Recordando a Ignacio Solares: La inaceptable honradez de Carlos Arruza.

Una semana antes de que el novelista y dramaturgo chihuahuense Ignacio Solares (1945-2023) se tuviera que hospitalizar, debido a un hematoma en la cabeza producto de una caída, estuvo departiendo con sus amigos en el taller del escultor Sebastián, cenando y tomando vino, recordando los viejos tiempos y hablando de cosas sencillas.

Solares, murió la noche del pasado jueves tras permanecer un mes internado en el hospital Médica Sur de la Ciudad de México, donde le practicaron una operación de la que no pudo recuperarse, fue velado en la funeraria Gayosso, donde sus restos serán cremados la tarde de ayer viernes, detalló su esposa Myrna Ortega.

Nacido en Ciudad Juárez, Chihuahua, en 1945, Ignacio Solares se erigió como una figura prominente en el panorama literario mexicano. Su versatilidad abarcó una amplia gama de géneros, desde la narrativa y el ensayo hasta la dramaturgia y la edición. A lo largo de cinco décadas, su presencia fue constante en revistas y suplementos culturales de renombre, dejando una huella imborrable en la escena cultural del país.

Una de las facetas más destacadas de su producción literaria fue su habilidad para tejer elementos fantásticos en el tejido de la historia. La novela histórica, género en el que se desenvolvió, lo consagró como un exponente singular en la exploración de las intersecciones entre pasado y fantasía. Sus logros le valieron premios como el Xavier Villaurrutia, el José Fuentes Mares y el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura.

Colaboró también en el libro “Tauromaquia Mexicana”, de Heriberto Murrieta, edición de la Universidad Nacional Autónoma de México, del año 2004, con el texto “No le dudes Calesero” donde quiera que estés” y escribió en coautoria con Jaime Rojas Palacios, un libro antológico con el título de Las cornadas, obra que se convirtió en best seller.

Sirva el siguiente escrito a manera de homenaje y en agradecimiento por su amor a la tauromaquia:

La inaceptable honradez de Carlos Arruza.

Por Ignacio Solares – Revista de la Universidad de México.

Me contaba Jacobo Zabludovsky que a los dos años de despedirse Carlos Arruza por primera vez de los toros, en 1950, éste lo invitó a comer por la necesidad imperiosa que tenía de un trabajo, no tanto por lo económico —Carlos tenía varios edificios en la ciudad, inversiones en dólares, una ganadería—, sino por tener algo que hacer.

—Llevo las cuentas de mis negocios, leo mucho, estoy con la familia, veo amigos, pero si no tengo una verdadera responsabilidad voy a volver a torear. Me conozco.

Jacobo habló con el presidente Miguel Alemán para contarle el caso y este lo remitió en seguida al secretario de Relaciones Exteriores, Manuel Tello. Arruza podía ser representante del país en un buen número de eventos de la Secretaría en el extranjero.

Así sucedió. Tello le contó a Jacobo, a los pocos meses, que Carlos era un modelo de empleado, pocas veces visto por él.

—Llega todos los días a las nueve de la mañana a su oficina, atiende enseguida todos los asuntos que se le encomiendan. Habla y lee perfectamente en inglés, que aprendió, dice, por su cuenta en la adolescencia. Su cultura es admirable. Su puro nombre abre puertas insospechadas en todo el mundo. Las cartas que manda reciben respuesta enseguida. Lo conocen hasta en China. “Oh, el torero más famoso del mundo junto con Manolete”, dicen.
Recordemos que eran los años en que un torero podía llegar a tener tanta o más fama de la que hoy puede tener una estrella del futbol.

Y continuó Tello, contándole a Jacobo:

—Cuando hubo una recepción para Frank Sinatra y Ava Gardner, ella lo abrazó y lo llenó de besos en las mejillas, ante las miradas furiosas de Sinatra.

El problema empezó —o terminó— cuando lo enviaron a un encuentro taurino-cultural hispanomexicano en Sevilla. A su regreso, Carlos invitó a Jacobo a comer.

—¿Cómo te fue? —le preguntó Jacobo.

—Me corrieron —respondió Arruza, moviendo la cabeza de un lado a otro. Parecía inconcebible.

—¡Cómo que te corrieron! Habrá que hablarle al presidente enseguida…

Carlos puso una mano abierta en alto.

—Bueno, no me corrieron. Yo renuncié. Ni siquiera le he avisado a Tello para darle las gracias por sus amabilidades, pero lo voy a hacer. Él no tuvo la culpa.

Y contó:

—Para el viaje me dieron un montón de dólares en efectivo, dizque para gastos de representación, invitaciones, cenas, comidas, espectáculos… El director de administración me aclaró que no necesitaba traer de regreso ningún comprobante de los gastos, que dispusiera de ellos como mejor me pareciera. Nomás me hicieron firmar un papel de recibido y ya. El avión y el hotel estaban pagados… —Carlos parecía de veras afectado y mostraba las manos abiertas—. Pero ya te imaginas, en Sevilla, donde soy un verdadero ídolo, todo me lo pagaron. Hasta tuve que rechazar algunas invitaciones porque no me daba tiempo de atenderlas todas. Ni siquiera tuve que tomar un taxi. Total, que regresé y así como me lo dieron regresé el fajo de dólares. El director de administración abrió unos ojos como no te puedes imaginar. Me explicó que no podía hacer eso, que crearía un pésimo antecedente. Trataba de regresarme el dinero, y yo otra vez a dárselo. Me puse furioso, ya conoces mi carácter.

—¡Ese dinero es del gobierno y no voy a disponer de él! ¡Punto! Y si dice que voy a crear un mal antecedente, mejor me voy. Trató de alcanzarme, pero creo que hasta un empujón le di… Y no he vuelto a la Secretaría, ni pienso volver. Ese tipo de trabajos no son para mí. No estoy acostumbrado. Yo me he ganado todo lo que tengo jugándome la vida y no voy a cambiar.

—¿Y qué vas a hacer?

—Ya estoy empezando a entrenar. Voy a regresar a los toros.

En efecto, en marzo de 1951, reapareció en una corrida que se celebró en Jerez de la Frontera, España.

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