Pamplona era una fiesta.

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Por Alcalino.

En plenos años 20, “París era una fiesta”. Por lo menos en la casona y a la sombra de Gertrude Stein, la oronda mecenas de la generación perdida a la que perteneció Ernest Hemingway, el gringo que elevó los encierros pamplonicas a una dimensión mítica con su novela The Sun also Rise, que él mismo tradujo al español como Fiesta. Con una trama que es un puro vagar de un grupo de trásfugas de la Gran Guerra –varios estadounidenses y una inglesa, manzana de sordas discordias– por laberintos hispanonavarros y vascofranceses. Hasta que topan, de manos a boca, con la feria de Pamplona, su tauromaquia callejera y, en el centro de la historia, un hipotético Pedro Romero, amo en la plaza y en la alcoba de Beth, de donde lo desalojará la furia brutal de otro de los protagonistas.

Como todos los años, en la semana de San Fermín, Pamplona volvió a sintetizar y estirar al máximo el concepto de fiesta. Pero la Fiesta, como nosotros la entendemos, se aposentó venturosamente en su coso taurino. Claro que también alegraron la vida dentro y fuera del coso charangas, coros y danzas improvisadas, suculentos manjares y ríos de vino y pañoletas rojas. Pero faltaba lo auténticamente torero: los alardes ecuestres de Hermoso de Mendoza, Sergio Galán y Roberto Armendáriz, las faenas de Fandiño, El Juli, Talavante y Perera. Los triunfos de Padilla y Abellán. Las confirmaciones novilleriles en Borja Jiménez y Francisco José Espada o, como revelación mayor, el sevillano Pepe Moral. Los bravos encierros de El Parralejo, Victoriano del Río, Jandilla, Domingo Hernández, Garcigrande y Fuente Ymbro. Toros y toreros de verdad, capaces de acallar el ruido de peñas y charangas para que la atención se centrara exclusivamente en el toreo.

El G–5. Tuvo tres representantes en Pamplona y los tres tocaron pelo. El miércoles 9, El Juli hizo como que hacía con un “Amarrado” blando y de corto recorrido, pero estuvo imperial, al natural sobre todo, con “Música”, un castaño de Domingo Hernández, cuya embestida ordenó y prolongó con un poderío y un temple irreprochables. Al primero le cortó la oreja, y del quinto sol y sombra habrían pedido las dos si no llega a pincharlo. Total, a oreja por toro y su décima puerta grande pamplonica. Ese mismo día, Talavante, muy recuperado, pudo secundarlo en la salida en hombros, pero el mal uso de la espada malogró su mejor faena, la del cierraplaza “Malaspulgas”, otro magnífico ejemplar de Domingo Hernández. Antes había paseado también su apéndice a la muerte de ”Cazador”, al que ya toreó con gran sabor sobre la zurda.

La tercera puerta grande entre la gente de a pie fue, al día siguiente, para un Miguel Ángel Perera que sigue de racha, más poderoso y dispuesto que nunca. A sus dos jandillas los exprimió, y siendo buenos los toros, estuvo por encima de ellos, los estoqueó con gran contundencia y cobró un apéndice de cada cual. Sebastián Castella, en cambio, malogró con la espada dos sólidos muleteos, que fueron acentuando el temple conforme decaían las energías de los de Jandilla.

Fandiño y Padilla. El primer recorrido triunfal por la calle de la Estafeta, saliendo por Juan de Labrit, lo había dado Iván Fandiño a hombros de los mozos de las peñas y al alegre compás de sus bandurrias, en premio a dos faenas de entrega total con sendos bichos de Victoriano del Río, corto de embestida el primero, al que se arrimó lo indecible, y mucho mejor el quinto, con el que anduvo más a gusto, ciñendo naturales de gran dimensión y estoqueándolo a toma y daca. A éste le cortó dos orejas y al anterior una. Y al repetir el día 11, con los jandillas, otra paseó de su segundo, a tono con su esforzada tauromaquia, su valor incontestable y su magnífica espada.

Juan José Padilla, que no había pasado de discreto al presentarse en la feria el miércoles 9, el sábado estuvo imponente con los de Fuente Ymbro, descarados de cuerna y de gran tonelaje. Como además tuvieron bravura y fijeza, el jerezano, a su espectacular manera, los bordó sin miramientos: de hinojos y de pie, con capa, banderillas, muleta y espada. Desató los entusiasmos, unificó al público y los desorejó a los dos, con petición de otro apéndice del castaño 4º.

Va por ti, David. Las secuelas de la grave cornada de Madrid le impidieron a David Mora ir a Pamplona, y tanto su reemplazo –Miguel Abellán– como Antonio Ferrera y Daniel Luque, le dedicaron al micrófono la muerte de sendos  torrestrellas. Fue el lunes 7, pero la feria, con toros apagados, no entró en calor el día de San Fermín, y sólo Abellán, a fuerza de valor, le arrancó al quinto solitario apéndice, sin que sus alternantes, con ganado soso, desmerecieran.

Peores aún salieron los grandulones toracos de Dolores Aguirre lidiados el día 8 por Uceda leal –incómodo toda la tarde–, el valiente navarro Francisco Marco y el aragonés Paulita; éstos dos estuvieron muy toreros, buscándoles las cosquillas a las bien armadas reses de los herederos de la finada ganadera, cuya divisa había sido premiada por el encierro más completo del año pasado.

Felices sorpresas… y ningún mexicano. La mejor corrida –por presencia, potencia y clase– fue la de Fuente Ymbro del sábado 12. Y no sólo Padilla triunfó con esos toros. Al precioso y bravísimo 5º –probablemente el mejor de la feria– lo desorejó el sevillano Pepe Moral, que con apenas dos corridas este año fue capaz de revertir la sentencia y hacer, de un toro auténticamente bravo, colaborador de su arte. Toda una revelación como muletero poderoso, imaginativo y templado, entregadísimo además al matar; debieron darle no una sino las dos orejas, como culminación de su corrida de presentación en el coso navarro.

Abrió el ciclo, el sábado 5, una novillada estupenda de El Parralejo, con la que arrasó Borja Jiménez al grado de cobrar tres orejas y la llave de la puerta grande. Una cortó Francisco José Espada, otro prospecto magnífico, y sólo hubo que lamentar un grave percance –en la arteria y los tendones de la muñeca derecha– de Posada de Maravillas, al estoquear al tercero de la tarde. Al día siguiente, con toros de El Capea y desafiando valerosamente un diluvio que hizo del ruedo una pista, Hermoso de Mendoza dictó cátedra y sólo cobró un apéndice porque su segundo tardó en doblar. Otro cortó del 5º Sergio Galán, en tanto salía en hombros el local Roberto Arméndariz, que tuvo una tarde completísima y, al calor del paisanaje, paseó tres auriculares.

La feria de San Fermín, organizada por la Casa de Misericordia de Pamplona en vez de por alguna empresa de toros formalmente constituida, tiene, por tanto, esta otra peculiaridad: su independencia para incluir en sus carteles a los espadas que le parecen indicados, incluidos algunos con escasa actividad previa. Así entraron en otras ocasiones en su programación espadas mexicanos, aunque no en años recientes. Y esa reticencia a incluir paisanos se reprodujo, en perjuicio –permítanme señalarlo– de Joselito Adame. Aunque no solamente de él.

Via: http://www.lajornadadeoriente.com.mx/2014/07/14/pamplona-era-una-fiesta/

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