Opinión: Agustín San Román Sandoval.

Por Manuel Naredo.

Aquel terrible viaje que partió de Cúcuta y que terminaría, muchísimas horas después, en su Querétaro natal, debe de haber sido una experiencia tan terrible que lo marcaría para siempre. Entonces, Agustín San Román Sandoval tenía ya treinta años, varios de ellos dedicados con pasión y esperanza a esa guerra que significa el querer convertirse en torero desde abajo.

Apoyado por su amigo José Zúñiga, “Joselito de Colombia”, había viajado, dos años antes, a Sudamérica, con la ilusión puesta en el triunfo y con las agallas suficientes para hacerle frente a la adversidad. Había llegado a Bogotá con tan sólo diez dólares en el bolsillo, pero con una enorme riqueza de entusiasmo y deseos de convertirse en figura del toreo. Participó en festejos de diversos pueblos, pero fue en San Cristóbal, en Venezuela, donde hizo el paseíllo cuatro tardes, la última de las cuales recibió una cornada en la cara. Nada comparable, sin embargo, a la que recibiría después y que le obligaría a regresar a México con la herida abierta y sin atención médica.

La cornada fue en el recto, con diez centímetros de trayectoria y llegando a la zona intestinal. El médico que lo atendió, portador de una insensibilidad mayúscula, le había dicho que si era torero tenía que aguantar el dolor, y él, en un arranque de los que caracterizaban su personalidad, se fue del hospital caminando, pasó por una agencia de viajes y compró un boleto para regresar a México. De Cúcuta a Bogotá, de Bogotá a México y de México a Querétaro, donde por su propio pie ingresó en el Sanatorio Alcocer, vivió una experiencia tan dolorosa como aleccionadora.

San Román había debutado como novillero años atrás en la desaparecida Plaza de Toros Colón, ahí a un costado de la Alameda Hidalgo, y había tenido la oportunidad de alternar con el mítico Antonio Campos, “El Imposible”, y luego del drama colombiano y tras ser intervenido por el doctor Francisco Alcocer, participó en la recién estrenada plaza Santa María, en aquella época de oro novilleril, donde figuraron, entre otros, Chucho Solórzano hijo, “El Caleserito”, y Manuel Espinosa, “Armillita”, hijo primogénito del maestro de Saltillo.

Pese a su insistencia, luchando siempre a contracorriente, quienes por entonces se hacían cargo de la empresa del coso queretano no le dieron fecha para tomar la alternativa en su tierra, y fiel a su personalidad, San Román tuvo un arranque más, ahora sobre el ruedo, y le pidió al hijo de Matías, el también mítico guardaplaza de la Santa María, que subiera al tendido y le pidiera a Yeyo Olvera que, con su banda de música, tocara “Las Golondrinas”. Aquella tarde, sin anuncio previo y sin reconsideración posterior, se cortó la coleta.

Yo lo conocí muchos años más tarde, cuando elaboraba mi tesis de licenciatura (“Aspectos jurídicos del espectáculo taurino”) y lo fui a visitar varias veces a su taller automotriz a espaldas del Estadio Municipal y la antigua Central de Autobuses. La vida me daría la oportunidad de compartir con él un nada cómodo biombo de autoridad, en la plaza donde se retiró, cuando los noventa del pasado siglo llegaban a su ecuador, y aprender de su ecuanimidad, de su tranquilidad, de su mesura y su sapiencia.

Pese a su intempestivo y temprano retiro, nunca pudo estar ajeno a la fiesta de los toros. Sus hermanos Ernesto y Jorge se dedicaron a la misma difícil profesión, lo mismo que sus sobrinos Jorge, Gerardo y Juan Carlos, y también su sobrina nieta Paola. Además, y de manera significativa, su hijo Oscar se convirtió en torero destacado, y ahora su nieto Diego, triunfador de España, protagoniza los carteles actuales.

Ayer, a los ochenta y nueve años, Agustín San Román Sandoval dejó de existir. Fue un ejemplo vivo de esfuerzo y valentía, y sobre todo, más allá de su digno paso por los ruedos, un hombre que supo alcanzar el triunfo sonoro de la vida, que realizó con dignidad la mejor de las faenas posibles: la de ser una persona de bien.

Publicado en El Diario de Querétaro

Una respuesta a “Opinión: Agustín San Román Sandoval.”

  1. QEPD EL AMIGO AGUSTÍN SAN ROMÁN, CON QUIEN TUVE EL GUSTO DE TENER SU AMISTAD. YO ERA JUEZ DE PLAZA CALAFIA EN MEXICALI, CUANDO LO CONOCÍ EN LA PLAZA SANTA MARÍA DE QQUERÉTARO,MISMA QUE ERA PROPIEDAD DE LA FAMILIA GONZÁLES JÁUREGUI Y RIVAS.
    Y AGUSTÍN, TRABAJABA CON EL LIC. NICOLÁS GONZÁLEZ RIVAS EN LA PLAZA.

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