Málaga: Juan Ortega detiene el tiempo en los 50 de Picasso.

El sevillano cortó el doble trofeo y uno Cayetano, tras una faena de arrestos, mismo balance que Pablo Aguado en Málaga.

Por Patricia NavarroLa Razón. Fotos Arjona.

Pasaban tantas cosas extraordinarias que era difícil no perderse algo. A Cayetano Rivera le había diseñado Domingo Zapata el vestido para la ocasión. La ocasión era nada menos que el 50 aniversario de la muerte de Picasso. En la casa natal del universal pintor malagueño se vistió de torero Juan Ortega y desde ahí vino andando el sevillano rememorando el mismo recorrido que en su tiempo haría Picasso. Un enamorado de los toros y el toro, que plasmó en sus propias obras. La plaza estaba preciosa, pintada y la Orquesta Sinfónica Provincial de la ciudad se encargaría de recordarnos que no era un día cualquiera.

Cayetano además de lucir un espectacular vestido y un capote precioso vino en un Cadillac de época serie 62. Un modelo similar al que tendría Picasso. Estaba todo a punto y dispuesto hasta que salió al ruedo un ejemplar de Álvaro Núñez, jabonero y noble, con el que el pequeño de los Rivera Ordóñez anduvo afanoso y con buenas intenciones, pero sin acabar de despertar emoción en el tendido. La espada tampoco ayudó.

En el contrapunto estuvo la faena al cuarto. El susto nos sobrevino nada más comenzar Cayetano la faena. Segundo muletazo para ser exactos. El toro se metió por dentro con bronquedad. No fue un aviso, sino su forma de estar en la plaza, pero sí condicionó desde ese mismo momento lo que vendría después. Las cartas estaban sobre la arena y Cayetano debía definir a qué estaba dispuesto. La colada había sido por el derecho, así que volvió a la cara del toro por el zurdo. Se dejaba más, pero en su buen ritmo le quedaba la incertidumbre de saber que algo andaba por ahí detrás. Crecido y centrado Cayetano no volvió la cara, se puso por el derecho, con momento desplante incluido y se marcó una estocada de rápido efecto a una faena de metraje preciso. Le dieron una, se pidieron dos.

Había ganas de ver a Juan Ortega después de la ya lejana Valdemorillo. Las muñecas con el capote nos quiso recordar, pero el toro nos aguó la fiesta. Flojo de remos desde antes, cuando llegó a la muleta esa falta de fuerza se convirtió en cortedad en el viaje y pocas ganas de extender la arrancada. Quedó la torería, esa singular manera de andarle a los toros, que es mucho. Y los aplausos.

El quinto fue ese ejemplo de toros que sirven a muy pocos. Hay que ser muy bueno para hacer faena con uno así. Tenía nobleza, pero poco fondo y la casta justa. Juan Ortega hizo el resto. Y de qué manera. Toreó tan despacio, tan bonito, recreándose en el misterio de la tauromaquia que ya un siglo antes había enamorado al propio Picasso, que fue un deleite, un gustazo. Derechazos, naturales, la locura del toreo cuando tiene esa verdad, ese ritmo, esos tiempos que cuando parecía que la embestida del animal iba a pararse en mitad del viaje, y así era, una milagrosa muleta amiga no lo dejaba, no lo abandonaba, más bien, ocurría que se abandonaba Juan Ortega al privilegio, descarada suerte, de ser torero. Y entonces hundió la espada, y vino el trofeo, y el segundo, y la Puerta Grande después, pero el toreo nos había condenado a querer volver a verlo. Cuanto antes.

Noblón pero sin humillar fue el tercero y con las mismas condiciones del toro la faena de Pablo Aguado. Aprovechó algunos viajes del animal sin dejar la fragilidad de su toreo, pero con empaque. A pesar de que sí encontró la medida del tiempo en la duración de la faena y la espada a la primera, se dilató el toro después. Paseó un trofeo.

Sosote fue el sexto y mirón también. Quiso Aguado, pero la faena no rebasó ninguna línea. La tarde sí. En honor de Picasso, Ortega hizo el toreo y Cayetano no volvió la cara.

Ficha del festejo

Málaga. Corrida Picassiana. Se lidiaron toros de Álvaro Núñez, bien presentados. El 1º, noble; 2º, flojo y deslucido; 3º, noble y de poca humillación; 4º, complicado; 5º, noble y con poco fondo; 6º, flojo y desrazado. Casi lleno.

Cayetano, de Domingo Zapata y oro, tres pinchazos, descabello (silencio); estocada (oreja con petición).

Juan Ortega, de grana y oro, estocada caída (saludos); estocada (dos orejas).

Pablo Aguado, de catafalco y plata, estocada (oreja); dos pinchazos, estocada (silencio).

Publicado en La Razón

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