”, afirma tajante, lo que le ha llevado a erigirse en ‘activista taurino’ en defensa de un sector al que, a su juicio, tratan de arruinar poco a poco.
“Yo soy un hombre tradicional, y esa idea de que la fiesta tiene que reinventarse me parece un horror”
Fue la voz que clamó en el desierto a favor de la celebración de la Feria de Abril, y dice sentirse decepcionado con la Junta de Andalucía y con sus compañeros. “Me encontré solo”, concluye.
No cree, sin embargo, que la fiesta de los toros atraviese la peor crisis de su historia, (“ha padecido muchas a lo largo de su existencia y siempre ha sido muy discutida”), ni que el Gobierno central encabece una cruzada contra ella. “Es la pandemia la que ha paralizado todas las celebraciones, y la corrida es una de ellas”, afirma.
Su discurso se desliza por recodos insólitos cuando se refiere a posibles soluciones.
Pregunta. ¿Pero no cree usted que la tauromaquia se ha quedado obsoleta y necesita dar un salto hacia la modernidad?
Respuesta. “No estoy de acuerdo. Opino todo lo contrario. En el toreo hay que mirar hacia atrás y no hacia adelante. Ser moderno no casa con esta profesión”.
P. Pero la imagen del torero está devaluada socialmente…
R. Claro que sí, pero es así porque los periódicos y la televisión nos acotan cada vez más. Yo espero que la situación cambie algún día; es la ley del péndulo.
P. Los tiempos ya han cambiado, y el toreo de hoy es diferente al de hace 50 años…
R. Hoy, un cocinero es una superestrella, algo impensable hace algún tiempo, porque así lo han decidido los medios de comunicación y la industria. Habrá que aguantar, y si se hunde la fiesta, pues nos hundiremos todos.
P. Si el toreo se aferra al pasado y da la espalda a la modernidad, tiene un serio problema.
R. Sí, pero es así. El toreo es una liturgia, como la iglesia católica. No se puede pretender que el Papa celebre misa en bermudas por mucho que cambien los tiempos.
P. Acaba usted de decir que “si nos hundimos, nos hundiremos todos”.
R. Yo, sí, con mi estandarte de la tradición. Me hundiré porque el toreo sin tradición, sin antigüedad y sin cultura no es nada.
P. ¿Esa es la razón por la que usted se ha convertido en el referente taurino de VOX?
R. Las autoridades políticas han mantenido una actitud de silencio y pasotismo sobre los problemas del toreo, que poco a poco ha ido perdiendo entidad. La prohibición en Cataluña es un ejemplo. El Tribunal Constitucional no puede tardar siete años en decidir si se pueden prohibir o no los toros. VOX nace de la cobardía del PP y para defender las tradiciones; y me uno a ellos como el que se agarra a un clavo ardiendo.
P. ¿Comulga usted con el ideario político de VOX?
R. Políticamente no soy un erudito para decidir lo que está bien o mal; pero sí comulgo con la política de contención que defiende. Es necesario frenar los ideales globales que pretenden acabar con la identidad de los pueblos.
A pesar de los graves problemas de la fiesta, y de la devaluación de la figura de los toreros, Morante de la Puebla es un personaje reconocido como un gran artista dentro y fuera de los ruedos.
P. ¿Siente que es usted un hombre con estrella?
R. Se podría decir que sí, pero también sufro mucho. Casi nunca he alcanzado la plenitud artística, y siempre ha habido algún detalle que me ha dejado insatisfecho, a excepción de la tarde en que salí por la Puerta del Príncipe de Sevilla.
Publicado en El País