
Por Gaspar Silveira.
Amigos aficionados…
No pude menos que emocionarme con solo ver la mirada de Miguel Aguilar hacia el cielo cuando, en hombros, cruzaba el arco que separa la Plaza México, el sueño de millares de mortales, con las calles de la oscura ciudad.
Un novillero, de esos que quieren trascender, había hecho realidad el gran deseo, lo añorado. No puede imaginarse uno algo tan grande como es salir del embudo de Insurgentes así, con el público extasiado. Geniales toreros, maravillosos lidiadores, hombres históricos, pisaron su ruedo y no, no lo consiguieron. El misterio, la presión, la carga, a veces pueden más que todas las credenciales que presentes o los carteles o los millones que hayas ganado antes de vestirte de luces para ir a esa plaza que da y quita.
Me hizo retroceder la película a semanas atrás. Por las condiciones de la pandemia me había quedado sin asistir a varias invitaciones en el campo bravo. Acepté una a insistencia de un papá que, tras hablarlo claro con su hija, acordaron ir pa’lante en eso de querer ser torero, o torera. La cita fue en “El Refugio”, un primoroso lugar perdido en el famoso “Sur profundo” meridano.
A Mariangel Segovia le conozco desde niña. Y sé de sus intenciones, igual que las de sus papás, Alejandro y Alondra. Lo del gusto lo trae en la sangre. La dirigirá Marbella Romero, matadora en retiro, que es tan brava como un verdadero toro de lidia.
Marbella le dijo a Mariangel varias veces “así, y asá”, “muévete así”, “plántate así”. Y la joven aspirante a novillera comprendía que, las indicaciones de alguien que sabe, como su apoderada, y su director artístico, el matador Ángel Lizama, pueden hacerle ver que el toreo, en esta etapa, no es solo querer, sino querer con conocimiento de causa. Miraba a la joven desde un burladero. Sudaba de tensiones de querer hacer las cosas bien, de dejar constancia y propiedad. Esto es de aprender.
No sé si Mariangel, con el tiempo, podría alcanzar cotas altas que la consagren, pero, de despedida, me dejó una frase de esas que te emocionan, ni sé si por compromiso por asistir o qué otra cosa, porque, igual, eché capa a una becerra, sacando toneladas de adrenalina guardadas por largos meses: “La siguiente estará mejor, se lo prometo”.
Mariangel, como Miguel Aguilar, se los aseguro, tiene ansias de crecer y ser alguien en esto del toro, como todo aquel que pisa el ruedo, aunque sea para echar capa a un becerro. Un soñador del toreo, que escribe cada semana, se los dice de verdad. Se sueña y se disfruta.
Publicado en el Diario de Yucatán