Feria de San Isidro: Una corrida para la cinegética.

Estratosférica y terrible corrida de Samuel Flores en su regreso a Madrid; los tres toreros la mataron con mayúsculo esfuerzo, provocando el máximo respeto.

Por Zabala de la Serna.

Un respeto imponente provocaban los tres toreros ante las bestias terribles de Samuel Flores. Damián Castaño confirmó con un mamut, esa forma de la cuerna asamuelada, 603 kilos, la hondura del averno. Imposible soltar más cabezazos en el tiempo de lidia. Pegaba hasta con los codos. Por el izquierdo, intratable. Un miedo infinito. No para Damián, curtido durante sus 10 años de matador en los salvajes circuitos de pedernal, la otra fiesta. Un bagaje de sufrimiento y valentía. Le ponía la muleta, le daba la media distancia, indefectiblemente abierto, y el samuelaco pasaba, no se sabe ni cómo. Esquivó un gancho al mentón como la agilidad de Mayweather. Cuando le ofreció la zurda, el trallazo le reventó la ayuda, arrancó la muleta y por poco el hígado. Ya no quiso más guerras y se ausentó la mirada del toro, que vendió cara su vida. Para pasar con la espada, un quinario. Un bicho hasta para ser apuntillado. De manera increíble, hubo algunas palmas en el arrastre.

Volvían los samueles 9 años después de la última vez. Hierros de Samuel y de Isabel Flores. Un castaño encampanado como una torre intentó saltar sobre un burladero. Fernando Robleño lo miró desde abajo como el náufrago que ve saltar la ballena por encima de la balsa. Y luego se estrelló contra otro burladero con una reacción atávica. Robleño sintió que estaba con todo menos con él, que le miraba por detrás, por arriba, de lado. Nunca fue en la muleta. El mérito estaba en que pasase. Lo de torear es para los toros de lidia. Perdió en ocasiones las manos. Un mínimo alivio, esa aparente falta de poder.

Más veces claudicó el tercero de apariencia indescriptible. Haría falta un libro de cinegética más que de tauromaquia para su descripción. Venía completo, manseando y flojeando. La cuadrilla vio un rayo de luz; el toro, el pañuelo verde. El sobrero de José Cruz fue el único cinqueño entre la samuelada cuatreña. Hechuras de toro, bien hecho en su seriedad. Y buen estilo. Venía pidiendo pulso su preciso poder, la calidad que apuntaba. Morenito de Aranda le hizo cosas con el capote, una media pinturera, y cosas con la muleta, también en las suertes de recorte, los trincherazos, los del desprecio, las pinceladas, ya digo. A la hora de correr la mano los problemas de altura, de equilibrio, no hallaron siempre la resolución del tacto. Y el toro perdía las manos en los momentos justos en que parecía que la faena iba a despegar. Lo mató por arriba después de un cierre chispeante.

La cabeza elefantiásica del cuarto habría que exhibirla en el Museo de Ciencias Naturales con un letrero: «Esto no es el toro de lidia». Un animal que ampliaba el perfil para la cinegética, insisto, que no para la tauromaquia, de la corrida. Hace poco Canal Toros emitía la tarde de Antonio Bienvenida con una corrida de Samuel del año 71. Busquen el vídeo para contrastar la involución, el crecimiento exponencial de cuernos y cuerpos. O la misma Beneficencia del 91 -ya en otra fase pero aún entrando en los engaños- de Ortega y Rincón. Qué dinero más amargo el de Fernando Robleño para tan cabal torero. Una sola tarde en San Isidro. La mole solo quería quitarse violentamente la muleta. Que le molestaba tanto como sus estratosféricos cuernos. Lo mató con listeza cuando se le vino y con una profesionalidad encomiable, un señor espadazo.

Siguió la corrida con un morlaco -qué de años sin escribir morlaco- de 629 kilos. Un torazo que se arrancaba con todo, bruto, rebrincado, emotivo por cuanto le exponía y consentía Morenito. Que sudaba como en un baño turco. Pero al menos el samuelaco -el mejor, pues imaginen el resto- le fue agradeciendo la exposición, aminorando para darse más amoldado. Por mando o por desgaste, a últimas el torero burgalés le dibujó una serie de naturales impensable 10 minutos antes. Un esfuerzo de tiempo -dos avisos- y entrega no refrendado por la espada.

A Damián Castaño le quedaba un cartucho, pero dio igual. Salió el castaño sexto, más lavado de cara bajo su amplia cuna, con un son andarín, dormido y mentiroso. Castaño se puso de verdad a ver qué pasaba, y no pasó nada. Que no embistió. Moverse sí. Como todos. Pero el toro de lidia es otra cosa. Un respeto imponente despertaron los tres toreros.

Monumental de las Ventas. Lunes, 30 de mayo de 2022. Vigésima tercera de feria. Media entrada. Toros de Samuel Flores (4º y 6º) y cuatro de Isabel Flores; todos cuatreños; cornalones, desmesurados; mansos y a la defensiva; el 5º fue el mejor; un sobrero de José Cruz (3º bis), bueno en su preciso poder.

Fernando Robleño, de verde esperanza y oro. Pinchazo, estocada que hace guardia y varios descabellos (silencio). En el cuarto, estocada (saludos).

Morenito de Aranda, de gris plomo y azabache. Estocada (saludos). En el quinto, pinchazo, estocada atravesada y descabello. Dos avisos (ovación)

Castaño, de grana y oro. Pinchazo, estocada baja y descabello (silencio). En el sexto, dos pinchazos, estocada que hace guardia y dos descabellos (silencio).

Publicado en El Mundo

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