Por Javier Lorenzo.
Ese distanciamiento, esa lejanía, ese vivir en una burbuja, esa distancia con el aficionado la pueden trasladar a los toreros que viven alejados del mundo en el que se desenvuelven o más bien distantes de ese gran público que es quien tiene que llenar los cosos a su reclamo. Y eso es lo grave. En la eterna guerra de los emolumentos que cobran los toreros, el peregrino argumento que encuentran las grandes empresas para rascar euros en las contrataciones es el poder de convocatoria. A menos público en el tendido, menos dinero. Si no hay taquilla el torero no tiene siquiera derecho a hablar, siempre y cuando el empresario cuente con él, claro, que es casi nunca. El torero tiene al público como su gran aval; pero es curioso, viven de espaldas a él. De un tiempo a esta parte se alejaron de la sociedad en la que se desenvuelven, mientras su fama y popularidad -incluso de destacadas figuras- ha caído por el precipicio proporcionalmente.
Un ejemplo, hoy los toreros deciden alojarse en en hoteles en las afueras de las ciudades en las que torean para que no les molesten los aficionados. Para que no puedan disfrutar de su cercanía en ese pasaje casi fugaz de la puerta del hotel a la entrada en la furgoneta. Una fotografía, un selfie o un autógrafo debe de ser demasiado trabajo en un momento, eso es verdad, muy delicado. Aún recuerdo de niño, las horas muertas de espera en las escalerillas de la puerta del Gran Hotel para ver salir a los toreros de camino a la plaza cuando no podía entrar todas las tardes a La Glorieta. No era yo, eran decenas y decenas los que allí acudían para ver de cerca a los ídolos. Es solo un ejemplo. Igual que rehúyen entrevistas, reportajes, galas, premios e incluso se les hace pesado colaborar con la promoción de los festejos en los que actúan. Esto no quiere decir que estén, acabado el curso, como monos de feria todo el invierno de sarao en sarao. Ni una cosa ni la otra. La categoría del evento tiene que estar a la altura del torero en cuestión.
Hoy, los toreros prefieren la intimidad, el silencio y la lejanía del aficionado al que luego echan en falta en los tendidos. Y de ahí fracasa parte de la popularidad que hoy han perdido los toreros. El 95% del escalafón se puede pasear de paisano por la Plaza Mayor de Salamanca o por la Gran Vía de Madrid como un desconocido, sin que apenas nadie le pare o despierte la admiración que siempre tuvieron y que hoy se echa en falta. Por el bien de todos y el suyo propio.
Publicado en la Gaceta de Salamanca