El matador de toros Alberto Álvarez diseña y construye astados articulados que facilitan el entrenamiento y la ejecución de las suertes
Por Ángel González Abad.
Mariano de Cavia, que firmaba sus crónicas taurinas como Sobaquillo, escribió a finales del siglo XIX: «De tal suerte van poniéndose las ganaderías de reses bravas, que si un hombre de genio acertase a fabricar toros mecánicos arruinaría en poco tiempo a todos los criadores de toros auténticos». Cundía el desánimo en el periodista aragonés porque los toros, ya entonces, perdían pujanza y bravura y solo les quedaba la nobleza y la presencia.
Ha pasado la friolera de 125 años, y en el pequeño pueblo de Valareña, adscrito a Ejea de los Caballeros, en las Cinco Villas zaragozanas, un matador de toros al que su afición le ha agudizado el ingenio, ha hecho realidad aquellos toros mecánicos que profetizó Cavia. Alberto Álvarez diseña, construye y disfruta toreando a astados articulados que tanto embisten con dulzura a los engaños como reproducen los movimientos y dificultades que plantea un toro ante la suerte suprema.
«La pasión por querer ser torero lleva consigo una evolución para avanzar en la profesión, lo que te hace intensificar en los entrenamientos y si es ante el toro, mejor que mejor. Pero eso es muy caro y tuve que tirar de recursos para poder sentir lo más parecido a estar ante un toro». De esa necesidad surge primero la realización de un carretón para ejercitar la suerte suprema que reproduce internamente el esqueleto de un astado en hierro y que, junto a la cornamenta que se mueve, pone ante el torero todas las complicaciones que puede plantear un toro en la plaza. Fue el primer invento del diestro aragonés que resultó muy demandado por muchos compañeros. Morante, El Cid y varias escuelas taurinas cuentan con el artilugio.
Según Álvarez, la preparación se basa en el toreo de salón, en mecanizar mucho los movimientos y en torear. «Baso mi entrenamiento en los carretones y al hacerlo lo más real posible me permite jugar con los tiempos y las distancias», y en ese momento, sobre un carril en el techo, comienza a moverse un toro articulado, muy serio por delante, ante el que el torero cita y lo lleva prendido en su muleta. «Le das al botón y empieza a embestir», y así una y otra vez pases y más pases, los pitones siempre muy cerca, ante un incansable animal, hasta que los movimientos del torero se coordinan de manera intuitiva. «Esto te permite ir adquiriendo una técnica que es fundamental cuando estás en la plaza, y que es la base para que surja el arte».
Alberto Álvarez, que tomó la alternativa en su tierra en 2003 de manos de Morante de la Puebla, mantiene viva su afición. «El secreto es que el toreo es infinito, siempre se puede evolucionar, y esa búsqueda de la perfección es lo que te hace mantenerte inquieto, con ganas», dice un hombre que mantiene sus ilusiones, «primero para satisfacción propia, y lo que tenga que venir, vendrá. Para bien y para mal alejado del entramado taurino». Siempre entre toros, los de verdad en la pequeña ganadería que está formando, y los mecánicos que profetizó Cavia, y que se hacen realidad con tan solo darle a un botón.
Publicado en ABC

