
Recientemente han surgido diversas opiniones entre los aficionados sobre la realización de algunos festejos taurinos a puerta cerrada en nuestro país.
Ante la polémica decidimos adentrarnos en el tema y publicar en una primera entrega de tres, la opinión de algunos críticos taurinos para que la afición saque sus propias conclusiones sobre este delicado y sin duda controvertido tema.
Por Paco Cañamero*
Desconcertado me quedé al leer que se van a celebrar festejos a ¡puerta cerrada!
¡Pisen la tierra y dejen de experimentar con gaseosa, señores!
Ahora mismo la Tauromaquia no está para sus jueguecitos y SÍ para que, a la vuelta de la normalidad, se hagan las cosas bien y se olviden tantas tropelías de los últimos años.
Desde hace años venimos denunciando que el toreo se sujetaba en una débil estructura y, de venir mal dadas, no soportaría demasiados vaivenes. Ya está bien de manipular y distorsionar la realidad, de hacer comulgar con ruedas de molino, de manipular la verdad, cuando ahora saltan con la tremenda desfachatez de pretender salvar muebles con una Fiesta descafeinada, sin color y sin sabor.
A ¡puerta vacía!, sin la grandeza que trae ese olé espontáneo que surge desde un tendido. Solamente con unos cuantos invitados en el callejón.
Ante todo: dignidad y respeto a la grandeza de la Tauromaquia.
Alegarán que lo hacen en defensa del momento crítico que atraviesa la fiesta y los ganaderos. Pero no se puede jugar con el prestigio de una corrida a cualquier precio y menos en estos tiempos convulsos donde una parte del actual Gobierno y de la sociedad andan con tantas ganas –y así lo han dicho y lo demuestran- de sacar los clavos y darnos con el martillo.
Los festejos taurinos, en el momento que se pueda y se haya disminuido esta pandemia, deben volver con pujanza y el colorido que encierra una tarde de toros, pero con los tendidos poblados de público.
¡Vamos!, que no veo yo a Joselito y a Belmonte toreando a puerta cerrada cuando la gripe de 1918; porque aquellos, especialmente José, además de ser grandes toreros miraban por la grandeza de la Fiesta.
* Extracto de una columna originalmente publicada en Glorieta Digital.
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¿SIN ESPECTADORES? Por José Antonino Luna.
Sin espectadores, en los festejos a puerta cerrada díganme ustedes ¿quién va a corear los oles y a cantar las loas de “torero, torero”? ¿Quién va a pitar los petardos?, No habrá nadie para protestar una sardina, ni para recordar al ancestro femenino de un torero bribón o de un juez de plaza equivocado. No habrá nadie para llevarse a hombros al artista que alcance la gloria.
Porque todo rito es una función histriónica, el ritual del toreo se asemeja a una obra de teatro. En ella son imprescindibles tres personajes: el toro, el torero y el público, que viene a ser -como en la comedia y la tragedia griega- el coro de esta representación dramática. El morito marca las líneas de acción del argumento; el matador actúa dependiendo de la trama que impone el animal; el público, por su parte, interviene una y otra vez, de dos maneras: Una, obedeciendo un guion que sigue religiosamente, por ejemplo, cuando guarda silencio en cuanto el coleta monta la espada para tirarse a matar. La otra, es espontánea. A su vez, lo puede hacer en comunidad o solitario, por decir algo, cuando el bovino es superior al diestro y algún espectador molesto grita: ¡toro!. Entonces, su voz enardecida parte la lidia en dos y deja en evidencia al incompetente.
El novelista e hispanista Waldo Frank en su libro España virgen, apuntó: “La multitud desempeña el papel principal de la tragedia El hombrecillo de oro no es más que un destello de fuego y el toro sólo una lengua del acto dionisíaco en esta oscura llama de cien mil almas”. Esa es la importancia que el escritor estadounidense asignó a los espectadores de una corrida.
Imagínense la plaza desolada, el clarín da el toque de cuadrillas y en vez del grito emocionado de miles de personas lo que impera es un silencio de camposanto. Tampoco se escucha la voz fusionada con la que siempre nos asombramos -por más curtidos que estemos- cuando los espadas salen al ruedo. Comienza el desfile y suena el pasodoble, en los tendidos no hay más que un silencio de tristeza. Al largar trapo el torero en las verónicas, le responde el silencio. Y si el merengue le quita al matador los pies del suelo, nadie gritará asustado. En el puyazo, silencio, en las banderillas, silencio, en la faena de muleta más silencio y cuando doble un gran toro quién se va a levantar a aplaudir emocionado. El mismo Frank escribió: “A cada gesto del torero, la multitud lanza un terrible rugido y cuanto más silenciosa es la danza del toro y del torero, más vasta es la rugiente respuesta de la muchedumbre”. Es que, paradójicamente, los de la tele no se han dado cuenta que quieren dejar afuera a uno de los tres protagonistas.
También León Felipe en su libro Versos del merolico o del sacamuelas, destaca la importancia del público taurino: “Hemos visto sacar en hombros a un torero de la plaza con todos los honores del héroe. Y todos sabemos que ese mismo torero, puede morir en la arena, al domingo siguiente, de un botellazo en la cabeza”. El público es, por tanto, un personaje imprescindible en el drama del toreo y no, no se concibe una tarde de toros sin el actor colectivo. Alguna vez un maestro del toreo expresó que siempre se torea para alguien, aunque, tratándose de miles de euros, no me cabe la menor duda, los genios de la tele son capaces de poner grabados los sonidos del tendido con pitos y palmas, según lo requieran las circunstancias y la madre que los parió.
Publicado en Intoleranciadiario.com
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