Obituario: Oscar Realme, torero de clase singular.

Foto “La aldea del Toro”.

Por Horacio Reiba.

Me entero con pesar del deceso de Oscar Realme Flores (Saltillo, 02.08.35-Monterrey, 02.08.2021), que descolló como novillero de clase singular en los primeros años 60 del siglo pasado. Lo describiría sin rubor como uno de los toreros más elegantes que he conocido –elegante de veras, no manierista de pose–; señalaré, asimismo, que nunca dio la impresión de que le preocupase demasiado alcanzar el alto sitio que sus muchos atributos permitían vislumbrar. Venía, al parecer, de una familia de clase acomodada, y compatibilizar el toreo con sus estudios universitarios de economía le imponía pausas a su presencia en los ruedos. Sin embargo, cuando se vestía de luces siempre mostró lucidez y firmeza para poderles a los novillos, por más que lo sereno y severo de su estilo no fuese lo más a propósito para sacudir a las masas. Ya matador de alternativa hubo circunstancias muy puntuales que sí fueron influyendo en su progresivo desapego de un medio de suyo envenenado.

Y es que, a fines de 1965, cuando estalló una guerra mafiosa entre el grupo capitaneado por Fermín Rivera y la disidencia encabezada por Luis Procuna, Realme se alineó resueltamente al lado de este. Y aunque la Secretaría del Trabajo reconoció al Berrendito como legítimo secretario de la Unión de Matadores, a él y sus huestes los empresarios y la publicrónica les hicieron el vacío, manipulados por Ángel Vázquez, el empresario beisbolero que Alejo Peralta puso al frente de la Plaza México, y según rumor hasta por Manolo Chopera. En pocas semanas el saldo estaba claro: los espadas fieles a la vieja Unión, casi todos de media tabla para abajo –las excepciones eran José Huerta y Jesús Córdoba—quedaron relegados de las principales plazas y carteles. Y eso cortó de tajo las posibilidades de quienes, como Oscar Realme, luchaban por abrirse paso entre tan proceloso oleaje.

Más apreciado en España que en México. Aunque se presentó como novillero en El Toreo de Cuatro Caminos allá por 1958, sus estudios y las eternas pugnas de la gente del toro demorarían su estreno en la Plaza México, que llegó al fin el 7 de agosto de 1960, con el novillo “Farolito” de Tepetzala y Antonio Durán y David Maldonado por alternantes. Desde el primer momento se adivinó que había torero, pero también que su refinado academicismo se apartaba de la actitud guerrera que los públicos esperan del aspirante común. Aquel verano estaban de moda Jaime Rangel, Fernando de la Peña, Antonio Campos “El Imposible”, Felipe Rosas y Víctor Huerta. Para volver al coso máximo, Realme tuvo que esperar hasta bien avanzada la temporada siguiente, y lo pusieron cuando ya había tomado vuelo Mauro Liceaga y Martín Bolaños. En la última novillada de esa campaña, al rematar su primer quite con las dos rodillas en tierra, “Lunero”, de Pepe Ortiz, le pegó una cornada (13.12.61). Esa temporada chica participó en media docena de festejos con dos vueltas al ruedo por todo premio. Siempre en su sitio de torero bueno que no acababa de romper.

Por esos días se firmó un nuevo convenio entre las agrupaciones de toreros de México y España que ponía fin a cinco años sin intercambio taurino entre ambos países, y no bien despuntó 1962, lo más graneado de la novillería nacional alistó maletas para someterse allá a la prueba suprema. Sobresalían entre los viajeros los nombres de Fernando de la Peña, Jesús Peralta, Guillermo Sandoval y Oscar Realme. A Peralta lo paró de entrada un cornalón en la carabanchelera Vista Alegre; los otros tres empezaron a escalar posiciones.

En Madrid, Oscar llamó poderosamente la atención nada más debutar, con la oreja de un novillo de García Aleas por testigo (26.08.62). La empresa madrileña lo repitió varias veces y no tardaría en tomar sitio entre los novilleros punteros del año. No por nada el saltillense y De la Peña, que también caló hondo en Las Ventas, se hicieron de un hueco en los dos carteles novilleriles del San Isidro siguiente. Y ambos recibirían la alternativa a finales de 1963. Antes, en novillada de la prensa madrileña celebrada en San Sebastián de los Reyes, Realme abrió la puerta grande tras cuajar una de sus mejores faenas en España.

Alternativa y vicisitudes. El doctorado de Oscar se celebró en Oviedo el 21 de septiembre de 1963 con Diego Puerta de padrino y de testigo Manuel Benítez “El Cordobés”, toros de Atanasio Fernández. Al día siguiente se lo confirmaba en Madrid José Martínez “Limeño” con José María Montilla de segundo espada, tarde que sería la última suya en la península y en la que los mansos de Francisco Ramírez vedaron todo lucimiento.

Peor aún se le dio la confirmación en la México, inicialmente frustrada por la cornada del punteño “Señorito”, que en el primer lance de capa le perforó el muslo al catecúmeno (05.01.64). El percance retrasó la ceremonia casi un año, para colmo en festejo sin ningún ambiente, a tono con la terna de segundo orden formada por Jaime Bolaños, como doble padrino, y el también confirmante Benjamín López Esqueda, que desperdiciaron una buena corrida de Zamarrero: lo menos propicio fue para nuestro biografiado, muy torero toda la tarde especialmente con “Chamacón”, el primero suyo, lidiado en tercer lugar (13.12.64). Ni siquiera un mes iba a transcurrir antes de que estallara la guerra intestina de la que tan perjudicado resultó Realme.

A partir de entonces, sus apariciones en los ruedos ya fueron esporádicas y de escasa resonancia. El desencanto consiguiente lo fue paliando el ejercicio exitoso de su profesión de economista y, como pasatiempo, sus habilidades tenísticas. Por cierto, su hija Nancy llegaría a ocupar uno de los primeros puestos en el ranking nacional de tenis juvenil.

Buena tarde en Puebla. En el otoño del 70 tuve ocasión de ver torear a Oscar Realme por última vez (25.10.70). Era un cartel de alivio, con Calesero hijo y Paco Villaba, ganado de Santín, y la gente apenas ocupó la mitad del aforo en nuestra inolvidable Toreo de Puebla. Pero volvió a percibir, quintaesenciado, el aroma a torero bueno emanado de las telas del saltillense, que anduvo muy a gusto y hasta poderoso se vio, además de valiente y decidido. Con la espada sí se hizo notoria su falta de sitio, lo que malogró su gran faena al cuarto de la tarde, “Angelito” de nombre, un animal encastado y temperamental al que el saltillense supo imponerle el mando de una muleta tan imperiosa como acompasada y tersa. A pesar de varios pinchazos aún lo llamaron a dar la vuelta al ruedo, y recuerdo bien su gesto de satisfacción y el terno rosa y oro que vestía. Quedé convencido de que eso que acababa de hacer no estaba al alcance de cualquiera, incluidas algunas de las figuras de entonces. Y estoy hablando de Martínez, Huerta, Cavazos, Rivera y Lomelín, de los nuestros, y entre los hispanos que por esos años nos visitaron de El Viti, Diego Puerta, El Cordobés y Paquirri, por ejemplo.

Descanse en paz Oscar Realme, un torero sobrado de atributos cuya carrera en los ruedos no contó con la fortuna ni la continuidad indispensables. Pero que, dentro del limitado marco en que se movió, dejó marcada una huella impregnada de sabor, clase y torerismo

Publicado en La Jornada de Oriente

Una respuesta a “Obituario: Oscar Realme, torero de clase singular.”

  1. En paz descanse Óscar Realme.
    Aunque el matador no era de la capital, vivió en la colonia Roma, en un edificio de la calle de Coahuila, entre las calles de Jalapa y Tonalá.
    Un servidor que nació en dicha colonia, contaba con 18 de edad hoy cuento con 80 y, vivía en la calle de Monterrey y Aguascalientes y mis vagancias eran por todas ésas calles de mi barrio así, fue como conocí al matador Óscar Realme, qué, en ocasiones lo veía entrenar, en las canchas de tenis de arcilla que había en el Club Deportivo Hacienda, que está en la calle de Jalapa y Huatabampo; de la misma colonia Roma.
    Hago ésta narrativa con una triste remembranza, por el deceso del matador Óscar Realme..

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