Ángel Otero, banderillero, uno de los grandes que ha abandonado por la pandemia.

El torero madrileño ha colgado el traje de plata para regentar un establecimiento hostelero.

Por ANTONIO LORCA.

“Con todo el dolor de mi corazón, quiero informar que ya no puedo continuar en la profesión que he amado, amo y amaré, porque, al igual que otros muchos compañeros que siguen luchando y resistiendo ante los difíciles momentos que vivimos, debo priorizar a mi familia, pues es a la que me debo y la que ha estado siempre a mi lado”.

El pasado mes de abril, Ángel Otero (Madrid, 1982), uno de los subalternos más reconocidos del escalafón, espectacular en el tercio de banderillas, con las que ha cosechado numerosas tardes de triunfo, anunciaba de este modo que abandonaba los ruedos a causa de la grave crisis económica provocada por la pandemia en el sector taurino.

Colgó el traje de plata, y, desde entonces, enfundado en un mandil, trabaja detrás de la barra de un negocio de hostelería que, en compañía de su esposa, regenta en el pueblo madrileño de Anchuelo.

Solo lleva unos meses fuera de los ruedos y asegura que echa mucho de menos el toro. “Muchísimo; no hay un día que no busque algún tipo de contacto con la profesión”, afirma; “porque yo no soy un resentido, y la única razón de mi marcha es que no podía vivir; he toreado seis festejos entre 2020 y lo que llevamos de esta temporada, y necesitaba urgentemente buscar una solución para mi familia. La verdad es que me veía muy mal”.
“Me he retirado porque, poco a poco, me he visto superado por el desánimo y el aburrimiento”, continua. “La pandemia paralizó casi por completo la temporada pasada y fui perdiendo la ilusión y, con ella, las ganas de entrenar. Tanto es así que en el último festejo que toreé, el pasado 28 de marzo, en Jaén, en la cuadrilla de Rubén Pinar, coloqué los dos pares de banderillas y me desmontaré a petición del público; pero ya había algo dentro de mí que me producía intranquilidad. Lo pensé fríamente y decidí que tenía que dar el paso”.

“Me he retirado porque, poco a poco, me he visto superado por el desánimo y el aburrimiento”, continua. “La pandemia paralizó casi por completo la temporada pasada y fui perdiendo la ilusión y, con ella, las ganas de entrenar. Tanto es así que en el último festejo que toreé, el pasado 28 de marzo, en Jaén, en la cuadrilla de Rubén Pinar, coloqué los dos pares de banderillas y me desmontaré a petición del público; pero ya había algo dentro de mí que me producía intranquilidad. Lo pensé fríamente y decidí que tenía que dar el paso”.

“Me he ido de la profesión empujado por las circunstancias”, concluye; “y la verdad es que me embarga una sensación muy rara”.

Pregunta. ¿Está usted ya arrepentido?

Respuesta. Esa no es la palabra correcta. Digamos que me he ido en contra de mi voluntad. Vamos, que colgaba el traje o era hombre muerto. De algún modo tengo que sobrevivir.

Cuenta Ángel Otero que se crio en la antigua ganadería de Peñajara, donde su padre ejercía como mayoral; por el contacto con el toro y la influencia paterna descubrió una vocación que se acrecentó cuando su hermano José se hizo matador de alternativa.

Aprendió a manejar los trastos en las capeas populares, y llegó a debutar con picadores, pero pronto comprendió que la meta de ser figura del toreo no aparecía en su horizonte.

“No toreé más de cinco o seis festejos, y me di cuenta de que aquello era muy difícil para mí. No sé si hubiera alcanzado algún sueño”.

Y en el año 2001, aconsejado por algunos amigos, conocedores de su fácil manejo del capote y las banderillas, tomó la decisión de cambiar de escalafón.

“Así fue. Desde pequeño banderilleaba a los becerros, me salía como algo natural. Poner banderillas fue algo que nació conmigo”.

Han sido 20 años de carrera en los ruedos, donde se ha ganado un alto prestigio al lado de una larga nómina de matadores.

“Ha sido una etapa muy bonita”, comenta Otero. “He tenido la suerte de vivir experiencias inolvidables y de ir con toreros que me han respetado y me han dado mi sitio; en especial, con David Mora, a quien conocí en las capeas y a quien considero como un hermano”.

Recuerda con afecto a algunos de los matadores a los que ha acompañado (Luis Miguel Encabo, Julio Aparicio, Fernando Robleño, Matías Tejela, Frascuelo…), aunque ya en el comunicado de su despedida apuntaba “lo difícil que es mantener la ilusión en una profesión como la nuestra, en la que, en muchos momentos, al no tener cabida en un lugar privilegiado, me ha hecho dudar de mi valía como torero…”

“No he tenido la suerte de formar parte de la cuadrilla de una figura del toreo, lo que me hubiera gustado, pero no se me ha presentado la oportunidad”, aclara.

P. ¿Ha averiguado por qué?

R. No lo sé; he pensado muchas cosas, pero no he llegado a ninguna conclusión.

P. ¿No obstante, ha sido usted feliz vestido de plata?

R. Mucho. Cuando no lo soy es ahora.

P. Lo dice porque ha sido usted un triunfador…

R. No sé. Yo no me he sentido un triunfador. He disfrutado cada momento y ya está. Lo que sí pretendía cada tarde es hacer las cosas bien.

P. Y ha podido vivir del toro…

R. Sí, pero solo para vivir sobre la marcha, y prueba de ello es que tengo este negocio desde hace dos veranos. Hoy día, muy pocos toreros pueden vivir solo del toro.

P. Es usted un torero de Madrid, en Las Ventas ha conseguido sus más sonados triunfos, y se ha marchado sin despedirse de esta afición…

R. Así es. Me han llamado algunos aficionados del tendido 7, con los que tengo muchas cosas en común, aunque no conozco a ninguno. La afición de Madrid es difícil y fácil a la vez; el único misterio es que le gusta la pureza.

Ángel Otero también tuvo palabras de agradecimiento para los aficionados en su despedida; y habló entonces del “respeto y cariño con el que me han tratado, siendo ese el verdadero reconocimiento que he sentido a lo largo de todos mis años de carrera”. “Gracias a todos, y, especialmente, al público de Madrid, que me ha obligado a ser exigente conmigo mismo, y ha valorado y celebrado, además, las buenas tardes que he tenido”.

“Me voy”, terminaba el comunicado, “dando las gracias a la que considero la profesión más hermosa del mundo, la que me lo ha dado todo”.

P. Cualquiera diría que está usted pensando en volver…

R. En este momento, no sabría responderle. Atravieso un momento de mi vida un poco extraño. Estoy a la expectativa…

(La cita telefónica para la entrevista hubo que posponerla porque esa madrugada su establecimiento fue visitado por los ladrones. “Otro problema más”, se lamentaba Ángel, “ahora que intento levantar cabeza…”)

Publicado en El País

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