Justo Hernández, exitoso ganadero: “Soy un loco, un soñador y un gran torero (en mi imaginación)”

Por Antonio Lorca.

Justo Hernández (Fuenlabrada, Madrid, 1969) es, posiblemente, el ganadero de toros bravos más cotizado de la actualidad. Es el que más lidia cada temporada, el más reclamado por las figuras del toreo y quien cuenta con plaza segura en las ferias más importantes. Su ganadería, Garcigrande, es sinónimo de éxito; cría un toro de encaste Domecq, de bonitas hechuras, irregular fortaleza, noble comportamiento e idóneo para la lidia moderna. Garcigrande es un hierro que atesora grandes tardes de triunfo (la puerta grande de Emilio de Justo en Madrid, en la pasada Feria de Otoño, y las dos orejas de Urdiales en la de San Miguel de Sevilla son los dos ejemplos más recientes), y otras de aburrimiento olvidable.

Frente a una taza de café, el ganadero no ofrece la imagen de un triunfador que reparte altivas sonrisas por donde pasa. De serio semblante, se define como un “loco de esto”, un soñador y un gran torero en su imaginación, y se presenta como un hombre tímido, algo receloso, poco amigo de los elogios, un enamorado del toro y un filósofo de su vocación; no le apetece hablar de éxitos y destaca más los defectos que las cualidades de sus animales. En el fondo, se siente un torero desbordante de ilusiones y sueños cada vez que se anuncian los toros de su ganadería; él hace el paseíllo desde un callejón y le afloran los nervios como si esa tarde el ganadero también se jugara la vida.

Pregunta. Su ganadería es una historia de grandes triunfos.

Respuesta. “Mi abuelo materno lidiaba erales por los pueblos de Madrid; mi padre, que era un hombre de campo, compró ganado bravo a ver qué pasaba, y yo estudié Ciencias Políticas, pero lo que me ha interesado siempre ha sido el toro y sus secretos. ¿Qué es el éxito? Solo soy un ganadero que, día a día, quiere que su toro embista. Solo vivo para el toro que va a salir en cada momento”.

P. Por algo será el que más lidia…

R. Eso no es más que una estadística. Una figura necesita el triunfo y busca el mejor toro para alcanzar esa meta. Es el torero quien decide qué toro necesita. No hay más.

P. ¿Qué tienen los de Garcigrande para que los exijan las figuras?

R. Creo que atesoran tantos defectos que muchos toreros no pueden con ellos, y ahí la figura marca la diferencia. Y algunas cualidades, también: si te anticipas a ellos y colocas la muleta, tienen un ritmo muy especial y cadencia en la embestida. Yo busco el toro que embiste a lo que tiene más cerca y repite.

P. ¿Sufre usted como ganadero?

R. Mucho. Es muy costoso mentalmente, y muy fácil destrozar públicamente al ganadero. Sabes lo que están pensando los profesionales y muchas veces te parece injusto, pero hay que aceptarlo.

P. ¿Es difícil ver el toro?

R. Es imposible acertar en un juicio exacto sobre el comportamiento de un toro en la plaza. Puede que no haya mostrado sus cualidades por distintas razones. La conducta de un toro es la misma durante toda la lidia. El animal no distingue entre el capote, el caballo o la muleta, pero actúa según condicionantes físicos y psíquicos: el clima, el estrés, el torero, el curso de la lidia… A veces, se dice que el toro ha cambiado o que lo “ha hecho” el torero, y no estoy de acuerdo. El toro evoluciona en función de su situación en cada momento de la lidia.

P. Los toreros y el público son más toreristas que toristas.

R. El torero es el conocido y sabemos de lo que es capaz. Si no lo consigue, el culpable siempre es el toro, que puede que haya sido malo o que no haya sido entendido. Hay que tener en cuenta que es la primera y única vez que tenemos la oportunidad de enjuiciar al toro; el torero tiene ventaja: después de la primera vez sueles decir: hay que volver a verlo, lo que no sucede con el toro.

Esta historia de éxito nace cuando en el año 1987 el padre del ganadero, Domingo Hernández, compra vacas y sementales a Juan Pedro Domecq, aunque la ganadera era su madre (Concha Escolar, hermana de José Escolar, que cría toros de Albaserrada), que sigue siendo una gran aficionada.

“Después de algunas incursiones fallidas desde 1974 con reses de distintas procedencias”, cuenta Justo Hernández, su padre “llega a una conclusión fundamental: la mejor ganadería es la que está en un momento sobresaliente. Comprendió que lo suyo era malo, y compró un producto de calidad superior”.

P. ¿Usted cría el toro que le gusta o el que demanda el mercado?

R. El toro que me gustaría lidiar no lo he conseguido todavía, pero estoy en ello. Hay muchos que no me gustan, pero es el que sale y, a veces, siento pena y vergüenza cuando se enfada el público y yo lo entiendo. No sé lo que demanda el mercado, porque yo no lo dirijo. Intentas marcar el camino del toro que se está lidiando, debes hacerlo antes que el torero y el aficionado, y si aciertas eres el número uno, pero si los toreros exigen otro tipo de toro estás condenado al fracaso.

P. Se dice que el toro de Domecq es previsible y carece, por lo general, de fiereza y emoción.

R. ¿Previsible? Mi toro vuelve loco al más pintado. Lo que sucede, quizá, es que las ganaderías han alcanzado un nivel de calidad tan alto que no tiene sentido el gran petardo. Esa es, a mi juicio, la previsibilidad actual.”

P. ¿No cree que sería preferible abrir el abanico de encastes en lugar del protagonismo actual de Domecq?

R. La culpa es del ganadero, que responde a las exigencias de los toreros. Si yo me vistiera de luces elegiría el toro que me ofreciera más posibilidades de éxito.

P. Lo cierto es que la fiesta actual es más aburrida que emocionante.

R. ¿Usted cree?

P. Yo sí.

R. Entiendo que cada ganadería ofrece un espectáculo diferente. Existe una gran variedad. Mi toro, por ejemplo, era Domecq al principio, pero no ahora. El tronco puede que sea el mismo, pero cada ganadero ha criado un animal diferente.

P. ¿Está usted convencido, entonces, de que los toros del siglo XXI responden al interés que debe presidir este espectáculo?

R. Sí. Lo que ocurre es que hemos perdido la capacidad de asombro porque tenemos acceso a todo y a todos los toreros, y se impone, quizá, la monotonía. Creo, no obstante, que hoy se lidia el toro más importante de la historia, con cuatro o cinco años, cuajado, que no para de moverse; y hay que ser un genio para ponerse delante de él.

P. Por cierto, en algún momento de la charla ha comentado que se siente usted un gran torero.

R. Todos los ganaderos somos toreros en nuestra imaginación, y yo lo soy. Yo apruebo la vaca a la que le formaría un lío. Mentalmente, poseo un valor infinito y lo hago todo perfecto. Ese es mi defecto como ganadero, que no soy capaz de medir el valor del torero.

No es posible tomar un café con Justo Hernández sin hablar de Orgullito, el toro de su ganadería que fue indultado en La Maestranza el 16 de abril de 2018.

“No habrá otro día más importante en esta ganadería; tenía yo 14 años cuando acudimos por primera vez a Sevilla con cinco toros para sustituir una corrida rechazada, y los veterinarios no aprobaron ninguno. Lejos del disgusto, mi padre me decía alborozado: ‘¡Justo, hemos llegado a los corrales de La Maestranza!’. Y ahora tenemos un azulejo en la plaza gracias a Orgullito. Fíjese de dónde venimos…”.

Publicado en El País

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