Vicente Barrera: “Sufrí once cornadas pero nunca salí a la plaza pensando que podía morir”

Por: María José Carchano.

Hace ya casi una década que Vicente Barrera se cortó la coleta, y no dudó entonces de su decisión ni lo hace ahora, a pesar de que el tiempo ha pasado y podría ver con nostalgia unos años gloriosos en las plazas, esa mezcla de adrenalina, temor y orgullo que embriaga a muchos hasta no poder decir basta. Lleva otra vida muy distinta, centrada en los negocios familiares, no en vano tiene sangre de empresario, de aquel José Simó que llegó a ser presidente de Aguas Potables, que vendió mantas de Paduana a medio mundo y que se codeaba entre la alta burguesía valenciana. Pero la sangre del otro abuelo, Vicente Barrera, uno de los más afamados toreros de todos los tiempos, todavía sigue ahí, con mayor fuerza si cabe. Quedamos en el cauce del río Turia, aunque confiese que su lugar natural es el campo, allá en Ontinyent. Es una persona con un talante serio, al que le cuesta abrirse, y al mismo tiempo apasionado, sobre todo si se abre el melón de la política.

-¿Cómo es su vida ahora?

-Llevo una vida muy tranquila, tengo una niña de cinco años a la que le dedico mucho tiempo, lógicamente, y además, me gusta estar en el campo. Profesionalmente, tenemos algún negocio familiar, que como hermano mayor me hago cargo de él, y una empresa de importación de atún, que traemos de México.

-¿Es difícil retirarse, ahora que lo puede mirar con mayor perspectiva?

-Para mí no lo fue, creo que la decisión estuvo muy meditada, la tomé muy consciente de lo que quería, pensando en no volver nunca.

-¿Por qué lo tenía tan claro?

-Lo tenía claro porque es una profesión de altísimo nivel, y jugar en las grandes ligas es difícil. Creo que fue una decisión acertada y, en ese sentido, no siento ninguna añoranza. Sí echo mucho de menos el torear, aunque sea en el campo, porque la experiencia es tan maravillosa… Por el argumento artístico que conlleva, de vanidad también, por qué no. Sé que he quedado enganchado de por vida. Lo que nunca recuperaría es la vida diaria del torero, porque he estado muchos años fuera de casa y he tenido altibajos.

Hay quien tras estar al más alto nivel le cuesta llevar una vida de rutinas, lejos del reconocimiento.

-Sé que estoy en otra etapa que no conlleva el aplauso, tampoco el reconocimiento público, pero esa parte vanidosa que puede mover a algunas personas que estuvieron durante años en primera fila es algo que no me motiva. Quizás incluso al revés, he descansado, porque nunca me he sentido excesivamente cómodo con esa parte social.

Su abuelo fue un gran torero, pero usted no se crió en esta cultura.

-Es más, mi padre, a pesar de haber sido hijo de un grandísimo torero, no iba a la plaza y nunca me inculcó esa afición. Yo llegué ahí a través del caballo, que fue mi primera gran pasión, enseguida descubrí cuál era mi vocación y peleé con uñas y dientes por ella. Es verdad que al principio se entendió poco, porque a pesar de los antecedentes, no había cultura del toro. En mi familia el viaje ha sido al revés; yo le he transmitido a mi padre la cultura y el amor por la tauromaquia.

Supongo que no es fácil de aceptar esa vocación.

-Es difícil porque es una profesión bien rara; como si de repente tu hijo te dice que quiere ser domador de circo. Es legítimo, pero son cosas para las que un padre nunca está preparado. Por ese motivo costó que lo entendieran, hubo incomprensión y sufrimiento, sobre todo por parte de mi madre, porque pensaba que iba por un camino equivocado y que lo que tenía que ser una simple afición estaba derivando en una locura que me iba a llevar a la ruina, a poder perder la vida. Era lógico, pero con el tiempo empezó a entender que era una vocación firme y que lo que debían hacer era apoyarme.

Usted ha triunfado en las plazas, pero también ha sufrido graves cogidas.

-Cornadas he tenido diez y luego he pasado trece veces por quirófano porque un toro me rompió el párpado, otro el húmero del brazo izquierdo y otro los ligamentos cruzados. Pero, afortunadamente, estoy de una pieza.

-¿Uno piensa que puede quedarse ahí?

-Yo jamás he pensado que iba a morir en una plaza; puedes salir dispuesto a morir pero en el fondo de tu ser o, al menos, esa ha sido mi experiencia, no piensas que vayas a morir. Si una tarde hubiera creído que iba a ser la última te aseguro que no hubiera salido. Sí es cierto que vives las cogidas con cierta naturalidad, y haces de lo extraordinario algo habitual.

-¿Su madre fue a verle?

-Solo la recuerdo una vez, en un festival benéfico en Jávea. Sí me ha visto en el campo, pero no en la plaza. Lo pasaba mal y no quería; el que sí vino conmigo siempre fue mi padre, que me acompañó también en mis viajes a América y vivió unas experiencias increíbles.

Tiene una hija pequeña. Si en el futuro quisiera dedicarse al toreo, ¿qué le diría?

-Yo lo primero que quiero es que conozca y que ame esta cultura, que la respete; lógicamente, ser torero son palabras mayores y si quisiera ser torero y mujer la apoyaría. Seguramente, si tuviera que elegir no elegiría ese camino para ella, pero sería su decisión. Solo hay una vida y hay que luchar por lo que uno quiere, por los sueños en los que cree y aspirar a conseguirlos.

-¿Su mujer se alegró de que se retirara?

-Creo que sí. No me lo pidió, fue una decisión personal, igual que fui yo el que decidí ser torero tenía que ser yo el que tenía que elegir el momento de retirarme. En realidad, torero sigo siendo, lo que he dejado es de estar en activo. Yo seré matador de toros hasta que me muera. Ha sido un sueño.

Volvió a su tierra.

-Estar en Valencia y estar con mi familia. Estuve años viviendo en Extremadura, también en Andalucía, pero nunca se me ocurrió, ni por asomo, que el día de mañana no volvería a vivir en Valencia. Siempre pensé que mi sitio estaba aquí.

Tenía mucho arraigo, desde luego.

-Mi abuelo materno fue un empresario muy importante que aportó mucho en su tiempo y está bien, por qué no sentirse orgulloso de tus antecesores, y yo lo estoy. José Simó perteneció a una generación que padecieron de todo y que nos dejaron un gran legado. Él era un señor de los pies a la cabeza, una persona de principios, de jamás aprovecharse de los cargos; nunca se hizo millonario. Él pagaba todo de su bolsillo, desde una comida hasta el chófer.

Usted ha decidido involucrarse en política. Le hemos visto en algún acto de VOX.

-Nunca he estado afiliado a ningún partido político, tradicionalmente he sido votante del PP, también durante una temporada de UPyD, pero las circunstancias, la pérdida de los principios y valores, me han hecho que por primera vez me afiliara, y lo hice a VOX.

-¿Le han ofrecido algún puesto?

-Sí, pero no lo he querido, soy un ciudadano de a pie, si me he comprometido lo he hecho a nivel personal, vivo tranquilo y pensé que no era el momento.

-¿Qué valores son los que cree que están en peligro?

-Probablemente todo el mundo defendería los mismos: la justicia, la verdad, la igualdad y la libertad, aunque cada uno los interprete de una forma. Los últimos dos valores, la igualdad y la libertad, no pueden ser atacados por la política, y ahora ocurre.

-¿Son los mismos que le transmitieron a usted?

-Sin tanta conciencia política porque mis padres no la tenían pero, en esencia, son los mismos.

-¿En qué lugar es feliz?

-En el campo. Mi madre tiene una finca en Ontinyent y paso mucho tiempo allí, soy un enamorado de la naturaleza. El mundo del toreo es un mundo profundamente ecologista. A mí me vuelve loco estar rodeado de animales; caballos, gallinas, perros… La naturaleza es mi hábitat natural, aunque viva mucho tiempo en la ciudad. Mi hija lo ha vivido de pequeña y le encanta como a mí, espero ser capaz de transmitirle ese principio de amor y respeto por la naturaleza.

Publicado en Las Provincias

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