Feria de San Isidro: Resolver el mundo desde Las Ventas.

Famosos en los tendidos, debates políticos y un coso dispuesto a festejar.

Por Luis Ybarra.

El aguacero ha manchado las conversaciones, pero no los capotes. Se pasean por la barrera unos tangos del Turronero: «Seguidas vienen las lluvias». También estas bulerías: «Ole tu ‘mare’/qué despacito torea/José María Manzanares», aunque otros días. Las expectativas le llevan la contraria al cielo. Están altas y claras. Unos comentan lo pinturero de Leo Valadez. Otros, la gravedad de la cogida a Espada. Su temprana valentía tras el revolcón. Los incombustibles, sin embargo, atienden al porvenir, porque la suerte siempre es a futuro, nunca a toro pasado: Roca Rey, Emilio de Justo y el matador de Alicante como los envites más inmediatos.

A estas alturas de San Isidro existen diferentes tipologías de resfriados que se evidencian entre vítores y quejas. Quien el martes disfrutó bien mojadadito de la faena, danzó desde una de las terrazas y se vio sorprendido por una brisa gélida inmediatamente después, al jueves llegó con la garganta disfrazada de cenicero público: «¡Ahí no hay toro!», exclama quien casi no es persona. «Esa res es un pastorsito», me comenta al oído un periodista colombiano, que se lamenta, también, de la persecución política que sufre la tauromaquia en su país: «¡Peor que aquí!», ríe. Francisco Santos, exvicepresidente de Colombia, confirma la situación en lo que deglute y reparte chuches. Estuvo ocho meses secuestrado por Pablo Escobar, algo que saca a la palestra como contraste de su actual alegría: «Búscalo, búscalo. García Márquez escribió un libro: ‘Noticia de un secuestro’». Habla siguiendo el ritmo de la música con las palmas: «De España me encantan los chotis. ¡Este es mi ambiente!».

Los tendidos son lugares excelentes para negar el cambio climático y defenderlo. Apuntar al candidato más oportuno para las elecciones, explicar al torero lo que ha de hacer e ir resolviendo el mundo con ligereza. Se comenta como se torea: con naturalidad. Además, gozando de la perspectiva que permite esta distancia, desde la que uno ni se unta en sangre ni toma decisiones políticas. Decir tonterías entre amigos es un ejercicio de libertad. Aquí la expresividad es total, ya sea a través de un grito dirigido a Ayuso o en una proposición de bravura: «¡Arrímate, Manzanares!».

La plaza canta. Es cruel y amable. Se arranca a jalear cuando Justo recibe al segundo y clama respeto al tendido siete. Todo parece un ejercicio ancestral de democracia, en el que el espectador pregona su voto tanto para elegir las orejas como para mostrar su disconformidad. Diría que mayor poder de decisión tiene un grupo de aficionados con pañuelos dentro del coso que en la urnas con un electorado superior a los cinco millones de personas en la comunidad madrileña. El toreo es libertad hasta el fin de sus consecuencias. La guadaña en unos pitones que cercan la gloria y el sol junto a la sombra como prueba de los dos lados que tiene una montera. La vida y la muerte en un vuelo. Eso es el toreo: el todo tentando a la nada mientras miles de almas jóvenes dicen «uf» en una bernadina de Roca Rey. Entre ellas, la de Victoria Federica. «Lo único que tiene que hacer es torear bien, macho», resuelve uno. La de gente que hay en el mundo, pensamos en silencio el resto.

Publicado en ABC

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