Se llama Zotoluco Por Joaquín Vidal.

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Ahora que El Zotoluco ya pinta canas y que cada vez esta más próximo su adiós, es interesante recordar algunos pasajes de su carrera de cuando la ambición, el hambre y las ganas de ser no le cabían en el cuerpo, al grado que se puso a conquistar todas las plazas de México, así como algunas de España y Francia.

Es por eso que decidí recordar esta crónica del maestro JoaquínVidal que apareció un martes 23 de mayo del año 2000, fecha en la que El Zotoluco confirmó su alternativa en Madrid.

Que sirva esta cronica para los nuevos aficionados y tambien para los que ya no somos tan jovenes, para recordar al Zotoluco guerrero que alguna vez se propuso ser figura del toreo y lo consiguió, gracias a algunas temporadas y actuaciones heroicas en la primera década de este milenio.

Es lo que digo yo.
Luis Cuesta.

Se llama Zotoluco Por Joaquín Vidal.

Zotoluco es el hombre. Por estas que se llama así, Zotoluco, y es mexicano. Es tan mexicano que no lo puede negar. Cualquiera desde el tendido miraba a la terna en el paseíllo, y no hacía falta que hubiera leído el Cossío para recococerlo: “Zotoluco es el bajito, más moreno y aceituno que la mar”.A la inmensa mayoría de la plaza el nombre de Zotoluco ni le sonaba. Se nota que de eso de toros y toreros, la mayoría pasa. Porque uno oye Zotoluco y no se le olvida jamás.

La afición, en cambio, que sí lo tenía oido -y lo vio en plaza años ha- estaba expectante. Nunca se sabe si un Zotoluco es torero con méritos para anunciarse en la Feria de San Isidro o un cambio de cromos de la empresa con la de allende los mares o una recomendación del siguiente coletudo del cartel, que tiene amistad fraterna con el empresario mexicano, o…

Las dudas se despejaron pronto. Porque salió el toro, con trapío y redaños, lo toreó Zotoluco, cuajó unos naturales de irreprochable factura y cobró un volapié impresionante, que está llamado a ser la estocada de la feria y aun de la temporada entera.

Y con estas muestras la afición quedó harto conmovida. Alguno juraba que al primer hijo que tenga le va a poner Zotoluco.

El torero más intereante de la tarde fue el llamado Zotoluco. Serio y entregado en la lidia, pundonoroso en los trasteos de muleta, empeñado en aplicarles a los toros el toreo puro, desgranó muletazos de alta escuela.

Los hubo de calidad, entre otros que desabarataba la encastada codicia de los toros. Pareció que el problema de Zotoluco estribaba en cogerles la distancia. Unas veces se quedaba corto, otras se pasaba; como en las siete y media. Y acaso no era impericia sino la gran diferencia de temperamento que existe entre el toro mexicano, al que está acostumbrado, y el español, que sólo ve en fotografía.

Intentó ligar los pases, y los ligó a veces. En su primera faena consiguió hacerlo cuando toreaba por naturales y par de ellos -mando, templanza; la difícil naturalidad, de donde le viene el nombre a la suerte- quedaron grabados para los restos en la retina de los buenos aficionados. La segunda faena, tenaz y valiente, también con algunos pasajes cálidos, alcanzó la cumbre en la suerte suprema: perfilado en corto, atacó no echándose fuera como se acostumbra, ni siquiera pasando al hilo del pitón, sino que se abalanzó sobre la cuna y fue la mano izquierda -la muleta echada bajo los belfos- la que vació, mientras hundía el acero en las agujas y salía limpiamente por el costillar.

La estocada, por sí sola, valía una oreja. Y se la dieron. Y menudo iba de contento el moreno aceituno Zotoluco presumiendo de ella en su vuelta al redondel.

El resto de los toreos, de los espadazos, de las distancias y de las actitudes fue otra historia. Historia para no dormir.

El arte de torear había volado a México.

Se hizo presente Enrique Ponce para pegarles pases a un inválido sin trapío y a un moribundo, y cundió el sopor. Fuera cacho su primera faena, pinturero al embarcar y huidizo al rematar, brillante en las trincheras y los cambios de mano, el conjunto careció de fundamento y pasó sin pena ni gloria. Peor cayó la insoportable porfía al lisiado quinto toro, que ni se podía mover pues ya le estaban viniendo los estertores.

Se hizo presente después Manuel Caballero, triunfador en medio mundo, y dio la sensación de que se le había olvidado el toreo. Inseguro y desastrado con el toro tercero -algo inexplicable pues embestía con nobleza-, pretendió compensarlo exponiendo con el áspero sobrero de Peñajara, pero el arte de torear le seguía ajeno y toda la faena tuvo los aires broncos propios de las capeas.

Lo dicho: Zotoluco.

* Este articulo apareció en la edición impresa del Martes, 23 de mayo de 2000

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