Por David Jaramillo.
Sebastián apareció por la puerta de cuadrillas, fuerte y delgado, sereno y seguro, rodeado por un público que lo quiere como uno de los suyos. Por eso en los tendidos abundaban los pañuelos lilas, como su vestido bordado en plata y como las banderillas que adornarían los toros.
Era como regresar en su propia casa, pero eso no significó que todo sería fácil. De hecho, la tarde pareció cargarse en su contra cuando, como un mal presagio, el presidente de la Unión de Toreros de Colombia saltó como espontáneo reivindicando la participación de los toreros nacionales en las ferias. No era el lugar ni el momento.

Afortunadamente, ese primero embistió con nobleza y, aunque soso, dejó ver a un Castella que lo toreó tan despacio que las notas del ‘Toreador’ parecían darles ritmo a unos muletazos dibujados al ralentí. Los naturales volaron eternos. Todo parecía volver a su curso favorable, pero la espada lo desvió. A partir de entonces, la tarde se puso cuesta arriba para Sebastián. Hasta el quinto, la corrida fue una sucesión de dificultades. Toros mansos, flojos, parados o bravucones con los que el francés no perdió nunca el norte. Siempre supo darles la mejor lidia posible para buscar esas embestidas que le permitieran demostrar el torero que es y la dimensión que ahora puede alcanzar.

Con el capote, Castella apostó por la verónica cadenciosa, pero también hubo quites por tafalleras y caleserinas y, con la muleta, también hubo aportes de variedad, pero fueron esos naturales ajustados y lentos y los derechazos de delicado mando los que marcaban una diferencia con el pasado, aunque la tarde parecía dirigirse a la frustración.
Fue cuando saltó el quinto, el más serio de la tarde y también el de embestidas más importantes, por intensas y llenas de calidad. Y el público entró en la faena con dos cambios por la espalda en los que Manizales rugió. El toro, sin estar sobrado de fuerzas, humilló y empujó en la muleta del francés, que le templó con delicadeza para no minar su poder y le preparó para un final en el que sí le exigió mucho más por abajo. Sobre todo, en una serie de naturales escandalosa de honda y despaciosa, precedida de un cambio de mano monumental. Esta vez la espada no se interpondría en la merecida recompensar de Sebastián, que se ganó su derecho a la puerta grande con creces. Tampoco se discutió la vuelta al buen toro.

Se esperaba un cierre mayor, pero, aunque el toro fue a más y acudió con transmisión, la falta de codicia y humillación impidieron que los varios buenos muletazos por ambas manos alcanzaran mayor vuelo. Aunque ya daba un poco igual, porque había quedado claro que Castella ha vuelto.
Feria del Café
Monumental de Manizales. Cerca de 10.000 espectadores. Toros de Ernesto Gutiérrez (1º y 6º), manejables; Juan Bernardo Caicedo (2º y 4º), mansos y descastados; y Las Ventas del Espíritu Santo (3º, devuelto por falta de fuerza, 3º bis y 5º). El mejor fue el 5º, Descarriado, nº 728, negro, cinqueño, premiado con la vuelta al ruedo. Todos bien presentados.
Sebastián Castella, de lila y plata. Tres cuartos de espada trasera y descabello (palmas). En el segundo, estocada entera (silencio). En el tercero, estocada trasera (silencio). En el cuarto, estocada trasera (aviso y silencio). En el quinto, pinchazo y estocada (dos orejas y vuelta al ruedo al toro). En el sexto, estocada desprendida que hizo guardia y tres descabellos (aviso y palmas). Salió a hombros.
Indidencias: Actuaron como sobresalientes los matadores Juanito Ortiz y Juan Sebastián Hernández, que realizaron un quite por chicuelinas y revolera por colleras en el sexto. Durante la lidia del primero saltó un espontáneo. Fueron ovacionados los banderilleros Ricardo Santana, en el 2º, Garrido del Puerto, en el 3º, y Emerson Pineda, en el 5º.
Publicado en ABC
