Talavante marca la diferencia en el festival hípico-taurino de Pineda.

Real Club Pineda. Plaza de toros portátil. Miércoles, 28 de febrero de 2024. Día de Andalucía. Lleno.

Se lidiaron novillos de Espartaco, Talavante, Torrehandilla, Murube, Luis Algarra y Núñez de Tarifa. Destacó el segundo, de Alejandro Talavante.

Eduardo Dávila Miura, pinchazo, estocada y descabello (vuelta al ruedo).
Alejandro Talavante, estocada (dos orejas).
Daniel Luque, estocada y dos descabellos (oreja).
Javier Jiménez, estocada (oreja).
Pablo Aguado, estocada (oreja).
Rodrigo Molina, dos orejas.

El Club Pineda vivió un día inolvidable. Más por la emoción de la jornada que por el éxito artístico de un festejo que estuvo marcado por el escaso juego y las muchas dificultades a las que se enfrentaron los novillos, de diversas ganaderías. El gran triunfador de la mañana, como torero y como ganadero, fue Alejandro Talavante. Que demostró que para ser figura del torero, además de otras muchas virtudes, hay que tener una cabeza privilegiada. Con la que comprendió que, pese al carácter amateur del festejo, convenía ofrecer una buena imagen, no a las puertas de Sevilla, sino en Sevilla capital. Y, sin tentar a la suerte, se llevó un novillo propio de limitada presencia y sobrada garantía.

La expresión bonachona del segundo de la mañana hacía sospechar la rápidamente confirmada bondad en sus formas, con tanto estilo como escasa raza. Talavante se llevó un muñeco, bajo, regordete y de poca cara. Mejor con poco y bueno que con mucho y malo. Y así fue toda su labor, corta, pero muy intensa. Que sólo con el talle enjuto del torero y el ajuste en sus formas bastó para marcar un punto de inflexión en la mañana. Sobrado en los primeros lances a pies juntos y magistral en un algodonoso arranque al natural, sin probaturas, desengañando y afianzando a su pupilo directamente con la zurda. Hubiera sido sonrojante que ante semejante oponente tratase de desplazar las embestidas, pero llamó la atención por ser, si no el único, el que más ceñido se lo pasó. El gusto y la cadencia duraron lo que quiso el coqueto animal, que conforme fue sometido empezó a protestar. Si es capaz de estar tan centrado y entregado, podrá ser uno de los nombres propios de la Feria de Abril.

No podía negar su origen el tercero de la mañana, de Murube, acarnerado en su rizada testuz, que subió varios decibelios el volumen de la mañana. Amplio de caja, de altura y de carácter. Bruto en su fugaz salida, con un expeditivo Daniel Luque que apenas le dio respiro, como tratando de demostrar una sobrada capacidad por su diligente recibo. Tampoco le faltó aire a su picador (El Patillas), que terminó picando con sus pies sobre la hierba tras el derribo de la bestia. No fue fácil la lidia del de José Murube, con los cuatro años cumplidos y con presencia suficiente como para un compromiso mayor. Estuvo insistente Luque en una larguísima labor, sostenida entre recursos técnicos con los que terminó extrayendo agua de lo que aparentaba ser un pozo sin fondo. Más seco por el lado izquierdo, incierto, reponiendo y con escasa fijeza. Tras la vuelta al ruedo se despidió por el callejón, con la furgoneta esperando en la puerta para llegar a tiempo al festival de Écija, donde ya sí ofreció una imagen mejor.

Por aquel entonces, en el ecuador del festejo, las instalaciones que se habían montado en los alrededores de la plaza –carpas, zonas de restauración, escenarios…– ya empezaban a recibir a sus primeros clientes. Algunos empezaban a refrescar las faringes cuando Javier Jiménez aguardaba la salida del cuarto, de la ganadería de Torrehandilla, también serio en su tipo. Descarado en su ennegrecida cornamenta. No tuvo mala condición, aunque no estuviera sobrado de clase. Pero dejó estar a un Javier Jiménez que pese a su inactividad durante la última temporada, sin torear desde el sexteto de 2023 en la Maestranza, se mostró resolutivo y fino en su hechura. Destacó en la suerte suprema.

Muy pronto se paró el quinto, de Luis Algarra, con el que Pablo Aguado pudo, eso sí, diferenciarse del resto como el más templado de la mañana. Pausado, sin perder sus formas. Muy asolerado con la mano derecha, montando la ayuda casi en la punta del estaquillador. Estilos pretéritos en tiempos modernos. Bellas estampas, aunque sólo quedaran en eso, en bellas estampas.

Había inaugurado la mañana Dávila Miura, muy técnico ante un bravo novillo de Juan Antonio Ruiz ‘Espartaco’, que se quedó en Majavieja con la decepción de no haberse recuperado a tiempo para un festival que le hacía especial ilusión torear. Su novillo tuvo duración y recorrido, también potenciado por un generoso Dávila Miura que procuró siempre favorecer la embestida del animal, por encima de cualquier beneficio propio. Siempre en línea recta y buscando el pitón contrario.

Cerró el festival el novillero retirado Rodrigo Molina, hijo del presidente de la entidad organizadora, al que, lamentándolo mucho –vayan nuestras disculpas–, no pudimos ver para llegar a tiempo al festival astigitano. Según cuentan fuentes fiables, estuvo «cómodo y torero» con un buen novillo de Curro Núñez (Núñez de Tarifa).

Publicado en ABC Por Jesús Bayort.

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