Editorial — Querer mandar en el toro es esto.

Quien quiera tirar del carro y mandar en el toreo ya sabe lo que tiene que hacer: Jugarse la vida como se la jugó ayer Diego San Román en La Monumental de Aguascalientes. Lo dejó escrito con la muleta y la espada, que es la única forma de decir las cosas en la Fiesta. Lejos de los apaños de despachos y de los intercambios de toreros, querer ser figura del toreo y mandar, es clavar la mirada frente al túnel negro de toriles y decirse a uno mismo que es hoy o no es nunca. Y en ese momento ser capaz de olvidarse de todo para conseguir su objetivo. Es el caso de San Román. Un raro especimen del toreo de ímpetu torrencial, por cierto, como han sido en otras épocas las grandes figuras del toreo de México y que en su momento alcanzaron la gloria.

San Román es un torero que como todos los grandes tiene los terrenos, los toros y el temple inyectados en el tuétano. Y además, claro, la mentalización, así lo demostró ayer en Aguascalientes con dos faenas macizas, creadas con lava de volcán, con la muleta enterrada en el albero, empujando la embestida con los riñones y los pitones afilados silbándole muy cerca. El estallido se produjo en el sexto toro, que se dejó barrer el lomo en pases de pecho tan largos como los naturales para coronar su labor con una estocada hasta las cintas.

Después de cruzar la Puerta Grande, camino al hotel con el cuerpo adolorido por las golpes y las cogidas sufridas por los toros de San Miguel de Mimiahuapam, San Román sonreía con su equipo sabiendo que el objetivo de conquistar Aguascalientes se había cumplido. Y cuando cerraron los portones de la plaza había un cartel en la mente de todos los presentes a la Monumental que decía: «El que quiera mandar en esto y que no vino a la plaza, por favor que busque las faenas de San Román y que tome nota».

Foto: Juanelo.

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