Vuelven los toros a Barcelona.

No es una noticia, es la ilusión de todos los aficionados. Y el gran reto del toreo. Recuperar una de sus plazas, uno de sus emblemas y uno de los escenarios que más festejos taurinos acogió en el último cuarto del siglo pasado. En Barcelona los toros no están prohibidos, sino que no se han querido dar desde que José Tomás abarrotara la Monumental en septiembre de 2011 cundo se hizo efectivo el cambalache antitaurino perpetrado por los independentistas. Un atropello sin escrúpulos y basado únicamente en los gustos de quien reniega de España y de quienes les sobra todo lo que tenga que ver con el país del que, muy a su pesar, forman parte. Lograron dejar huérfanas los cosos de Cataluña porque el toreo es el emblema de España. Y España les molesta. Los toros no están prohibidos en Barcelona. Aquella tropelía votada y perpetrada en el Parlamento catalán en 2010 se encargó de desmontarla en 2016 la sentencia el Tribunal Constitucional, resuelta con ocho votos a favor y tres en contra, argumentando que la cámara catalana invadía competencias del Estado. Técnica y jurídicamente, si se quisiera, mañana se podrían celebrar toros en Barcelona. Para eso hace falta no darse por vencidos ni acomplejarse. Para eso hace falta un empresario bravo, un sector unido (la utopía) además de toreros valientes también fuera del ruedo que asumieran el reto. Y una estrategia bien pensada y planificada para no caer en la tela de araña de quienes prohíben con el único argumento de sectarismo. No habría nada más transgresor, ni mayor éxito para el toreo que anunciar ahora mismo una corrida de toros en Barcelona. La noticia invadiría todos los medios. Ese triunfo de la vuelta de los toros a la Monumental, que fue emblema y orgullo del toreo, sería el primer gran símbolo de recuperación de la Tauromaquia. Ese triunfo que ha enarbolado Morante esta campaña, redimiendo de sus cenizas al toreo y dándole el oxígeno que le faltaba y casi le sentenciaba al inicio de la temporada con el sector atemorizado, acomplejado, acobardado y escondido en sí mismo mientras se condenaba a su autoinmolación.

Morante, antes de comenzar el verano, en solitario sin compañía ni escudos, salió al rescate, se echó la temporada a la espalda y le dio la vida que necesitaba el toreo. Y cuando más la necesitaba. No le hizo falta nadie. Él mismo se encargó de todo. Él mismo revolucionó su temporada y con ella la Fiesta, para demostrar que tiene más vida que la que muchos taurinos le quieren dar con unos argumentos condenados al fracaso. El espada de La Puebla apostó por la variedad de encastes, por las plazas que le necesitaban, ayudó a los empresarios modestos que se esforzaron en luchar por el toreo, abrió sus carteles a los toreros jóvenes y con la fuerza de su ya dilatada carrera, y la exquisitez de su toreo, demostró que la tauromaquia está sobrada de argumentos y tiene los estímulos suficientes para generar la ilusión de todos. Hay ganas de Morante después de que el propio coleta se haya encargado de sacar al toreo de la pandemia. Él ha sido el que la ha rescatado. Y el que le ha dado vida. Morante con un planteamiento rompedor traspasó su sitio en el ruedo y salió de él para sacar al espectáculo fuera del círculo en el que se asfixiaba.

¿Qué mejor torero ahora para anunciarse en la Monumental y romper todos los esquemas? En Barcelona no están prohibidos los toros. Solo falta voluntad por anunciarlos y celebrarlos. Ese sería el gran acontecimiento del próximo curso. Y él, el torero perfecto. El cartel más rompedor. Y el reclamo para hacer pensar a la gente. Es cuestión de trabajo, voluntad, entrega, compromiso por el toreo y con el toreo. De apertura de miras y pensar en un futuro por el que no hay nadie que pueda impedirnos al menos soñar. Y de ese sueño ahora es Morante de la Puebla quien puede hacernos despertar para hacerlo realidad.

Publicado en La Gaceta de Salamanca

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