Feria de San Isidro: Castella, por la Puerta Grande.

El diestro francés cortó las dos orejas a un encastado, noble y codicioso toro de Jandilla que hubiera merecido la vuelta al ruedo.

Por Antonio Lorca.

¿Merecía o no Castella las dos orejas del cuarto toro de la tarde?

Si se tiene en cuenta la conmoción que su faena de muleta produjo en los tendidos, sí.

Si se valora como es debido la única tanda de naturales que dibujó, cuatro o cinco muletazos templadísimos, hermosos y largos hasta la eternidad, de modo que se convirtieron en sobrenaturales, también.

Pero su labor supo a poco.

¿Y el toro? ‘Rociero’, de 515 kilos, metió la cara en el primer puyazo y cumplió en el segundo; persiguió en banderillas, y llegó a la muleta con una calidad extraordinaria, encastado, nobilísimo, codicioso, repetidor, con la cara humillada en la cada embestida… Un toro de clase suprema que hubiera merecido los honores de la vuelta al ruedo.

Quizá, en otro momento, Castella hubiera paseado una oreja con fuerza, pues no hubo toreo con el capote -bien es verdad que una tarde más el viento fue un enemigo implacable-, y las varias tandas que trazó con la mano derecha fueron no más allá de correctas, y, como decía un vecino de localidad, olvidables.

Lo extraño es que después de esos naturales excelsos no insistiera Castella con la mano zurda antes de cobrar una buena estocada de efectos fulminantes.

Pero, ¿qué hubiera sucedido si el presidente, Eutimio Carracedo, no muestra los dos pañuelos? Pues que, posiblemente, se hubiera producido un problema de orden público, porque fue tal el entusiasmo y la euforia desatada que parecía impensable no acceder a los deseos del público. Dos orejas, pues, con luces y algunas sombras, especialmente la generosidad extrema de unos tendidos que se vuelven locos cuando un toro se desplaza y un torero mueve con soltura el engaño.

Pero bien está lo de Castella, que ha vuelto a los ruedos en plena forma, y ha abierto por sexta vez la Puerta Grande de Madrid, lo que es un gran mérito, al margen de otras consideraciones.

Ese cuarto toro, al que injustamente solo acompañó al desolladero una tímida ovación, fue el más sobresaliente de una corrida inválida, descastada y de muy desigual juego en los caballos; el que abrió plaza, por ejemplo, llegó al último tercio derrengado, y Castella insistió tanto que se puso muy pesado ante la indiferencia general.

Si acaso, se salva el segundo, blando pero encastado, al que Manzanares, que tiene el sitio perdido, muleteó despegado, acelerado y con evidentes ganas de quitárselo pronto de encima. Mató de un feo bajonazo, y, a pesar de ello, parte del público lo ovacionó. En lugar de taparse en el callejón tras una actuación tan mediocre, Manzanares tomó el capote y la montera y salió al tercio a saludar. No es lo correcto, y una figura, como a él se le considera, no debe subirse al tren barato de un aplauso sin fundamento.

Tampoco dijo nada con el quinto, muy soso, que iba y venía sin gracia, y al que recibió, sí, con cuatro verónicas templadas que hicieron albergar alguna esperanza que nunca se materializó.

Tampoco tuvo un lote propicio Pablo Aguado. El primero era un moribundo, cuya lidia transcurrió entre las airadas protestas de gran parte de la plaza, y el sexto, del hierro de Vegahermosa, descastado y blando, no ofreció opción alguna.

Jandilla/Castella, Manzanares, Aguado

Toros de Jandilla, correctos de presentación, inválidos, desiguales en varas, nobles y descastados, a excepción del segundo, codicioso y sin fuerzas. El cuarto, cumplidor en el caballo, encastado, noble y codicioso en la muleta.

Castella: bajonazo (silencio); aviso estocada (dos orejas). Salió a hombros por la Puerta Grande.

José María Manzanares: bajonazo (ovación); pinchazo y estocada (silencio).

Pablo Aguado: media estocada (silencio); cuatro pinchazos aviso y dos descabellos (silencio).

Plaza de Las Ventas. 19 de mayo. Noveno festejo de la Feria de San Isidro. Lleno de ´no hay billetes’ (22.964 espectadores, según la empresa).

Publicado en El País

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