Feria de San Isidro: El VAR del tendido: ¡pum, pum, petardo!

Por Rosario Pérez.

Contaba Su Majestad El Viti que el ole en Madrid es como el amén en la catedral. Del arte a la creencia no hay un camino tan largo. Para fieles y ateos, la tarde era cuestión de fe. Poca tenía la afición con la corrida de Juan Pedro Domecq, con los camiones desde la finca ‘Lo Álvaro’ a Las Ventas, desde Las Ventas a ‘Lo Álvaro’.

Ni en el pasodoble que se marcaron dos parejas cerca del patio de desolladero hubo tanto baile como en los corrales. «Eso sí que era una fiesta, hasta trece trajeron», apuntó un trabajador de la Monumental. ¿Trece? ¡Lagarto, lagarto! Poco supersticioso era un profesional muy guasón. Hasta un cantar sacó tras el reconocimiento.A lo Ricky Martin: «Un, dos, tres, un torito ‘p’alante’ Florito; un, dos, tres, un torito ‘p’atrás’». Al mayoral no le traía loco María, sino la autoridad. Los apoderados se echaban las manos a la cabeza y los artistas sabían que el núcleo duro se presentaría desde primera hora con el silbato entre los dientes.

El duro y el blando, porque ya en la primera parte toda la plaza andaba desesperada: «Esto no hay humano que lo aguante». Con la escopeta más cargada que la de Miguel Delibes en una montería arrancó la corrida: «Vaya cabra nos habéis colado», criticaron desde el sol. Cómo sería el toro que a Morante le gustó aún menos que al tendido 7. A nadie agradó Faccioso, que hizo honor a su nombre y perturbó la quietud pública, si es que en algún momento del día la hubo. Embestía como era: por las alturas. «Lo único que tiene bonito es la mazorca blanca», señaló un aficionado. Para animar a Morante, no sin poca sorna, una voz se alzó: «Vamos, que el ruedo está muy bien».

Blasfemaba luego el personal, como por la mañana lo había hecho Morante mientras pasaba revista al ruedo. «Está muy duro, está muy duro», decía a los operarios que arreglaban el redondel. Respondía uno que ellos lo hacían «lo mejor posible», aunque no tuvieran «cojones para dar pases como usted, maestro». El de La Puebla le replicó que no era cuestión de bemoles: «Qué cojones ni cojones. Cojones los tengo yo para poner banderillas cuando no tengo más remedio». Y molesto por el estado del piso se marchó al hotel: «Lo habéis subido un tanto así», explicaba haciendo gestos con la mano. Mucho ha llovido desde aquel 2017 en el que puso como condición ‘sine qua non’ para anunciarse en Madrid rebajar la pendiente.

Lejos del alto al fuego, en el cuarto se encendió más la mecha. Aurelio Cruz se llevó un tremendo rapapolvo: «Picadoooorr, qué malo eres». Y malo el toro. Ni verlo quiso el sevillano, que retrocedió a los tiempos en los que no se daba coba y presentó la muleta con la espada de verdad. A la pitada al torero se sumó el revuelo desatado cuando un espectador lanzó una almohadilla mientras el genio ausente se perfilaba para matar. «¡Fuera, fuera!», gritaban al ‘tiracojines’ del 8. Entre gritos de «¡tooonto, tooonto!» se lo llevaron dos acomodadores. Minutos después, tronó la bronca para el matador. A las marismas llegó su eco.

La cosa no se arregló con los discípulos del arte: las musas nunca aparecieron. A Juan Ortega le tocó el menos deslucido, un noble quinto con el que dejó algunas pinturas entre el ‘quiero y no puedo’. Más de una vez le recriminaron su colocación: «Colócate, Juan», pedía el 7. Y otra solicitud más: «No vuelvas más ganadero, no vuelvas». «A eso nos sumamos en la sombra», añadió un sevillano en el tendido bajo. Para Agustín Díaz Yanes había sido el brindis. En un burladero se encontraba el cineasta, con el depósito de la fe a medias: «No sé, no sé», decía antes de acceder al callejón. Allí reapareció también Ana Rosa Quintana, acompañada de Cristina Tárrega. Muy cerca, la más ‘morantista’ de todas, Pilar Vega de Anzo, saludaba a Ortega Cano.

El único torero que ha indultado un toro en Madrid no perdió de vista el temperamento de Malhechoro, uno de los ejemplares rescatados por el ganadero dentro de un conjunto sin noticias de la bravura. «Pablo Aguado no ha podido con él», se oyó en la fila 7 del 2. Enfrente, se desplegaría una pancarta antes de salir el sexto: «Hay que recuperar el toro de Madrid», se leía. «¡Toro, toro!», coreaban desde la barrera a la andanada. El VAR del tendido corroboraba el desastre: «¡Pum, pum, petardo!», se decía. Ni lugar hubo para los fuegos artificiales de los bueyes de Florito. Nadie ganó la quiniela en la que se apostaba por el número de sobreros: el pañuelo verde no se estrenó.

Publicado en ABC

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